viernes, 22 de mayo de 2015

"La Mejor Oferta", por @adrianavigi


Por Adriana Vigilanza, 22/05/2015

Desde hace poco más de un año, yo estaba deseando ver una película de Giuseppe Tornatore, llamada “La Mejor Oferta”. No sabía por qué, pero sentía gran curiosidad cada vez que veía sus “avances”. Por fin, no hace mucho, pude verla. Narra la historia de un experto en arte, dueño de una casa de subastas, quien también era gran coleccionista de cuadros de mujeres y que, sin esperárselo, se va viendo atrapado por la fascinación que sobre él sutilmente ejerce una frágil y bella joven. Al mismo tiempo, el arrogante hombre maduro le dedica parte de su tiempo a tratar de completar un singular "autómata", un muñeco mecánico con cuyas piezas el coleccionista de arte se va topando de manera inexplicable, por aquí y por allá, a lo largo de toda la película. El huraño protagonista acaba casi loco, a causa de una espantosa traición, contando al final con la única satisfacción de ver que a su autómata por fin le fue colocada la última pieza…

Aunque sé que es de mal gusto revelar el final de una película, no pude omitir hacerlo, por el símil que deseo hacer entre esa historia y la “democracia” venezolana.

Me imagino al sistema electoral venezolano como al enigmático autómata, que ha estado siendo armado, pieza por pieza, por órdenes un gran conocedor del “arte electoral”. A este autómata electoral se le acaba de poner la última tuerca, aunque en este caso fue más bien una “eliminación”. A modo inverso a lo que acontece en la película, donde las piezas se le van apareciendo al coleccionista, como por arte de magia, en Venezuela se las hace “desparecer”, siendo la última que faltaba por “esfumarse”, los cuadernos de votación. Con su eliminación, se acabó con prácticamente el único registro físico que permitiría saber si los números en el Acta que escupe cada máquina de votación, al final del proceso, concuerdan con el número de electores que se aparecieron en cada centro electoral, para votar. Las boletas, esos papelitos que cada elector ve con sus propios ojos y deposita en una urna, esas ya fueron "desvanecidas", por obra y gracia de unas declaraciones de tres de los cinco Rectores del CNE, contrarias a la Constitución (que dice expresamente que el escrutinio debe ser transparente), quienes aseguran que tales papelitos “no valen, pues en Venezuela, lo que cuenta es el voto electrónico”, o sea, el “voto” que queda en circuitos inmateriales, que ningún mortal puede constatar. Y así como en la película al viejo le van importando cada vez menos sus manías –que eran varias- a las cuales va renunciando poco a poco, en su deseo por conseguir “el favor” de la bella dama, en Venezuela, al sabio electoral le importa cada vez menos lo que diga la Constitución.

Nuestra Constitución -o Venezuela, que para los fines de este relato, da lo mismo- ha sido destrozada, de un extremo al otro. Tal vez también por eso  se nos asemeja a la joven mujer de la película porque ella, como Venezuela, sufre de una extraña enfermedad, que ha decidido padecer en secreto. No le permite a nadie siquiera mencionarla. Así también, Venezuela, está presa de una psicopatía y se irrita mucho cuando alguien osa sugerir que en ella no hay democracia y  rabiosamente se niega a aceptar que unas máquinas electorales manejadas por seres muy inescrupulosos, puedan arrojar resultados que sean, también, muy inescrupulosos.

En su historia, Tornatore incluye a un mozo, mujeriego e ingenioso, que es quien ayuda al admirado sabio a reconstruir al autómata. En mi símil, ese joven podría ser el pueblo venezolano, quien desesperado por un cambio, no haya de qué palo ahorcarse, siendo “la mejor oferta” visible, la de reconstruir –o mejor dicho- “de-construir” al autómata.

Surgen en Venezuela otra serie de personajes a los que debo encontrarles el equivalente en la cinta. Son los políticos. Opositores y oficialistas. Los primeros, se saben sin mucha capacidad de movilizar y entrenar a los suficientes testigos electorales y, aunque pudieran hacerlo, les serían neutralizados por los militares pro régimen que “cuidan” las mesas de votación o por esos grupos oficialistas armados que son llamados “Colectivos”. Tal vez por eso sea que les da lo mismo que eliminen los cuadernos electorales. Total, quizás aunque los dejaran, no podrían contar con ellos para utilizarlos como evidencia de alguna manipulación de los resultados, por parte de las máquinas. Del lado del oficialismo, los que son en verdad también políticos, se saben igualmente perdidos. El régimen se acabó. Si huyen al exterior, serán apresados por lavado de capitales provenientes de corrupción o narcotráfico. Se tienen que quedar y piensan que deben conseguir quienes les cuiden el pescuezo, pues sobrarán los que les quieran echar…un susto. Así que habrá que hacer alianzas. Por eso, a los políticos, oficialista y opositores, los comparo yo con Donald Sutherland, quien en la película, es el mejor amigo del conocedor de arte y al final, le quita todo, menos al autómata. Por cierto, para mi, ese es el más vil de todos los personajes…en la película.

En la historia de la pantalla grande, ese mejor amigo del subastador de arte, hace que éste crea estar en dominio total de la situación, y que ante alguna “metida de pata”, él estará allí para salvarlo. Pero la verdad es que pone a trabajar al pueblo, perdón, al joven mujeriego y junto a él planifica una espectacular huida, llevándose consigo la colección de pinturas que su amigo había ido acumulando por décadas, arrastrando también a Venezuela…perdón, a la frágil protagonista.

En “La Mejor Oferta”, no se sabe muy bien cómo termina ella. Si es feliz con el joven audaz que asumimos que se la llevó, o si sufrió al menos un poco de nostalgia. porque llegó a disfrutar de aquél amor otoñal. Pero lo que uno sí logra intuir, es que quien en definitiva consiguió obtener el beneficio mayor, fue el ladino “mejor amigo”...

A propósito, dejo para "dibujo libre" ponerle par al conocedor, de arte y de autómatas, en la historia venezolana. Ojala fuesen los "cabeza" de poderes del régimen, porque aquél personaje, la  pierde.  Por lo que respecta a mi, me asigno el  rol de un extraño personaje secundario, que nunca falta en las películas de Tornatore. En este caso, una mujer bastante inteligente, aunque más bien me identifico con ella porque era una enana (ante las descomunales aberraciones que cada día parecen magnificarse más, en Venezuela, ¿quién no se siente un enano?), que desde un bar en la acera frente la casa donde transcurre buena parte de la película, lo observa todo, esperando el día en que podrá contarlo…



Adriana Vigilanza
@adrianavigi

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