NESTOR MORA 15 de julio de 2015
@NestorMN
Se nos olvida que el perdón es una
medicina para nuestro espíritu y cuerpo. Perdonar a quien nos hace daño, va
mucho más allá de hacer un bien sobre quien nos trató mal, es un beneficio para
nosotros mismos. Quien almacena dentro de sí mismo rencor, dolor o ganas de
venganza, no vive feliz ni puede relacionarse con los demás de forma natural.
Que las enemistades no permanezcan en
nuestro corazón. Cuanto más las retengamos, más viciarán nuestro mismo corazón San
Agustin (Sermón 114,4).
Se suele decir que el perdón es
complicado y es cierto. Cuando alguien nos hiere aparece una herida en el alma
que no puede desaparecer sin más, sin dejar rastro. Incluso si nos proponemos
con todas nuestras fuerzas perdonar, nuestro instinto de auto-defensa nos dice
que tenemos que tener mucho cuidado y defendernos de esa persona. Defensa, que
al final termina en venganza o en la triste indiferencia.
Para sanar la herida que nos han causado
sólo existe una medicina: la Gracia de Dios y un Médico: Cristo. El tratamiento
tampoco es instantáneo, ya que requiere mucha oración, reflexión y confianza en
el Señor. Orar por quienes nos han hecho daño, es algo que suele parecernos imposible,
pero resulta ser un primer paso que alivia nuestro dolor. Desear y pedir al
Señor que cuide y ayude a quien nos han herido, empieza a curar la herida.
Conforme pasan los días y los meses, la herida irá reduciéndose hasta
desaparecer. La confesión es un bálsamos maravilloso, pero a veces necesita de
un proceso previo de oración que no solemos hacer.
Digamos que tendemos a desarrollar
nuestra vida espiritual como si fuese una máquina. Esperamos que todo responda
a una mecánica de pagar, pulsar, esperar y recibir. El alma no es una máquina
de venta de bebidas, que se echa una moneda, se selecciona el producto y la
bebida aparece en la parte baja, lista para tomar y refrescarnos.
El perdón se parece más a el proceso de
creación de una figura en barro o arcilla. Las Manos de Dios son las que dan
forma al perdón. Nosotros nos ofrecemos a nosotros mismos, nuestra voluntad y
nuestra confianza en el Señor. El agua que penetra y hace que el barro duro y
seco se convierta en maleable, es la Gracia de Dios. Las manos de Dios se saben
mover para dar lugar a algo nuevo y bello que antes no existía. Una vez lista
la figura, se necesita tiempo para secar y otro rato adicional para pintarla,
hay que tener paciencia.
Cuando ya esté lista, es cuando se la
podemos regalar a quien nos hizo daño. En el proceso, la herida habrá
desaparecido, siendo sustituida por la Esperanza y el Amor. Un milagro que no
solemos hacer porque “no tenemos tiempo”. Mientras, andamos por el mundo con
las heridas a flor de piel, sufriendo y haciendo sufrir a los demás. ¿A qué
esperamos para dejarnos en manos de Dios?
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