FLORANTONIA SINGER 26 de noviembre de 2018
La crisis ha llevado a crear servicios de
apoyo para sobrellevar los casos de depresión y un desánimo más generalizado
El
teléfono suena cinco veces. Dos de las llamadas se caen. En la línea de
atención psicológica también deben lidiar con la inestabilidad de las redes de telecomunicación de
Venezuela. “Era una señora pidiendo ayuda para un hijo con trastorno
bipolar y otro depresivo”, explica Jenny Lozada, una de las operadoras del
turno de viernes en el servicio que hace un año habilitó la Federación de
Psicólogos de Venezuela. Junto con Psicólogos Sin Fronteras, trabaja para
solventar un problema no tan evidente, a menudo olvidado por las estadísticas y
sin soporte en datos oficiales recientes, de la profunda crisis política,
económica y social que atraviesa el país sudamericano, llamada por los
especialistas "emergencia humanitaria compleja".
La
tristeza y la depresión son otros de los
números rojos de Venezuela. Gisela Galeno coordina el servicio de
ayuda telefónica (disponible a través de los números en Caracas 4163116 y
4163118) que pretende dar primeros auxilios psicológicos a una población en
duelo. “Se viven muchos duelos a la vez, el de la gente que muere y también la
pérdida económica, la perdida de la salud, del empleo, de calidad de vida, de
los espacios para la recreación y encuentro, de los afectos por la gente que
emigra. Por ello nos enfocamos en tratar los duelos no resueltos que, cuando se
acumulan, pueden desembocar en una depresión”, dice la psicóloga clínica.
El
equipo es pequeño, de apenas cinco voluntarios y dos teléfonos, y solo alcanza
para dar atención los viernes de las ocho de la mañana a las cinco de la tarde,
sin importar si cae en un día festivo, y llevar las estadísticas del servicio.
“Lo ideal sería recibir apoyo para poder extender la atención al fin de semana
completo, que es cuando usualmente ocurren la mayoría de las crisis y luego ser
un servicio 24 [horas] que es lo ideal para este tipo de líneas”.
En un
año de trabajo tienen un panorama de lo que aqueja al venezolano: el 41% de las
llamadas son de personas con trastornos de ansiedad, el 23% por conflictos familiares,
el 22% por conflictos de pareja, el 5,5% por duelo migratorio. En el 67% de los
contactos con quienes llaman al servicio, los psicólogos deben hacer lo que
llaman “una intervención”: estabilizar a la persona, una tarea que puede tomar
hasta una hora de conversación telefónica y orientarla al algún servicio de
ayuda presencial cercano y acorde a su posibilidad monetaria.
Los
psicólogos insisten en distinguir la depresión, que es una enfermedad, de la
tristeza, pero Galeno señala que el entorno actual que vive el venezolano puede
ser un disparador de las crisis depresivas en quienes tienen una predisposición
a padecerla y en quienes tienen otros trastornos psiquiátricos. El deterioro
social y la falta de fármacos también pueden generar complicaciones.
“Crisis como la que atraviesa
Venezuela llevan a la gente a mirar hacia adentro, pues una situación
así pone en jaque la propia existencia, empuja a la introspección y eso
contribuye a desarticular el tejido social, que suele ser parte de las
intenciones de este tipo de regímenes. Si la gente está desequilibrada en su
vida personal, cómo va a empujar para solucionar lo colectivo. En nuestro caso
el estado de ánimo del venezolano tiene un origen político, porque la situación
del país está aniquilando la capacidad de respuesta de las personas”, dice
Galeno.
El
malestar es general y en consulta los psicólogos identifican los síntomas. “No
tengo ganas de salir, tengo ganas de llorar, no quiero hacer nada, no quiero
comer o como mucho. A esto se suman alteraciones de sueño, deterioro de la
salud sin enfermedad previa, poca tolerancia a la frustración, conductas de
evitación. La complejidad de la situación está demandando unos niveles de
respuesta que generan mucho estrés en la población”, añade Siboney Pérez, de
Psicólogos Sin Fronteras, que trabaja en otro servicio gratuito de atención
creado recientemente, pues en los hospitales es casi inexistente, y también es
parte de una red de especialistas que atiende vía Skype a los venezolanos que
viven el duelo fuera de las fronteras.
