Fernando Mires 04 de julio de 2014
No se trata de reemplazar el fallido
slogan de “La Salida” por el de “La Caída”. Pero lo cierto es que el gobierno
de Venezuela sigue, aunque de modo acelerado, evidenciado ya desde el dudoso
triunfo presidencial de Maduro, un notorio proceso de descomposición interna.
El madurismo, si es que se puede llamar así al momento de Maduro, no es más que
el declive del chavismo, o como he intentado formular en otros artículos, “la
última fase del chavismo”. Creo que bajo esa rúbrica pasará a figurar en los
libros de historia.
En ese orden, la famosa carta del ex
ministro y albacea ideológico de Chávez, Jorge Giordani, en contra de Maduro y
el grupo que lo apoya, es solo la punta de un “iceberg” cuyas profundidades son
por el momento imposibles de medir.
La crisis del chavismo -y la lucha encarnizada de fracciones que ha
desatado, por primera vez de modo público- es también la crisis del populimo
chavista.
El problema de Maduro no es que él sea
populista sino que, aunque él así lo quiera, no puede serlo. Recordemos que
bajo la égida de Chávez diferentes grupos ideológicos fueron articulados
alrededor de su carisma cumpliéndose la quintaesencia de todo populismo, la de
que no hay populismo sin líder populista. Pero Maduro es cualquiera cosa menos
un líder. Peor aún, en todo el contexto del chavismo no hay ningún personaje en
condiciones de restituir un liderazgo medianamente unitario.
No olvidemos que el principal oponente
interno de Maduro es (o era) Diosdado Cabello, pero Cabello es el político más
detestado de su país, incluyendo en esa evaluación a no pocos chavistas.
En cierta medida se cumplen en
Venezuela los síntomas que detectara Nicos Poulantzas cuando en los años
setenta escribió su entonces muy divulgado libro titulado “La Crisis de las
Dictaduras” (Siglo XXl, Madrid 1974), cuyo objetivo fue analizar el descenso de
las dictaduras de España, Portugal y Grecia.
Aplicando la terminología de
Poulantzas, en el caso venezolano se observan al igual que en los tiempos del
franquismo, del salazarismo y de los coroneles griegos, grietas muy profundas
en el “bloque en el poder”, grietas que para Poulantzas eran los signos del
comienzo del final. Por otra parte, esas grietas surgen como resultado de una
intensa lucha por la hegemonía ideológica al interior del bloque de dominación.
Eso no significa por supuesto que Maduro va a caer mañana. Pues si miramos
bien, en Venezuela hay por lo menos tres condiciones que no ajustan con el
análisis de Poulantzas
La primera, es que el sistema de poder
chavista es, además de militar, electoral, vale decir, el régimen se ha dotado
de una válvula de escape destinada a disminuir las tensiones en su propia
esfera.
La segunda, es que dentro del bloque
de poder chavista (o post-chavista) no hay por el momento nada parecido a un
Adolfo Suárez u otros similares, vale decir, alguien en condiciones de hacer el
enlace entre una parte del bloque de poder y sectores de la oposición
democrática. Ese rol pudo haberlo jugado Maduro cuando llegó el momento del
llamado “diálogo”. Pero el mismo se encargó de dinamitar esa salida, optando
por entregar aún más poder a los militares y aumentando la represión a niveles
a los cuales nunca llegó Chávez. Hoy la Junta Cívica Militar (Maduro) es una
Junta Militar Cívica.
La tercera condición es que no solo el
gobierno de Maduro está en crisis. La oposición también lo está. Pero en este
punto es importante anotar una diferencia.
Mientras la de la oposición es una
crisis surgida de la lucha por el liderazgo entre líderes o quienes creen
serlo, la del gobierno es una crisis programática. A la inversa, en cuanto al
programa, hay en el conjunto de la oposición consenso en torno a las tareas que
deberá enfrentar un futuro gobierno, entre otras, restauración de las
libertades cívicas, democratización del Estado, desmilitarización de la
política y, en lo económico, creación de una base para el desarrollo de una
economía social de mercado.
La crisis del poder al interior del
bloque dominante chavista se da, por el contrario, entre los partidarios de un
capitalismo de Estado con ciertos matices populistas y los seguidores de, según
Maduro, “un socialismo trasnochado”. En ese sentido no deja de ser interesante
señalar que Cuba exportó hacia Venezuela no solo un modelo de dominación, sino
también su propia crisis política interna. La de Venezuela, en efecto, parece
ser solo un reflejo de la que hoy es imposible disimular en Cuba: una crisis
que estallará con fuerza en la era “post-Castro” (la que ya está comenzando)
entre las corrientes "estado-capitalistas" y las comunistas
ortodoxas.
En cualquier caso, la lucha al
interior de la oligarquía chavista parece no estar dada por el momento entre
Maduro y Cabello. Maduro ha optado por una salida militarista (es decir, por
Cabello) Y a diferencias de lo que ocurría en el pasado reciente, cuando se
pensaba que los militares se moverían hacia donde fuera Cabello, hoy parece
ocurrir al revés. Cabello, aunque sea solo para sobrevivir, se mueve hacia
donde van los militares.
Frente a la emergencia de un gobierno
militarista con peligrosas inclinaciones gangsteriles, las luchas por el
liderazgo al interior de la oposición, disfrazadas por una absurda discusión a
favor o en contra de una Asamblea Constituyente (un evento que nadie tiene
fuerzas para imponer), son, por decir lo menos, irresponsables. En un punto al
menos tiene razón Capriles: “La Salida” cuando fue inoportunamente planteada,
dividió a la oposición. Y ahora –se agrega aquí- cuando quizás está llegando el
momento de plantearla, aunque sea electoralmente, no parece posible pues la
oposición está dividida. Mejor dicho: fue dividida.
La verdad, yo pensaba escribir sobre
fútbol. Pero Venezuela no me deja en paz.
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