Por Vladimiro Mujica,
04/09/2014
Como muchas de las
imágenes comunicacionales en las cuales nuestros gobernantes se han vuelto
expertos, cada anuncio del gobierno debe entenderse en el sentido Orwelliano:
no simplemente como lo contrario de lo que se anuncia sino destinado a
confundir y engañar, a crear las realidades necesarias para justificar una
acción política determinada. La última creación de nuestros gobernantes,
reiterada profusamente por el presidente Maduro en todos los medios de
comunicación, de que se avecinaba un sacudón, presumiblemente para adelantar
los cambios en política económica que tanto el país rojo como el país azul
están exigiendo de nuestros inefables dirigentes, concluyó como un anticlímax.
El tantas veces
anunciado Sacudón, junto con la parafernalia y el boato comunicacional que
acompañó su puesta en escena, no solamente terminó por ser un tímido temblor,
sino que en verdad resulta difícil en este ejercicio de reciclaje infinito de
las mismas caras en diferentes puestos que ha acogotado al país en esta década
y media interminable, en qué consisten los cambios. Quizás la salida de Ramírez
al frente de la economía pueda tener algunas consecuencias medibles, pero
realmente el cambio de gabinete parece ser un ejercicio gatopardiano en grado
extremo: cambiar para que nada cambie.
De modo pues, que
corresponde hacerse a la idea de que el deterioro y la casi caída libre de la
economía venezolana continuarán sin cambio, igual que el gabinete. La sordera
descomunal que despliega el gobierno frente al creciente descontento popular es
tremendamente preocupante porque cada día aumenta el riesgo de que una acción
de protesta popular en cualquier parte de Venezuela desemboque en una reacción
en cadena que ni siquiera la represión será capaz de atajar. De más está decir
que un escenario caótico y de desorden es lo que menos puede desear el país
democrático, pero el régimen sigue jugando con fuego.
Venezuela continúa su
lenta pero ininterrumpida marcha hacia convertirse en un país donde la realidad
está completamente divorciada del universo fantasioso del discurso oficialista.
Pero hay también fuertes señales de que no solamente la oposición no le cree al
gobierno, sino que hay un reacción creciente de descontento en las propias
bases de apoyo del chavismo. Todo esto apunta a la necesidad de continuar el
juego de estimular simultáneamente la rebelión ciudadana pacífica y
constitucional y el manejo sabio de los escenarios electorales que se avecinan.
El sacudoncito, para ser
más preciso con lo que en verdad ocurrió, es tan sólo una muestra más del
olímpico desprecio que nuestros gobernantes sienten por el pueblo de este país.
La nación deshaciéndose
por los cuatros costados y el gobierno tratando de hilvanar a duras penas un
discurso pobre y marchito de defensa de la revolución contra sus pretendidos
enemigos externos. Todavía nos queda mucho por hurgar en el alma nacional para
descubrir las claves del apoyo que aún conserva un régimen que en cualquier
sentido real ha traicionado profundamente los intereses del pueblo que dice
defender.
No hay rectificación
alguna en la conducta del gobierno. Cabe pues pensar que no habrá ninguna
rectificación de las políticas que han disparado a Venezuela hacia el pasado de
las montoneras y el paludismo del siglo XIX, probablemente porque Maduro no
tiene el liderazgo para hacer lo que habría que hacer y también porque, si
hiciera falta otra demostración de la infame doctrina que Guaicaipuro Lameda atribuye
a Jorge Giordani, la revolución necesita de los pobres para avanzar. En un
sentido difícil de aceptar por el cinismo que implica, la revolución no es
enemiga de la pobreza sino de los pobres porque requiere de su existencia para
justificar su discurso de resentimiento y enfrentamiento.
Más de lo mismo, o,
mejor dicho, peor de lo mismo. No hay ningún camino fácil para salir de esta
pesadilla distinto a la ruta democrática y constitucional que la alternativa
democrática ha venido avanzando. Pero todavía seguimos sin convencer a nuestro
pueblo de que no hay ninguna razón para seguir aguantando que nuestro destino
como nación sea pulverizado por gente que ha traicionado toda la esperanza de
cambio que en su momento empujó a Chávez al poder.
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