Américo Martin 28 de mayo de 2015
@AmericoMartin
Lo ocurrido en España ha resultado ser
el más actual y pertinente laboratorio político. Para los ultristas de ambos
extremos el asunto era un pendular del badajo, pero los electores, con más
sentido común, optaron por el más sabio de los resultados. Como descubriera
Siddarta observando el discurrir de un río, la verdad está en el centro, no en
las partes caudalosas. “La verdad” de que hablo no se va a honduras filosóficas
o conceptuales, no. Va a las grandes decisiones que han de tomarse en procesos
electorales para facilitar el progreso. Pasan ellas –acaba de ocurrir en el
caso español- por reflexiones que eluden las victorias absolutas cuando puedan
causar tragedias o regresiones crueles. Ante las confrontaciones extremas, lo
procedente es encontrar salidas que incluyan a los otros, incluso a los
rivales, aunque nadie obtenga la totalidad de lo que ofreciera. Pero cuando le
abrimos la puerta a consideraciones de ese tipo, lo que estamos admitiendo,
creámoslo o no, es el enorme papel de la política, la calumniada, la maltratada
política.
Puesto que hablamos de un importante
suceso de la siempre auspiciosa tierra de nuestros ancestros, vuelvo a
mencionar a un súbdito de España, madrileño por más señas; ¡vamos hombre, que
hablo de don José Ortega y Gasset! Digo “vuelvo a mencionarlo” porque
recientemente lo he invocado, y para propósitos similares a los que aquí me
traen. Entonces, aproveché el merecido premio ilustrado con el nombre del agudo
filósofo y ensayista, que recibe mi amigo Teodoro Petkoff de manos del
facilitador Felipe González, si es que este gran sevillano puede ingresar a
Venezuela. O a Oceanía, si desde la tumba, me otorga su venia, George Orwell.
¿Por qué los políticos y sobre todo los
parlamentarios tienen tan mala prensa? se preguntaba Ortega -comenzando la
década de los años 1920- en ese arcano de sabiduría práctica de su emblemática
obra “La rebelión de las masas” que a ratos ilumina sus afirmaciones.
¡Ah! se contestaba a sí mismo: porque
cultivan un arte que nos recuerda nuestra dependencia de los demás.
Los militares victoriosos y los
autócratas de “una sola palabra” deslumbran al comenzar. Imponen la totalidad
de sus ofertas, sin admitir ninguna otra alegando su apego a los principios y
dando por válidos los “colaterales”: dictadura, pensamiento único, brutal
represión. En contraste con la propensión de los “políticos” a reunirse con el
adversario que ayer insultaron, a ver cómo entre todos buscan transacciones que
conduzcan a grandes soluciones. Transar equivale a ceder parcialmente salvando
lo principal. En la democracia todos caben o deben caber.
Casi todos los analistas del resultado
electoral en España coinciden en que el pueblo ha hecho posible la negociación
de gobernabilidad y la que postule seguir superando la crisis, pero sin las
imposiciones soberbias que a veces acompañan a los ganadores absolutos.
Lo cierto es que el PP y el PSOE sacaron
una amplia ventaja a Podemos y Ciudadanos, las agrupaciones emergentes, pero no
al punto de que alguno de ellos pueda gobernar solo. También es verdad que las
alarmas sobre una posible victoria de Podemos han sido claramente desmentidas
por la realidad.
¿Quién ganó entonces? Ganó la democracia
en el sentido de que se perdió quizá para siempre la deriva hacia el modelo
chavista, tan anelosamente buscada y financiada por el gobierno de Maduro. Y lo
digo de manera tan enfática porque la durísima crisis que ha vivido España
parece estar en vía de solución y la moderación centrista podrá conducirla
hacia la estabilidad. En ese sentido, el PP ganó también, mucho más si logra
retener el mando, por supuesto no incompartido. El PSOE ganó incluso más, pese
a recibir menos votos que el PP. Si en este momento el centro será la estación
disyuntora del futuro avance español, no hay nadie más centrista que el PSOE,
ni mejor colocado para negociar con los que tiene a su izquierda y a su
derecha.
El mundo está al tanto del virtual
naufragio madurista. A estas alturas -digo por primera vez- semejante tendencia
es irreversible y por lo tanto urge una solución que la alternativa democrática
quiere pacífica, electoral y constitucional. ¿Es mucho pedir? No lo creo. El
gobierno venezolano está debilitado como nunca. Si fuera tan hábil cual pudo
serlo Podemos, daría un paso hacia el centro del diapasón, despidiendo a los
grandes corruptos y a los ultristas similares a Monedero, el expulsado de las
filas de Podemos. Paso éste, que deberían imitar, si quieren mitigar el gran
colapso electoral y político. Pero ni Maduro es un Metternich, ni su precaria
fuerza le permite imponer cambios a un partido confundido y aparentemente
enloquecido en su intransigencia.
Durante demasiado tiempo se han amarrado
al insulto y la amenaza, difundiendo el espejismo de la Guerra económica y la
desastibilización golpista para explicarle al mundo y a sus leales por qué
diablos nada les sale; no digo el socialismo siglo XXI y demás zarandajas
grandilocuentes, sino el día a día, plagado de promesas incumplidas.
En la mano tienen dos cartas: abrir el
puño o cerrarlo; perseguir o dialogar. Han eludido pronunciarse por no pagar
costos políticos terminales, no obstante hay siempre un momento en que no queda
tela para correr arrugas. La hora señalada asoma el rostro.
En medio de la borrasca y con lo que se
diga de ella, la alternativa democrática es el punto estable, el llegadero. La
política vuelve a ganarle a la guerra. Hasta quienes la difamaron se aferrarán
a ella.
Es su secreta manera de vengarse.
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