RAFAEL LUCIANI sábado 23 de mayo de 2015
@rafluciani
Romero tomó posesión del Arzobispado de
San Salvador el 22 de febrero de 1977 hasta que fue asesinado el 24 de marzo de
1980 durante la celebración de la eucaristía en la capilla del Hospitalito.
Durante esos tres años su honradez humana se vio sumida en un proceso de
conversión profunda al entrar en contacto con la realidad que vivían los
pobres.
Su proceso de conversión se refleja en
las homilías que compartía cada domingo por la mañana en la Catedral. Ellas
eran legendarias y se podían escuchar por radio. En una primera parte explicaba
las Escrituras para dar un mensaje de esperanza en medio de tanta violencia. En
una segunda parte hacía un discernimiento evangélico con su aplicación a las
circunstancias concretas del país. Repasaba los eventos más importantes de la
semana y emitía un juicio, denunciando a los victimarios y urgiéndolos a
cambiar, o acompañando a las víctimas y fortaleciéndolas en sus luchas.
Fiel al magisterio, entendió que la
salvación pasaba por el reconocimiento de la dignidad humana, el desarrollo
socioeconómico de cada sujeto y el respeto por la libertad. Así lo había
proclamado el Concilio Vaticano II (1962-1965) en la Constitución Gaudium et
Spes 1: «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los
hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a
la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo».
Él hizo suya esta opción pastoral que fue expresada por vez primera en el
magisterio latinoamericano cuando los obispos reunidos en Medellín (1968)
proclamaron la opción de Dios por los pobres. Por ello, él pedía «que todo lo
que ha querido impulsar el Concilio Vaticano II, la reunión de Medellín y de
Puebla, no sólo lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente, sino
que lo vivamos y lo traduzcamos en esta conflictiva realidad» (Homilía
23-03-1980).
Como pastor optó por los pobres,
antepuso la verdad y la profecía antes que lo políticamente correcto, y superó
la tentación clerical de vivir el poder como privilegio antes que como servicio
y entrega fraterna. Encontró a Jesús entre los pobres y desesperanzados, a
quienes acogió como los nuevos crucificados de la historia. Desde esa entrega
al pobre llamó a construir una civilización del amor, sin odio ni violencia,
donde todos podamos convivir superando las ideologías y creencias que nos
dividan. Su llamado sigue vigente: «no a la venganza, no a la lucha de clases,
no a la violencia. Sólo uno que esté ciego no puede ver que en estas
circunstancias de violencia y persecución, hemos estado con el que sufre, sea
pobre o rico. No estamos, pues, por una clase social» (Homilía 08-05-1977).
Su causa fue la defensa de la dignidad
humana y su inspiración los evangelios: «este es el pensamiento de mi
predicación. Nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio, más
que la violación de cualquier otro derecho, porque es vida de los hijos de Dios
y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer
imposible la reconciliación y la paz» (16-03-1980).
Doctor en Teología
@rafluciani
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