Jean Maninat 22 de mayo de 2015
A estas alturas del juego, las paredes y
muros de Venezuela deberían estar atiborradas de pintas con la interrogante
acerca de la fecha definitiva en que tendrían lugar las elecciones
parlamentarias. Seguramente la escasez de aerosoles en el mercado, o una
voluntad férrea de no contribuir más con la polución visual de los espacios
urbanos lo ha impedido. Pero esa es la pregunta política del momento. El
aguijón en la retina que no deja dormir en paz a los altos mandos del
socialismo del siglo XXI. Su reloj no marques las horas…
Hasta no hace mucho, mencionar las
elecciones parlamentarias podía levantar olas gigantescas de ira en los
sectores más radicalizados de la oposición, con su consecuente reflujo de
cacería de brujas en pos de los herejes entreguistas, colaboracionistas
-vichystas, soltaban los más sofisticados- a los que endilgaban el fracaso de su
búsqueda de una salida inmediata y hecha a su medida. Todo pareciera indicar
que han puesto en remojo las viejas consignas a la espera del primer avance
democrático -un eventual triunfo de la oposición en las elecciones
parlamentarias- para salir a exigir de nuevo el todo por el todo y acusar de
blandengues a quienes no los sigan. Escríbalo.
El alto mando del llamado “proceso
revolucionario” ha venido de traspié en traspié, de mango en mango, sin dar
señales de querer comprender lo que está sucediendo y menos aún mostrar atisbo
alguno de querer enmendar la ruta hacia el precipicio. Su credibilidad se
desvanece al ritmo de las reservas internacionales del país, y ni siquiera los
incondicionales aliados regionales de siempre quieren aventurarse al mar de la solidaridad
con esa roca roja rojita atada al pescuezo. De allí la preocupación creciente
porque se realice la consulta electoral que está pautada para este año y se
inicie un proceso de diálogo democrático verdadero en el país. Al menos esos
son sus deseos públicos.
Una persona tan recatada como la
presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, ha permitido que su canciller sugiera -es
una palabra fuerte en el lenguaje diplomático- que las elecciones
parlamentarias se lleven a cabo con certeza. Otro tanto hizo la presidenta de
Chile, Michelle Bachelet; y en su momento lo pidió el grupo de expresidentes
comprometido en promover la recuperación democrática de Venezuela. Y, aunque
usted no lo crea, hasta el nada imparcial secretario general de Unasur, sí, sí,
ese mismo… Ernesto Samper, manifestó recientemente su deseo de que las
elecciones se realicen “cuanto antes”. Por primera vez en mucho tiempo, empieza
a surgir una presión importante a nivel internacional para que el gobierno y el
CNE respeten la trasparencia de los procesos electorales en Venezuela. Es un
dato que no debería ser menoscabado.
¿Cuándo son las parlamentarias? Es una
pregunta que puede convertirse en el detonante de una campaña internacional
potente, que podría presionar al CNE para que cumpla con sus funciones sin
dejar espacios libres para la sospecha de lenidad frente al Poder Ejecutivo, y
que abriría paso a una eventual veeduría electoral externa efectiva.
Difícilmente algún gobierno podría sustraerse a un llamado a garantizar la
pulcritud de un evento electoral que, como las elecciones para renovar la
Asamblea Nacional, ha cobrado una dimensión determinante para la salud
democrática de la región.
La MUD ha hecho una labor excepcional -a
pesar de tantas dificultades- para organizar la escogencia de candidaturas con
transparencia y responsabilidad. Una vez que comience la campaña se debería
evitar toda tentación de darle contenidos épicos, característica de movimiento
telúrico plebiscitario, de regreso a la salida y sus calles ciegas. Recuperar
la dignidad de la Asamblea Nacional, devolverles a los diputados su condición
de representantes del pueblo que los eligió, recobrar su independencia frente al
Poder Ejecutivo y obligarlo a rendir cuentas de sus acciones, ya serían logros
inmensos, fundamentales para la recuperación democrática del país. El poder lo
sabe y quiere impedirlo.
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