Por Américo Martín,
22/05/2015
Los que me hayan
seguido en la aventura de escribir artículos semanales en un medio vigilado y
acosado como TalCual, puede que no hayan olvidado las citas que se cuelan en
ellos sobre Orwell, Arendh, Zinoviev y otros tempranos autores, ocupados en
descubrir lo que sea el totalitarismo.
Vuelvo al tema
atraído por la manipulación del lenguaje que debemos a los jerarcas del Poder
en Venezuela como parte integral de la operación de controlar mentes y
espacios, reprimir brutalmente a los disidentes, tomar por asalto los medios
independientes y cambiar la historia para ponerla a su servicio; todo a un
ritmo endiablado con el objeto de reescribir el pasado borrando a los
protagonistas que renuncien a la causa suprema y confiesen secretos
estremecedores. El Mandarinato ha condenado por traidores y agentes de la CIA o
del Pentágono a aquellos caídos en desgracia a quienes apenas ayer exaltaban
como héroes de la revolución. El general Baduel, por ejemplo, tenido alguna vez
por segundo jefe de la revolución, esta reducido a una prisión de la cual no
quiso salir por razones de dignidad personal.
Me anima igualmente
a volver, la lectura de una reciente obra: La Neolengua del Poder en Venezuela,
escrita por cinco investigadores, Canovas González, Leañez Aristimuño, Graterol
Stefanelli, Herrera Orellana y Matheus Hidalgo. Han querido estos pertinentes
escritores desentrañar el lugar del lenguaje en la castración mental de los
venezolanos, como premisa para controlar a la gente y satisfacer morbosas
ansias de dominio. Por cierto, absoluto y eterno, pese a que no sea fácil
cerrar el círculo totalitario debido a la oposición interna e internacional.
“Interna” quiere decir también: dentro y fuera del mismo Poder. Y en cuanto a
la eternidad vale recordar que no siempre -no lo es en este caso- querer es
poder.
“Neolengua” fue el
neologismo usado por Orwell para relacionar el lenguaje con el totalitarismo.
El temible dictador a quien Orwell llama “the big brother” es Stalin,
diabólicamente eficaz en el ejercicio de la maldad. Aun sin llegar a los
extremos del terrible georgiano, tres de los métodos del binomio del mando
venezolano harían las delicias de Orwell:
– Homologar
acusación y condena. Como en los oscuros tiempos -allá por el medioevo- de la
antigua Inquisición, al régimen le basta con acusar o tomar por valedera las
infamias de terceros que se disparen contra la disidencia. No tiene que probar
nada; es el abrumado disidente quien debe hacerlo. Desde mediados del siglo
XVIII se había en justicia lo contrario. El Derecho Penal comenzaba a
humanizarse. Quizá por eso algunos describen la situación que hoy vivimos como
una regresión de mas de dos siglos.
– Incurrir en la
más fétida corrupción, y proyectarla sin mas a los denunciantes.
– Edificar el
pensamiento único sobre los escombros de la libertad de prensa mediante la
censura, compra de medios o abierta represión.
Dos hechos anuncian
cambios fulgurantes. Las primarias ¡con sus 640 mil votantes! y la tolvanera
que acusa al Poder por la comisión de delitos de alta monta.
Dos. Una y dos.
Dícese que a la tercera –unidad mediante- va la vencida.
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