DANIEL LOZANO 06 de julio de 2014
La larga espera para
comprar una prenda es el símbolo de las penurias que vive Venezuela
Botellas de agua para la
ducha, cirugías con linterna y 25.000 homicidios al año
Diario de una semana en
Caracas
Lo primero que te preguntas es cuándo
se jodió Venezuela. La cita vargasllosiana tiene respuesta inmediata para
la mitad opositora: hace 15 años con el triunfo de Hugo Chávez. La dirigente
chavista Érika Farías sitúa el crack en un lejano más allá: hace 3.000 años. Y
los radicales de la revolución, que creyeron vivir un paraíso durante una
década, tienen su propio listón: el día que murió el «comandante supremo».
Entre dimes y diretes bolivarianos, una frase se repite como arma arrojadiza:
«Tenemos patria». Unos dicen sentir el alma revolucionaria, otros la rechazan
con toda su alma. Pero todos la sufren convertida en las colas interminables,
la imparable escalada de los precios, la salvaje violencia urbana y el
deterioro de servicios básicos como la salud. Día a día, todos los días.
Venezuela vive hoy la nueva
versión del Periodo Especial cubano de los 90, cuando las maletas llegaban
a la isla cargadas de productos de primera necesidad. Pero con una diferencia
trascendental: Cuba se adaptaba a una nueva vida sin la subvención soviética,
mientras Venezuela es el país más rico de América Latina, con las mayores
reservas petroleras del planeta. Cada día produce más de 2,5 millones de
barriles en plena bonanza del oro negro: casi 100 dólares por barril.
Miércoles
Ni desodorante, ni café, ni fármacos
oncológicos.
Una larga lista de peticiones de
amigos, impensables en otros tiempos, llena mi maleta al regresar desde
Colombia. La «revolución bonita», si algún día lo fue, muestra
hoy su cara más demacrada nada más aterrizar en el aeropuerto de Maiquetía.
Nadie pide las obras de García Márquez, la novela del boom Evelio Rosero o la
nueva creación cafetera de Juan Valdez. Ni siquiera la camiseta tricolor, tan
de moda gracias a los goles de James Rodríguez. Sólo lo realmente necesario, no
importa la pena (vergüenza) latina.
Como Álex Vásquez, periodista estrella
de El Nacional, quien durante semanas no encontró un simple desodorante en
spray. «Tengo uno que se está acabando», me recordó antes de
partir. «Así estamos, ¿quién iba a imaginar que esto ocurriera en Venezuela?»,
se cuestiona tras la incorporación colombiana a su bolsa de aseo. Teresa
también quería un desodorante, un jabón íntimo «que no encuentro por ningún
lado» y café, «de ese rico, colombiano». En su spa, no funciona el baño de
vapor (falta una pieza). La hidrobañera estuvo seca seis meses por el mismo
motivo. Ahora aprovecha su tiempo libre para saltar de un lado a otro de la
ciudad en busca de la cesta básica para su familia.
Según la investigación de un diario
local, son necesarios tres días y siete horas en la cola para comprarlo. A
Alexandrina Rodríguez le hacía falta una bombilla para su televisión Samsung, «imposible
encontrar este recambio en Caracas». También recibe encantada artículos que
se han vuelto un lujo: leche condensada, aceite de oliva, cereales con avena y
azúcar morena.
Otros optaron por medicinas: hay
escasez de antibióticos. Ni qué decir de los antirretrovirales (faltan entre 11
y 19 cada mes) o de los oncológicos (fallan 17 entre los más importantes). No
hay reactivos para análisis, faltan agujas para punciones y a doña
Rosita, una viejita del barrio, no le pudieron hacer una simple
radiografía. Que también se olviden las mujeres de luchar contra las
infecciones urinarias.
Ninguno de mis amigos ha pedido, por
fortuna, papel higiénico. En las últimas semanas ya hay en los súper, pero
durante días los aviones llegaban con tan sorprendentes cargamentos extra.