En
poco más de una década se esfumó el alto índice de bienestar subjetivo que
atribuía la empresa Gallup a los venezolanos. Venezuela solía estar entre los
países más felices. En 2006, cuando se hizo la primera medición, el 59% de la
población consideraba que su situación era pujante, el porcentaje más alto en
América Latina, y solo el 4% señalaban que estaban en condición de sufrimiento.
Una década después los porcentajes se revirtieron: los pujantes bajaron al 13%,
teniendo solo por debajo a Haití, y los que sufrían pasaron al 28%. Este 2018
Paraguay ocupa el puesto del país más feliz de la región y Venezuela salió de
los primeros lugares. Aunque se trata de una mera estimación a la que es
prudente añadir varios matices, un
simple vistazo a los obstáculos de la vida cotidiana en el país caribeño
ayuda a entender por qué muchos venezolanos están sumidos en el desánimo.
Sin
datos oficiales
La
investigadora de la Universidad Central de Venezuela Yorelis Acosta inició en
2015 un mapeo de las emociones del venezolano, que describe como fotografías
del ánimo de la población. “La tristeza, la rabia y el miedo son emociones
negativas que han predominado. Pero la realidad venezolana es muy compleja y no
hay una sola manera de sentirse. Ha sido un camino muy largo, que ha causado un
deterioro progresivo, cansancio, pérdida de calidad de vida y de libertades.
Ahora, la crisis empieza a mostrar otras emociones que no habíamos
experimentado, porque ahora sí vivimos en el colapso, emociones que van
acompañadas de expresiones como ‘yo no merezco esto’ o ‘nunca imaginé que a mi
edad iba a pasar por esto”, acota la investigadora.
En
noviembre, en la línea de atención psicológica que coordina Galeno empezaron a
registrar otro tipo de llamadas. “Hemos tenido casos de personas que están
considerando el suicidio como una solución, estos casos debemos abordarlos con
otro protocolo porque el objetivo es principal es preservar la vida. Tratamos
de disuadir a la persona de que no vea en el suicidio una solución definitiva a
un problema que es temporal”. En el país no existe una línea de prevención del
suicidio.
La
alarma del aumento del suicidio se ha disparado en los últimos dos años. El
Estado Mérida, en los Andes venezolanos, registró en 2017 una tasa de 19
suicidios por cada 100.000 habitantes —un total de 191 casos— muy por encima de
la media del país y un número nunca registrado en 20 años de
análisis. No se
dispone de datos oficiales recientes a escala nacional sobre este
tema. Una investigación de la agencia Bloomberg reveló el mes pasado que este
año se han producido 786 suicidios en Caracas, apenas dos menos que los
registrados en todo el país en 2012, el último año del que se conocen
estadísticas de mortalidad.
El
criminólogo Freddy Crespo ha investigado el tema en la región y sostiene que la
crisis ha sido un catalizador. “En los casos que estudiamos encontramos que el
contexto condiciona, son personas que se quedan solas, porque la familia y sus
amigos se fueron, que desertaron de los estudios universitarios para trabajar,
que enfermaron y no quieren ser carga. Todos tienen que ver con un proceso de
desestructuración del yo, donde las aspiraciones que se tenían que no se van a
poder cumplir por la situación económica y social de Venezuela”.
Acosta
agrega que en los procesos hiperinflacionarios, como el que atraviesa Venezuela
desde hace un año, se suelen disparar dos indicadores de los que no llevan
cuenta los economistas: la migración y los suicidios. “Llevamos dos años
contando suicidios por la crisis. En hiperinflación y en grandes recesiones
económicas aumentan la migración y suicidios. Pero el suicidio es una acción
que puede ser prevenible, con comunicación, sensibilización y combatiendo la
desesperanza. La misma sociedad debe estar atenta a los cambios de
comportamiento de la gente de su entorno, pues casi nadie se va a suicidar de
un día para otro”.
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