Carlos Blanco 28 de mayo de 2015
Es extraño que un político se busque
tantos enemigos así tenga poder suficiente para enviarlos al infierno de la
justicia venezolana. Diosdado no tenía esa fuerza mientras Chávez estaba en la
antesala de la eternidad. Entonces, ascendía y descendía, como Nicolás Maduro y
otros, de ministro a gobernador, de gobernador a diputado, de diputado a
candidato, hasta ser rescatado de nuevo. Ahora es diferente, él es un poder;
pero, ¿por qué es una máquina de ganar enemigos?
Con Chávez no había lugar sino para un
líder. Los pares mordieron el polvo temprano. Pero, como vislumbran los
humanos, los vegetales y los minerales, Maduro no es Chávez y ocupa una
jerarquía heredada que no quiere compartir y que se le escurre entre los dedos.
Sus pares en el PSUV lo saben, no le obedecen y lo demuestran.
Esa certeza de la ausencia de líder
único ha permeado la estructura del partido y del gobierno. Unos tienen como
referencia a Cabello y otros a Maduro, después de las desapariciones forzadas
de Rafael Ramírez y demás estrellas tan voraces como fugaces. Los pesos pesados
ahora son Cabello y Maduro, por lo que hay reyertas, algunas agrias, a pesar de
que los respectivos jefes se abracen en público. Se han convertido en
cabecillas de fracciones, aún más allá de sus voluntades; sus partidarios los
obligan a disputar el poder en su nombre y cada grupo controla un pedazo del
Estado y sus recursos.
Algún contenido ideológico se puede
estar colando en la disputa. Maduro, como cabeza del régimen, representa una
situación de ruina masiva para el país y Diosdado, solidario como ha sido del
proceso pero sin encabezarlo, pudiera estar en la idea de un viraje que aquel
no puede dar porque no se atreve ante las presiones, entre otros del propio
Diosdado.
El presidente de la AN se ha dedicado a
crearle situaciones de hecho a Maduro. Una de estas es el juicio contra El
Nacional, La Patilla y Tal Cual, emblemas de las luchas democráticas de hoy. No
demanda a ABC de Madrid, no demanda al capitán Leamsy Salazar y no se apersona
en el Juzgado de Nueva York. Es, más bien, una acción política doméstica en la
cual muestra su poder, no se defiende de las acusaciones y convierte su caso en
un escándalo internacional en contra de la libertad de expresión; pero, a pesar
del costo, parece hacerlo como una indirecta prueba de fuerza con Maduro: “Yo
tengo poder; ¡cálatelo!”.
En la eventualidad de la renuncia de
Maduro, ¿querría Cabello sustituirlo? ¿Con tantos enemigos buscados a ciencia y
paciencia tendría fuerza política y militar para lograrlo? ¿Es la publicación
del The Wall Street Journal un mazazo que lo hace irrecuperable?
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