Ramón Guillermo Aveledo 27 de mayo de 2015
Asistimos a la segunda muerte del modelo
rentista, ese que pone el centro de gravedad de la política, del debate y de
las políticas, alrededor de la renta petrolera un ingreso del cual somos
económica, política y culturalmente dependientes buena parte del último siglo,
y en los últimos 15 años lo somos mucho más.
La primera muerte del modelo rentista
fue su colapso en los ochenta y noventa. El llamado “viernes negro” de 1983 fue
el episodio que hizo evidente la crisis y seguimos como en el tango, “cuesta
abajo en la rodada” hasta el ascenso al poder del comandante y su proceso:
constituyente primero, revolucionario luego y de transición al socialismo más
tarde, todo en una aparente resurrección del rentismo, que de la mano del
mesianismo se nos mostró en condiciones de ponerse al servicio de la fantasía
ideológica y un proyecto de hegemonía política y social.
La resurrección era falsa. Venezuela no
puede confiar en la renta petrolera para hacer lo que le provoque, y menos si
lo que se les ocurre a los que nos gobiernan son necedades impracticables o
comprobadamente disfuncionales; sea en la política ignorando o persiguiendo a
todo el que piense diferente, o en la economía, queriendo controlarlo todo.
Hoy, hablar del fracaso del modelo se refiere a esa destructiva combinación de
rentismo y monopolio político-económico. No fun-cio-na.
Pero así como la culpa no es del whisky
o del ron, es decir, del alcohol, sino del alcoholismo, el problema no es la
renta, sino el rentismo. La vieja ideología venezolana de que somos el país más
rico y a cada uno no nos ha tocado lo que merecemos y, por lo tanto, es obvio
que alguien nos ha robado, no basta para explicarnos lo bajo que hemos caído.
La discusión no es si distribuimos o invertimos, sino en qué hay que invertir
para crecer con equidad, como es necesario.
Invertir en las personas y en sus
instituciones. En educación para el mundo de hoy y de mañana. En la vida, para
que tengan salud y buena alimentación. Y en que sobrevivan, que no las mate la
violencia de la delincuencia. Eso también es distribuir porque multiplica las
oportunidades, democratiza la prosperidad. Pero hay que progresar, por eso hay
que crear condiciones para producir, generar riqueza, promover el desarrollo.
Hoy no lo estamos haciendo. Hay que hacerlo. Superar el rentismo. Abrir paso a
una Venezuela en la que todos podamos vivir y progresar en paz.
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