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domingo, 24 de mayo de 2015

Romero: más allá de lo políticamente correcto, por @raflucianimon

RAFAEL LUCIANI sábado 23 de mayo de 2015
@rafluciani

Romero tomó posesión del Arzobispado de San Salvador el 22 de febrero de 1977 hasta que fue asesinado el 24 de marzo de 1980 durante la celebración de la eucaristía en la capilla del Hospitalito. Durante esos tres años su honradez humana se vio sumida en un proceso de conversión profunda al entrar en contacto con la realidad que vivían los pobres.

Su proceso de conversión se refleja en las homilías que compartía cada domingo por la mañana en la Catedral. Ellas eran legendarias y se podían escuchar por radio. En una primera parte explicaba las Escrituras para dar un mensaje de esperanza en medio de tanta violencia. En una segunda parte hacía un discernimiento evangélico con su aplicación a las circunstancias concretas del país. Repasaba los eventos más importantes de la semana y emitía un juicio, denunciando a los victimarios y urgiéndolos a cambiar, o acompañando a las víctimas y fortaleciéndolas en sus luchas.

Fiel al magisterio, entendió que la salvación pasaba por el reconocimiento de la dignidad humana, el desarrollo socioeconómico de cada sujeto y el respeto por la libertad. Así lo había proclamado el Concilio Vaticano II (1962-1965) en la Constitución Gaudium et Spes 1: «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo». Él hizo suya esta opción pastoral que fue expresada por vez primera en el magisterio latinoamericano cuando los obispos reunidos en Medellín (1968) proclamaron la opción de Dios por los pobres. Por ello, él pedía «que todo lo que ha querido impulsar el Concilio Vaticano II, la reunión de Medellín y de Puebla, no sólo lo tengamos en las páginas y lo estudiemos teóricamente, sino que lo vivamos y lo traduzcamos en esta conflictiva realidad» (Homilía 23-03-1980).

Como pastor optó por los pobres, antepuso la verdad y la profecía antes que lo políticamente correcto, y superó la tentación clerical de vivir el poder como privilegio antes que como servicio y entrega fraterna. Encontró a Jesús entre los pobres y desesperanzados, a quienes acogió como los nuevos crucificados de la historia. Desde esa entrega al pobre llamó a construir una civilización del amor, sin odio ni violencia, donde todos podamos convivir superando las ideologías y creencias que nos dividan. Su llamado sigue vigente: «no a la venganza, no a la lucha de clases, no a la violencia. Sólo uno que esté ciego no puede ver que en estas circunstancias de violencia y persecución, hemos estado con el que sufre, sea pobre o rico. No estamos, pues, por una clase social» (Homilía 08-05-1977).

Su causa fue la defensa de la dignidad humana y su inspiración los evangelios: «este es el pensamiento de mi predicación. Nada me importa tanto como la vida humana. Es algo tan serio, más que la violación de cualquier otro derecho, porque es vida de los hijos de Dios y porque esa sangre no hace sino negar el amor, despertar nuevos odios, hacer imposible la reconciliación y la paz» (16-03-1980).

Rafael Luciani
Doctor en Teología

@rafluciani

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