Fernando Mires 27 de mayo de 2015
Para partir desde lo más elemental: Si
hablamos de unidad política tenemos que hacerlo en la perspectiva de una unidad
de las diferencias. Entre no-diferentes no puede haber unidad porque por
definición están unidos. La unidad surge precisamente de las diferencias. Por
eso mismo las diferencias no desaparecen con la unidad sino que se mantienen,
aunque subordinadas, a los puntos que llevan a contraerla. La unidad, por lo
tanto, solo rige con relación a los puntos unitarios y nada más.
En el sentido expuesto toda unidad
política implica una alianza. A la vez, toda alianza tiene lugar bajo un pacto.
Un pacto es contraído por dos o más partidos en función del cumplimiento de un
objetivo común. Sin embargo, no todo pacto implica una alianza. En política
como en la guerra puede haber pactos entre fuerzas enemigas. Los pactos al
interior de una alianza, en cambio, están determinados por un objetivo común.
En política un objetivo común supone la existencia de un enemigo común. Con la
derrota de un enemigo común termina el pacto y las alianzas deben ser renovadas
en función de otros objetivos, o simplemente finiquitadas. En política no hay
matrimonios por amor, todos son por conveniencia.
Las alianzas unitarias pueden ser de
carácter defensivo u ofensivo. En el vocabulario político las alianzas
defensivas reciben el nombre de frentes (ejemplo, los Frentes Populares
antifascistas aparecidos en la Europa de los años treinta). No hay frentes
ofensivos. Cuando las alianzas políticas son realizadas en términos electorales,
son defensivas y ofensivas a la vez. Defensivas son cuando se trata de agrupar
a fuerzas dispersas. Ofensivas, cuando llega el momento de la batalla
electoral.
Una alianza de partidos no puede ser
regida con los mismos criterios que un partido político. Eso supone una
dirección colegiada de carácter permanente en donde deben ser debatidas
diversas acciones comunes. Luego, las divergencias dentro de una alianza no
solo son posibles sino, además, necesarias. Sin embargo, hay dos tipos de
divergencias: las que se refieren a temas que no están contemplados en el pacto
común y las que dicen relación con el pacto. El no acatamiento de las
condiciones que hacen al pacto pone en peligro a la unidad en su conjunto.
Si un partido de una alianza, el que
estando de acuerdo en luchar en contra del enemigo común, diverge radicalmente
de las formas, métodos y estrategias de lucha con respecto a los otros partidos
de la alianza, tiene dos posibilidades. Una es poner término al contrato que lo
llevó a la alianza y convertirse en una fuerza política independiente. La
segunda es actuar solo en determinados puntos de modo unilateral y en otros de
modo multilateral, posibilidad que precisa del consentimiento de los demás
miembros de la alianza. Si ese caso se da, una acción unilateral nunca deberá
ser realizada en nombre de la alianza común, sino solo en nombre del partido
unilateral. Para poner un ejemplo: si un partido convoca a una acción con la
cual no están de acuerdo o no han sido consultados los demás partidos, su
convocatoria solo podrá ser dirigida a los seguidores de ese partido. Hacerla
extensiva a otros partidos significa usurpar las funciones de la dirección
política común.
En general las alianzas unitarias no
siguen solo las rutas dictadas por directivas colegiadas. Si así fuera, las
alianzas políticas serian simples organizaciones burocráticas. Es por eso que
las funciones de la dirección colectiva suelen asumirlas, en determinadas
circunstancias, los llamados líderes, es decir personas que por su historial,
prestigio o carisma, les son concedidas atribuciones para convocar al conjunto
unitario sin previa consulta ni deliberación. Pero hay, como es sabido, dos
tipos de líderes. Los líderes generales y los líderes sectoriales. Los primeros
son reconocidos por el conjunto de sectores que forman una alianza (por
ejemplo, Perón o Chávez). Los segundos son solo líderes de un partido o de un
movimiento. Por lo tanto, como ocurre en el caso de los partidos unilaterales,
dichos líderes no tienen ningún derecho a imponer liderazgo sobre otros
partidos o movimientos que no los reconocen como líderes.
Los auténticos líderes son líderes
unitarios, es decir, los que han sido capaces de aunar diversos desacuerdos en
función de denominadores comunes, sean programáticos o simplemente simbólicos.
Por esa misma razón, los auténticos líderes han llegado a serlo porque fueron
los primeros en respetar la unidad de las fuerzas que dirigían o representaban.
Gandhi o Mandela por ejemplo, ejercieron indiscutido liderazgo gracias a la
capacidad que poseían ambos para producir acuerdos entre las diferentes
discordias de sus respectivos movimientos. Ellos entendieron que hacer política
significa dominar, antes que nada, el arte de sumar. Los que quieren ser
líderes y solo conocen el arte de restar, nunca serán líderes.
Y para terminar, un twitter de la
profesora María Isabel Puerta: “De nada sirve hablar de Unidad sin practicarla.
La Oposición es un compromiso, no una fachada”.
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