Venezuela te golpea en el propio aeropuerto, para que tengas claro a donde
llegas. Falla el aire acondicionado y también el agua durante varias horas. El
agujero del lavabo es enorme, grietas en el suelo, tiendas cerradas... Eso sí,
el Gobierno prepara un impuesto para respirar aire acondicionado con ozono: 127
bolívares que se cargarán en cada ticket aéreo.
Jueves
Cuatro tipos de cambio para el bolívar
y una inflación del 60%.
Los taxis en Caracas tienen nuevas
tarifas que nadie ordena. Tras regatear, la cifra media gira en torno a los 150
bolívares. Explicar cuánto supone en euros sería una crónica en sí misma,
porque Venezuela alterna cuatro cambios distintos: el oficial (a 6,30 bolívares
por billete verde americano, 8,55 por euro), el Sicad 1 (una subasta alternativa,
que oscila en torno a los 10 bolívares por dólar), el Sicad 2 (una segunda
subasta, en torno a 50 bolos por dólar) y el cambio negro (hoy unos 70
bolívares por dólar).
Por lo tanto, el viaje en taxi
costaría, a precio oficial, unos 17,5 euros, un disparate. «Pero todos sabemos
aquí que la economía funciona a dólar negro», se defiende el
taxista, aprovechando el desquiciante control de cambios impuesto por Chávez
hace 11 años. No hay que olvidar que el salario mínimo es de 4.251 bolívares
(497 euros), en una sociedad tan golpeada por la inflación (la interanual
supera el 60%, la mayor del planeta) que se come cualquier aumento.
Los atascos nunca faltan en un país
donde cuesta más comprar agua mineral (tampoco se encuentra últimamente, faltan
envases de litro y medio) que llenar un tanque de gasolina. La gran novedad
callejera es una estampa ciudadana, que se repite todos los días: cientos
de personas deambulando, como zombis, con bolsas de plástico en sus manos.
Bolsas de comida que han podido comprar al vuelo. Así lo describe un amigo en
su cuenta de Twitter, un aliviadero para las penas venezolanas: «Siento que
estoy en The Walking Dead con mi bolsa de harina pan y mazeite en el Metro».
Viernes
Cirujanos operando con linternas de
sus móviles.
Nada más llegar a casa, otra
bienvenida: apagón nacional. El tercero grande del año, que se suma a los
cientos locales. En el país de la energía, no la hay. Esta vez afecta
al 70% del Estado durante al menos tres horas. En algunas ciudades
tardan días en recuperarse. El Gobierno se defiende acusando a conspiradores, a
iguanas o al viento huracanado que sólo ataca las torres eléctricas. Pero un
sindicato revolucionario pone en aprietos al ministro: la infraestructura no
tenía mantenimiento «porque era muy costoso». En un hospital de Caracas, los
cirujanos se ven obligados a operar con la linterna de sus móviles. Es como si
una de las capitales latinoamericanas de luz más hermosa, que se filtra a
través de la imponente montaña de El Ávila, se empeñara en estar a oscuras.
Hasta de día.
Sábado
7.000 euros por un billete para volar
a España.
Un amigo avisa de que han vuelto las
colas kilométricas al Berskha. Zara rompió récords hace unos días por la
llegada de ropa nueva a precios accesibles. Expertos cuentan que el Gobierno
buscó el efecto dakazo, las rebajas socialistas de noviembre en tiendas de
electrodomésticos, que posibilitaron su victoria en las municipales. La cola
comienza a las cinco de la madrugada. Luego los puestos se venden por
800 bolívares (casi 100 euros, siempre al cambio oficial). Pantalones
a 1.200 (140 euros) y zapatos entre 500 y 800 (entre 60 y 100 euros) cuando en
una zapatería de la calle superan los 2.000 (230 euros). Cada persona coge
hasta seis prendas.
A gran parte de la clase media le dan
ganas de escapar, pero hasta eso es una quimera. La millonaria deuda del estado
con las aerolíneas ha reducido las plazas para volar y ha disparado los
precios. Viajar a España, cuando se encontraba algo, costaba 60.000 bolívares
(más de 7.000 euros), pero es tan complejo encontrar billete...
Domingo.
