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sábado, 23 de mayo de 2015

Lengua y dominación, @AmericoMartin



Por Américo Martín, 22/05/2015

Los que me hayan seguido en la aventura de escribir artículos semanales en un medio vigilado y acosado como TalCual, puede que no hayan olvidado las citas que se cuelan en ellos sobre Orwell, Arendh, Zinoviev y otros tempranos autores, ocupados en descubrir lo que sea el totalitarismo.

Vuelvo al tema atraído por la manipulación del lenguaje que debemos a los jerarcas del Poder en Venezuela como parte integral de la operación de controlar mentes y espacios, reprimir brutalmente a los disidentes, tomar por asalto los medios independientes y cambiar la historia para ponerla a su servicio; todo a un ritmo endiablado con el objeto de reescribir el pasado borrando a los protagonistas que renuncien a la causa suprema y confiesen secretos estremecedores. El Mandarinato ha condenado por traidores y agentes de la CIA o del Pentágono a aquellos caídos en desgracia a quienes apenas ayer exaltaban como héroes de la revolución. El general Baduel, por ejemplo, tenido alguna vez por segundo jefe de la revolución, esta reducido a una prisión de la cual no quiso salir por razones de dignidad personal.

Me anima igualmente a volver, la lectura de una reciente obra: La Neolengua del Poder en Venezuela, escrita por cinco investigadores, Canovas González, Leañez Aristimuño, Graterol Stefanelli, Herrera Orellana y Matheus Hidalgo. Han querido estos pertinentes escritores desentrañar el lugar del lenguaje en la castración mental de los venezolanos, como premisa para controlar a la gente y satisfacer morbosas ansias de dominio. Por cierto, absoluto y eterno, pese a que no sea fácil cerrar el círculo totalitario debido a la oposición interna e internacional. “Interna” quiere decir también: dentro y fuera del mismo Poder. Y en cuanto a la eternidad vale recordar que no siempre -no lo es en este caso- querer es poder.

“Neolengua” fue el neologismo usado por Orwell para relacionar el lenguaje con el totalitarismo. El temible dictador a quien Orwell llama “the big brother” es Stalin, diabólicamente eficaz en el ejercicio de la maldad. Aun sin llegar a los extremos del terrible georgiano, tres de los métodos del binomio del mando venezolano harían las delicias de Orwell:

– Homologar acusación y condena. Como en los oscuros tiempos -allá por el medioevo- de la antigua Inquisición, al régimen le basta con acusar o tomar por valedera las infamias de terceros que se disparen contra la disidencia. No tiene que probar nada; es el abrumado disidente quien debe hacerlo. Desde mediados del siglo XVIII se había en justicia lo contrario. El Derecho Penal comenzaba a humanizarse. Quizá por eso algunos describen la situación que hoy vivimos como una regresión de mas de dos siglos.

– Incurrir en la más fétida corrupción, y proyectarla sin mas a los denunciantes.

– Edificar el pensamiento único sobre los escombros de la libertad de prensa mediante la censura, compra de medios o abierta represión.

Dos hechos anuncian cambios fulgurantes. Las primarias ¡con sus 640 mil votantes! y la tolvanera que acusa al Poder por la comisión de delitos de alta monta.

Dos. Una y dos. Dícese que a la tercera –unidad mediante- va la vencida.



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