Por Soledad Morillo
Belloso, 29/05/2015
Algunos fuimos
acusados de pájaros de mal agüero, de viudas del pasado, de profesionales del
pesimismo. Nos hartamos de alertar que la bonanza del precio del petróleo era
un espejismo y que a todo evento debíamos evitar caer en la tentación de
emborracharnos. Que si nos embriagábamos con desmesura, las patas del ratón nos
saldrían hasta por las orejas. De nada sirve el "yo te lo dije". Amen
de antipático, es patéticamente estéril. Porque la borrachera ocurrió y ahora
hay que trasegar el ratón y sin medios para siquiera tomarse un par de
aspirinas.
Al país se le hace
una daño inmenso cuando se le miente, cuando se le pretende embrujar con
sortilegios lingüísticos. Es cierto que no es la primera vez que hemos tenido
un alto índice inflacionario. Pero lo grave está en la confluencia de inflación
descontrolada, escasez de todo, bajísima producción nacional, notorio desabastecimiento
y disgusto generalizado. Eso, en síntesis, es una bomba quiebra patas. Los
controles de precios y de la moneda, la corrupción incalculable, la acidez del
verbo gubernamental y la negación de la evidencia se mezclan con la abulia
ciudadana y la franca incapacidad de la población para comprender a ciencia
cierta qué diantres pasó, qué pasa y qué pasará.
El gran desafío de
los políticos oficialistas es conseguir que la gente siga creyendo en esta
fantasía idiota. Y si no hay plata para aumentar sueldos o hacer obras, hay sí
suficiente dinero para una campaña de engaños, de besuqueadera, de comida de
muchas calorías y pocos nutrientes. El reto de los líderes de oposición, sean o
no candidatos a las curules parlamentarias, es despertar a los millones de
ciudadanos de esta pesadilla disfrazada de sueño de una noche de verano. La
verdad por delante. Cruda y dura. Aunque duela. Claro, los verdaderos líderes
saben y entienden que tienen que poner la espalda para recibir los cuerazos.
Liderar no es ponerse por arriba, sino al frente, a los lados y atrás. Estamos
en un laberinto. Y de los laberintos sólo se sale por arriba, como bien escribe
Leopoldo Marechal.
Estoy convencida
que de este desmadre saldremos. Magullados, escaldados y, seguramente,
desilusionados. Ojalá al menos, cuando consigamos superar el caos en el que
pataleamos, hayamos aprendido algo. Porque si bien la responsabilidad del
fracaso económico y social de Venezuela es fundamentalmente del gobierno, el
costo de ese portentoso fracaso lo estamos pagando todos hoy y, más grave aún,
lo pagarán nuestros hijos y nietos. Hay que aprender. De lo contrario, ni la
borrachera ni el ratón tendrán el más mínimo sentido y propósito.
Por supuesto, en
democracia hay que protestar. Hay que decirle al gobierno todos los días y por
todas las vías posibles que tiene que rectificar y cambiar. Pero, también en
democracia, cuando el gobierno se niega a cambiar, llega el momento en que por
vía constitucional, y sólo por esa vía, hay que cambiarlo. La domesticación no
está en el guión de ningún ser que crea en la democracia. A los gobiernos malos
que se niegan a cambiar hay que botarlos legalmente, echarlos, sacarles tarjeta
roja, con votos.
Así que si usted
todavía cree que esto no tiene remedio, prepare su ánimo y su dedo. El mejor
instrumento de un demócrata venezolano es el flexor digital máximo. Úselo con
rabia, con inteligencia, con conciencia y, sobre todo, con pasión. La pasión es
la mejor gasolina que mueve el carro de la democracia.
@solmorillob
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