Por Miguel Méndez
Rodulfo, 22/05/2015
Actualmente hay una
tendencia mundial en la que se reconoce el predominio de tres o cuatro monedas,
en las transacciones comerciales internacionales, con especial preferencia por
el dólar y el euro. Pareciera que a futuro el mundo se plegaría a uno de estos
signos monetarios, lo que significaría la renuncia voluntaria a la moneda
nacional, algo que seguramente no dejará de ser traumático por la connotación
emocional que ello tiene, sobre todo en un país como el nuestro, en el cual la
moneda corresponde a la imagen del Padre de la Patria. Por otra parte, la
verdad es que hoy día nuestros egresos están calculados en dólares, a la tasa
marcadora del Simadi, pero en sintonía con la tendencia del mercado paralelo;
sin embargo, nuestros ingresos están establecidos en bolívares. De manera que
sufrimos un empobrecimiento brutal, por vía de la devaluación y la consecuente
inflación.
Los que favorecen
la dolarización en Venezuela, argumentan no sólo el éxito de Ecuador, sino
también el ejemplo de El Salvador y la larga historia de Panamá con el Balboa,
equivalente al dólar americano (y de que incluso el istmo carece de Banco
Central), sino que también agregan que el BCV es una institución relativamente
reciente, de hecho creada en 1939, y que con anterioridad bancos privados como
el Comercial, Carabobo, Venezuela, Maracaibo o Caracas, emitían los billetes de
circulación nacional y el país funcionaba bien. Los críticos del manejo
monetario del BCV, advierten que los miembros de esa institución son los únicos
“alquimistas” capaces de convertir una resma de papel en miles de billetes de
la más alta denominación, lo que sobre simplificando significaría, en última
instancia, la esencia de la política monetaria. Argumentan que férreas
dictaduras como las de Guzmán o Gómez no presionaron a los bancos privados para
manipular la moneda, como sí lo ha hecho este régimen con el BCV. Los
partidarios de la dolarización no la venden como la panacea que resolverá todos
los males de la economía, pero si aseguran que con seguridad se acabará con la
devaluación e inflación, lo que constituye el principal motivo que nos licua los
ingresos.
Los que adversan la
dolarización, por su parte, argumentan que se perdería el efecto del
“señoreaje” o sea el derecho a imprimir dinero lo que constituye para el emisor
una fuente de ingresos, por lo cual habría una disminución de entradas para el
fisco; que el BCV no podría auxiliar al sistema financiero en caso de una
crisis, porque se renunciaría al rol de prestamista de último recurso; que no
se debe dejar al BCV sin el manejo de la política monetaria, por cuanto de allí
en adelante sería la Reserva Federal de Estados Unidos quien establecería la
política monetaria y su derivada, la cambiaria; que no se tendría la
posibilidad de acudir a una devaluación para mantener la competitividad de las
exportaciones, en caso de shocks externos. Estas serían las principales
argumentaciones de quienes se oponen a la dolarización.
¿Quién tiene
razón?, la verdad es que ambos bandos hilan fino y sus razonamientos son de
peso y habría que analizarlos a profundidad, considerando la coyuntura
económica por la que atraviesa el país, sin dejar de considerar en el largo
plazo las consecuencias que ello traerá para todos. Mientras tanto que se haya
permitido que la Ford venda sus vehículos en dólares, que los trabajadores de
dicha ensambladora pretendan, con alguna razón, que les paguen sus salarios en
moneda americana, que los profesores de las universidades reclamen que sus
sueldos se dolaricen y que en sólo una semana el paralelo haya pasado de 300 a
400, indica realidades que no se pueden soslayar.
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