ROSALÍA MOROS DE BORREGALES 24 de mayo de 2015
@RosaliaMorosB
Todos los seres humanos anhelamos la
felicidad, todos legítimamente tenemos derecho a una vida de paz. Sin embargo,
esa búsqueda constante por alcanzar el bienestar nos hace pensar que todo
depende de circunstancias exteriores; depende del entorno, depende del lugar en
el que vivimos, depende del clima, depende de la economía, depende de la
familia. Depende siempre de todo lo que está allá afuera y, como consecuencia
de este pensamiento junto con la actitud que lo acompaña, nuestras vidas son
como una montaña rusa en la que, dependiendo de las circunstancias, un día
estamos en la cúspide experimentando las emociones más fascinantes y al
siguiente estamos en el subsuelo deprimidos y amargados.
Crecemos como personas en muchos
aspectos, pero espiritualmente seguimos siendo tan inmaduros como niños. Somos
arrastrados por toda clase de factores externos; desde una publicidad, un
comentario, un chisme, una noticia, un chiste, hasta la expresión en el rostro
de otra persona. En fin, todo puede inducir en nosotros emociones que tomen el
control de nuestros pensamientos y, por ende, de nuestro proceder. ¡Por
supuesto! ¡Somos humanos, hechos de carne y hueso, con fibras nerviosas, con un
alma que siente! Pero, ¿acaso, esta actitud nos conducirá a la solución de
nuestros problemas? Dios nos ama, nos comprende más que nadie en este mundo. Él
nos hizo, conoce nuestro ser interior, nos ha capacitado para vivir una vida en
equilibrio. El desea que aprendamos a mirar más allá de las circunstancias.
Lo que sucede es que esto no es algo que
adquirimos en algún lugar especial, tampoco hay una receta específica para
lograrlo, pues la vida es como una biblioteca llena de libros en la que cada
libro narra una historia diferente. El único ingrediente en común para la
receta de cada uno es Dios. Si estamos en amistad con Él, cada uno cuenta con
el ingrediente fundamental. Jesús les dijo a sus discípulos en el evangelio
según San Juan, en el capítulo 16 verso
33: "Estas cosas les he hablado para que en Mí tengan paz. En el mundo
tendrán tribulación; pero confíen, Yo he vencido al mundo".
Si en cada circunstancia buscamos la
Palabra de Dios, encontraremos en ella la paz
"Estas cosas les he hablado para que en Mí tengan paz..." Si
dejamos de ver a nuestro alrededor poniendo los ojos en Dios, confiando
nuestras vidas a Él; entonces venceremos la tribulación, porque Él nos ha
prometido que Él ha vencido al mundo. Y vencer no significa que la tribulación
dejará de ser, sino que caminaremos en medio de ella de la mano de nuestro
Señor, que no usaremos nuestras propias herramientas sino las que Él nos ha
ofrecido. Dios está dispuesto a proveer para nosotros cada día lo necesario. El
camino es la comunión con Él en oración, en el aprendizaje de sus pensamientos
a través de su Palabra.
Los recientes acontecimientos en nuestro
país nos han conmocionado. Unos hemos sentido una bofetada en nuestro rostro,
otros una puñalada por la espalda; sentimos que ya no hay futuro para nuestros
hijos, que todo se ha perdido. Algunos nos hemos llenado de amargura. La
frustración se siente como un enorme peso que doblega nuestras espaldas. La
desesperanza, el desasosiego y la tristeza van convirtiéndose en depresión.
Como humanos todas estas reacciones son perfectamente comprensibles; sin
embargo, como cristianos nuestras vidas no deben depender de hombre alguno, ni
de un sistema. Aunque seamos afectados por él, Dios está por encima de todo.
Confiemos a Él nuestras vidas entendiendo que Él tiene un lugar para nosotros,
que nuestro futuro depende solo de Él, que nuestro destino individual está en
sus manos.
Cuando más allá de las circunstancias
ponemos nuestra mirada en Dios, nada ni nadie puede doblegarnos, porque aquel
en quien hemos creído ha vencido al mundo. ¡Y nosotros somos vencedores con Él!
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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