Por Ricardo
Escalante, 21/05/2014
Con su apellido
búlgaro Rousseff y a sus 68 años, Dilma es una mujer de encantos y enigmas. Un
personaje admirable y censurable a la vez, que con carácter fuerte ha llevado
una vida de montaña rusa, con ascensos lentos y descensos vertiginosos.
Desde temprano
afloró su debilidad por los asuntos que a todos interesaban y se formó para
eso, para dirigir y colocarse en el centro de la polémica. Siempre le interesó
la lectura y estudió música. Es culta. Fue a escuelas para niñas de clase media
alta y pronto se dejó llevar por devaneos marxistas, pero ha tenido tacto para
no arrojar el gigante brasileño por abismos totalitarios ni para declararse
presidenta ad infinitum. No. Tolera la disidencia a pesar de su piel sensible a
los cuestionamientos. Practica el pluralismo a pesar de haber aprendido a
conspirar, manejar un fusil y fabricar bombas.
Cuando su médico le
informó que estaba afectada por cáncer linfático y debía someterse a un
tratamiento riguroso, escuchó sin mover un solo músculo del rostro, para luego
exclamar “¡La vida nunca ha sido fácil!”, frase ilustrativa de una personalidad
recia, siempre preparada para lo peor.
Dos matrimonios,
dos divorcios, una hija. Aunque se conserva bien y el poder le otorga un aura
especial, no se le conocen amoríos. Cuida su vida privada, aunque las
consecuencias de su vida pública disten de ser color de rosa. No
otorga magia a lo que toca. A juzgar por los resultados, la formación económica
le ha servido poco: Encabezó a Petrobras y de chiripa se libró de ser enjuiciada;
en sus dos mandatos presidenciales ha hecho de Brasil un desastre. Los tiempos
de desarrollo sostenido, con gobiernos honestos, como en la época de Fernando
Henrique Cardoso, quedaron atrás.
El desastre ha sido
reconocido hasta por su ministro de Hacienda, el liberal Joaquim Levy, quien
con guante de seda ha dicho que la presidenta tiene un genuino deseo de
arreglar las cosas, aunque no de manera fácil y efectiva.
Dilma ascendió a la
cúspide al influjo del demagogo Lula Da Silva, que ahora desliza su descontento
porque ella no se dejó tutelar. Lula siempre fue admirador de antidemócratas
como Hugo Chávez y favorecedor de los intereses de la empresa Odebrech, Dilma
no. Ella tiene el mérito de reclamar la excarcelación de presos políticos en
Venezuela y el respeto a la libertad de prensa. ¡Esa es Dilma!
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