Habitaciones del miedo por temor a las balas perdidas
Caracas tiene su propio muro de las
lamentaciones, una pared imaginaria por la que resbala un mar de lágrimas todos
los días: la morgue de Bello Monte. Estamos en el epicentro del
terremoto de violencia que ha convertido a Venezuela en el segundo país más
salvaje del planeta: casi 25.000 homicidios el año pasado, según fuentes
independientes. El balance de los primeros meses de 2014 confirma cifras
parecidas.
Aquí se huele la muerte, la misma que
buscan dos ex policías integrantes de una banda paramilitar chavista en el
quirófano delHospital Clínico Universitario. Parece una película: los
agentes ejecutan a un malandro al que habían disparado previamente. Después
eliminan a su hermano, que esperaba fuera, y a un trabajador. Treinta balas
quedan regadas entre la sala de operaciones y la habitación contigua.
La realidad es tan dura que el país ya
no encuentra más sinónimos para sus delincuentes, por mucho que rebusque en el
diccionario: malandros, choros, azotes, antisociales, bichos, hampones...
Muchos de los que huyen del país lo hacen por culpa de la violencia. Los
que no, han cambiado sus costumbres. La vida nocturna nada tiene que ver con
otros tiempos. Nadie se atreve a estacionar en la calle. Los comerciantes pagan
a policías para que les acompañen a los bancos. Sólo una parte de los
secuestros son denunciados. En los barrios populares hay toque de queda y
algunas familias han construido habitaciones del miedo, reforzadas de cemento,
por temor a las balas perdidas.
Lunes
Periódicos anoréxicos y una tele sin
series ni películas.
Un desayuno en una frutería y una
panadería portuguesa es tan caro como el Ritz de Madrid. Un jugo de naranja (30
bolívares), un vaso de avena (18), un café (25) y un sándwich de jamón y queso
(105). Total al cambio oficial: 20,8 euros. La única ventaja es que
los periódicos vienen tan anoréxicos que en media horas te leíste la prensa
entera y comiste. El gobierno de Maduro decidió estrangular a la prensa
independiente impidiendo su acceso al papel, además de comprar el diario
popular más leído.
Las televisiones públicas se manejan como
si fueran los canales cubanos: pura propaganda y una descarga de insultos y
amenazas contra la oposición. Entre semana, Venezolana de Televisión ni
siquiera ofrece series o películas. Sólo propaganda o las intervenciones
constantes de Maduro. Uno de los pocos descansos al sinvivir venezolano era un
programa nocturno de humor, creación de Luis Chataing. Pero hasta eso les
robaron. Presiones gubernamentales acabaron con su ingenio, después de
satirizar a los conspiranoicos intentos de magnicidio contra Maduro.
Martes
Cinco meses de espera para hacerse el
pasaporte.
Por fin doy con leche tras un mes sin
encontrarla. Viene de Chile, es un poco amarilla, pero como para quejarse. Una
amiga lleva cinco meses para hacerse el pasaporte. Le acaban de decir que debe
viajar a otro estado para obtenerlo.
«Tomé la iniciativa de
@mamiencontro porque me tocó la difícil tarea de ser mamá en este
tiempo de escasez. Siempre me topaba con amigas e incluso familiares que me
decían que les avisara si encontraba determinado producto. Era un boca a boca»,
me describeDayimar Ayala, periodista joven y aguerrida, quien ha creado
una cuenta de twitter en forma de servicio público, una GPS para padres en
apuros.
Los martes son también los días
elegidos por Maduro para su programa de radio (que se emite por televisión).
Hoy toca Catia, zona tradicionalmente chavista. El presentador
narra las hazañas de la revolución y pregunta a una señora por las propuestas
presidenciales.
-Aquí no han cumplido con nada, no
tenemos agua, no tenemos pipotes... Yo no tengo de nada, ni siquiera la
pensión.
Pillado por el directo, el locutor se
come los nervios y pregunta a otra mujer. La respuesta provoca el corte
inmediato de la transmisión: «Esperamos que el presidente nos ayude, porque hay
problemática con el agua...».
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