Alejo Urdaneta 01 de julio de 2015
Max Weber ha propuesto los modos o tipos
del poder puro:
En su origen, el poder se manifiesta como la exposición de los
sentimientos míticos y religiosos de la comunidad. Es la imposición del
patrimonio nacional teñido de impulsos irracionales del primer grupo social y
expresado por el dominio del patriarca o jefe sagrado. Al concretarse la
obediencia del pueblo hacia su líder, ha aparecido el primer signo de la
política. Se le llama Poder Tradicional, y viene apoyado en la creencia y
acatamiento del carácter sagrado de las tradiciones, que se funda sobre la base
de antiguos ordenamientos de naturaleza feudal y son arraigados en el núcleo
doméstico.
El líder ha obtenido el reconocimiento de la comuna, y es su carisma el
que ha logrado respeto y sumisión, aunque su legitimidad no haya sido
proclamada por todos.
El poder racional está basado en el respeto de las normas que regulan la
conducta de la comunidad. Surge del acuerdo racional de los individuos, para
fijar las reglas de conducta de la comunidad. Esta expresión del poder político
se apoya en la legalidad de las disposiciones
que nacen de los decretos del llamado a dirigir al grupo y confieren su
legitimidad del mando.
La visión del artista es distinta de la del filósofo. La de aquél es una
visión sobre la realidad y lleva consigo la renuncia a buscar la verdad siempre
inalcanzable: expresa solamente su visión de la realidad del mundo. Por el
contrario, el filósofo ha sido sorprendido, mejor dicho presa de la admiración
surgida ante el mundo, pero en virtud de la abstracción, idealidad producida
por la luz de las cosas, deja de verlas. La admiración del filósofo es
infinita. El mito platónico de la caverna nos dice que al contemplar las
sombras nace en el hombre un conflicto, una dualidad: Primero el pasmo ante la
apariencia del mundo, y luego el impulso que lo conduce a liberarse de las
cosas que surgen a su contemplación. La fuerza que nace del pensamiento
filosófico conduce a la violencia del espíritu para sustraerse de la
materialidad de lo real.
Al crear arte con plena libertad, el hombre establece una alianza con lo
irracional. Tiene el artista la finalidad de exponer las vivencias humanas, con
la belleza o fealdad que posean. Está patente en la obra de arte la
contradicción del mundo. El poeta empieza donde el hombre acaba, y aumenta el
mundo, es auctor, añade lo irreal a lo real.
LA CONDENACIÓN PLATÓNICA DE LA POESÍA
La creación de arte es un acto de trascendencia. Es poético en el
significado que dieron los presocráticos: Conocimiento del mundo mediante el
sentido que llamamos poético, diferente al sentido lógico. El resultado de la
creación artística, sea con la palabra (poesía en sentido estricto) o con cualquiera
de las formas del arte, deja de ser signo y se convierte en objeto y finalidad.
Es un cuerpo vivo e independiente que se constituye en sentimiento e idea en
una misma entidad. Del aire nace el sonido de la música, como de los objetos
que tienen materialidad física surge el poema que los canta, o la obra que
adquiere la forma creada por el artista.
La conciencia imagina y mediante la imaginación se mueve en el mundo y
aprehende un momento de la realidad: se conjuga la conciencia con la realidad.
En el diálogo “La República”, Platón se
refiere al poder de la poesía para escapar de la racionalidad como fundamento
único de la verdad, y que devuelve al ser a la unidad. La poesía es la mentira
como agente de la tiranía de la palabra al servicio de la embriaguez del
espíritu, y el poeta el único que no pregona el imperio de la razón.
En la política se enfrentan individuos o grupos en la conquista del
poder: Esa es la finalidad. También en las relaciones de poder nos toca tener
una noción que no sea exclusivamente la del poder político del Estado, pues
sabemos que hay muchas formas de poder que se ejercen en la esfera social, y
esas formas de dominio pueden definirse como poder social, manifestado en las
costumbres y en las formas jurídicas respetadas por todos.
Michel Foucault habla del sub-poder, de
“una trama de poder microscópico, capilar”, que no es el poder político ni los
aparatos de Estado ni el de una clase privilegiada, sino el conjunto de
pequeños poderes e instituciones situadas en un nivel más bajo: “No existe un
poder; en la sociedad se dan múltiples relaciones de autoridad situadas en
distintos niveles, apoyándose mutuamente y manifestándose de manera sutil.” El
autor la llamó La microfísica del poder.
Nada hay más de concreto que la acción política, pero esta afirmación
solamente se refiere al hecho de concretar la realidad de las pasiones humanas
en hechos que proclamen la superioridad de unos sobre otros. Es instintivo el
motor del acto político, y cuenta con los recursos de la imaginación centrada
en la mera realidad.
Por el contrario, el escritor en sentido
estricto trata de ir más allá. Quiere descubrir otra realidad, imaginarla y
desearla: Imaginación y deseo con el arma de la memoria. Su poder está en crear
nuevas dimensiones a la realidad.
El objeto del deseo, como lo nombraba Buñuel, es ambiguo y oscuro en el
hombre. Queremos poseer ese objeto y transformarlo. El poeta compone con la
palabra una apariencia nueva del mundo, en tanto que el político acciona y
pretende adaptar su idea – o ideología – al grupo social, para alcanzar otro
espacio y dominar en él.
Un mismo impulso mueve la acción política que persigue el poder y la
creación artística: La pasión. No puede existir política sin la presencia de la
pasión que impulsa la tarea y la lucha de grupos e individuos. Y no hay arte
sin la presencia de la pasión.
La pasión es una fuerza que supera a la razón y que puede permitir
realizar acciones que exigen un esfuerzo superior. Sin duda que en nuestra
sociedad uno de los personajes que mejor representa esta particular condición
humana es el artista. El arte es más que un color en un cuadro, mucho más que
unas palabras unidas con destreza, unos movimientos plásticos sincronizados o
unos sonidos armoniosamente conectados. El arte es más que una lógica de
combinaciones técnicamente estructurada por un artífice. Es, esencialmente, una
fuerte exaltación del espíritu que nos llena de melancolía, ira, ternura o
alegría.
Es distinta la presencia de la pasión en el político y el artista, y también
son distintos los efectos que resultan de sus respectivas acciones. Sin
pasiones no hay política, como tampoco puede surgir la obra de arte sin el
impulso, pero en cada una de las acciones hay motivaciones distintas: En el
arte, recreación ideal del mundo, sean cuales fueren los instrumentos
materiales utilizados; y en la política el juego de la voluntad y el trazo de
la fuerza personal en el tapiz social.
Francois Mauriac dijo, al referirse a la relación entre el artista y la
vida política: “El artista, cuando se deja envolver en la telaraña de la
política, termina por comportarse como una araña”.
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