Rosalía Moros de Borregales 28 de mayo de 2015
@RosaliaMorosB
Vivimos en un mundo lleno de situaciones
que nos hacen pensar y cambiar constantemente nuestros deseos. Un día pareciera
que estamos seguros de lo que queremos y al día siguiente es como si lo que
anhelamos se hubiera desvanecido mientras dormimos. En otras ocasiones cuando
anhelamos algo y lo logramos, por un poco de tiempo nos sentimos llenos, pero
pronto nos embarga una sensación de vacío, hasta el punto que muchas veces nos
sentimos como si realmente no hubiéramos logrado nada. ¡Pareciera que nuestras
almas son insaciables!
Vamos por un camino en el cual se
nos ofrece una gran diversidad de experiencias atractivas, las cuales prometen
hacernos mejores, tanto física como emocional y a veces intelectualmente. Es
como una escalera con un número incontable de escalones. Cuando vas en uno,
eres forzado al siguiente, y así sucesivamente sin que sepas donde termina.
Solo, que muchas veces esta escalera no va en ascenso sino en descenso.
Desafortunadamente, muchos nunca se
hacen conscientes de esta caída lenta, sino hasta que ya están demasiado
hundidos para levantarse por si mismos. Otros jamás notan que han caído, es su
estado natural. Y aún, hay quienes con mejor discernimiento, van en busca de
algo que los sacie, que los haga felices, pero de una felicidad duradera, para
pronto encontrar que el vacío es lo único que llena sus vidas.
¿Realmente, sabemos qué es lo que
queremos? ¿Sabemos acaso, dónde está la fuente de provisión de nuestros deseos
y anhelos más profundos? ¿Sabemos dónde encontrar ese preciado tesoro que no
hallamos en el mundo? ¿Sabemos cómo encontrarlo? ¿Sabemos a quién tenemos que
acudir en busca de él?
Hay un pasaje en la Biblia que nos relata
la historia de un hombre ciego llamado Bartimeo (Marcos 10:46-52). Dice la
Biblia que este hombre estaba sentado junto al camino mendigando. Suponemos que
en sus oscuros andares había escuchado de Jesús, pues al oír que la multitud
era a causa de él (Jesús), comenzó a gritar: ¡Jesús, hijo de David, ten
misericordia de mí! Muchos de los que estaban allí, intentaron callarlo, pero
Bartimeo gritaba mucho más fuerte: ¡Jesús, hijo de David, ten misericordia de
mí!
Entonces Jesús al escucharlo, se
detuvo y mandó a que lo trajeran a él, y alguno de los que estaban allí, lo
tomó y le dijo: ¡Ten confianza! ¡Jesús te llama! Vino pues Bartimeo ante Jesús,
y Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Entonces Bartimeo, absolutamente
seguro de lo que quería, le respondió: Maestro, que recobre la vista. Y Jesús
le dijo. ¡Vete, tu fe te ha salvado! La historia termina diciendo que al
instante recobró la vista y seguía a Jesús por el camino.
Creo firmemente que tu y yo podemos
ser ese Bartimeo, quizás no necesitamos recobrar nuestra vista física. ¿Pero estamos viendo con los ojos de nuestra
alma? ¿O acaso nuestra vista esta nublada? Bartimeo, sabía claramente cual era
su necesidad, y cuando pidió del Señor misericordia, sabía exactamente que era
lo que quería. Cuando Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Bartimeo
respondió sin vacilar: Maestro, que recobre la vista. Maravillosamente, él tuvo
lo que quería, porque él sabía lo que quería y sabía a quien pedírselo. El
sabía quien era la fuente, y cuando la encontró no dejó pasar esa oportunidad,
y desde el fondo de su ser lo gritó y lo pidió.
La Biblia nos dice que el reino de
los cielos lo arrebatan los valientes. Y vaya que fue valiente este hombre
llamado Bartimeo. Se imaginan todo el esfuerzo que tuvo que haber hecho para
ser tomado en cuenta en un lugar donde había una multitud y él estaba
mendigando. Seguramente, Bartimeo ya estaba acostumbrado a ser rechazado, pero
sin embargo, como sabía que se trataba de Jesús, y sabía que Jesús era la
fuente, entonces no dejó pasar su oportunidad.
Pienso y creo que Dios es un Padre
que siempre nos espera con los brazos abiertos. Pienso que vivimos tiempos
difíciles, no solo en nuestra nación, sino en el mundo entero. Pero son tiempos
en los cuales el llamado de Dios está vigente. Solo aquellos quienes tengan la
valentía de reconocer en Dios la fuente que saciará la sed de sus almas
insatisfechas, no dejarán pasar la oportunidad. Solo aquellos quienes saben que
teniendo a Dios lo tienen todo y que sin El no tienen nada, lo buscarán entre
la multitud, para oir su voz que nos pregunta hoy, como le preguntó a Bartimeo:
¿Qué quieres que te haga? Ojalá que tu y yo no vacilemos en contestar:
¡Maestro, que recuperemos la vista!
@RosaliaMorosB
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