FÉLIX PALAZZI sábado 18 de julio de 2015
Vivimos tiempos difíciles y complejos
para hablar de paz. Es complicado definir lo que ésta significa en determinados
escenarios sociales y contextos políticos. Generalmente suele ser asociada con
la ausencia de conflictos. Sin embargo, esto sería una "paz relativa"
que sólo ofrecería un cierto respiro o tregua para restablecer el desgaste
humano sin proveer una resolución del conflicto existente.
Ante la violencia descontrolada que prácticamente no deja ninguna zona de nuestra ciudad inmune, cualquier forma de represión parece ganar la simpatía de aquellos que consideran que el modo apropiado para controlar la violencia es "abatir" al delincuente. Cuando se asume esta lógica se abandona la civilidad y se entra en el obscuro mundo de la anarquía y la barbarie. El problema de fondo es quién decide en un momento determinado o en un operativo quién es el delincuente o "paramilitar". ¿Lo dispone el Estado? ¿el funcionario que hace uso de su armamento? Si no hay instancias imparciales y justas que sirvan como mediación ¿cómo se determina el uso de la fuerza y contra quién se ejerce?, ¿cómo garantizar el derecho de todos?
El teólogo alemán Johann Baptist Metz alguna vez expresó: "el nivel cultural de una política se percibe no solamente por medio de la proclamación de sus objetivos nobles, sino más bien a través de los medios que se utilizan para tales fines". Debemos empeñarnos en la recuperación de un tejido cívico, de valores, organizaciones, mecanismos e instituciones que permitan de alguna forma la resolución justa y pacífica al problema de la violencia desatada que vivimos. Construir la paz en nuestro país requiere del esfuerzo de todas las instancias que hacen vida en él.
Para alcanzar la paz necesitamos de políticas de largo alcance e impacto que no sólo logren neutralizar al delincuente, sino también reducir el mercado de las armas y el narcotráfico que lo sostiene. La delincuencia es sólo un eslabón de una larga cadena de cómplices y relaciones deshumanizadoras. La gravedad del problema consiste justamente en que no resulta nada fácil resolverlo mientras no exista una real voluntad política y social.
No podemos confundir el hecho de querer alcanzar la paz con una especie de venganza que lleve únicamente a neutralizar un eslabón de la intrincada y amplia red de violencia. Nuestro esfuerzo como sociedad debe llevarnos a apostar por los valores que nos permitan asumirnos cívicamente como un colectivo social. En tanto sociedad los objetivos que nos trazamos deben coincidir con los medios que utilizamos. Este esfuerzo requiere de la instancia privilegiada de la justicia. Una justicia imparcial y eficaz que permita controlar la gran cadena de la violencia y penalice a todos los responsables, superando así los alarmantes niveles de impunidad que permean al sistema judicial.
Se requiere de la participación activa en la organización de las comunidades. Escuchar la voz de las comunidades, sus problemas e iniciativas, y garantizarles seguridad y bienestar. Esta es la primera tarea para lograr identificar muchos de los problemas. Para ello hay que invertir en la educación de valores más allá de los espacios escolares. Esto puede favorecer nuevos liderazgos desde los cuales construir la convivencia.
La paz, para ser estable, necesita estar basada en la justicia, en el reconocimiento de los derechos de cada uno y en la construcción de instancias de encuentro y diálogo. El Papa Francisco ha mencionado el necesario "coraje de la paz". La paz no será la salida más fácil ni la más rápida, pero es la única garantía para restituir la sana convivencia perdida.
Ante la violencia descontrolada que prácticamente no deja ninguna zona de nuestra ciudad inmune, cualquier forma de represión parece ganar la simpatía de aquellos que consideran que el modo apropiado para controlar la violencia es "abatir" al delincuente. Cuando se asume esta lógica se abandona la civilidad y se entra en el obscuro mundo de la anarquía y la barbarie. El problema de fondo es quién decide en un momento determinado o en un operativo quién es el delincuente o "paramilitar". ¿Lo dispone el Estado? ¿el funcionario que hace uso de su armamento? Si no hay instancias imparciales y justas que sirvan como mediación ¿cómo se determina el uso de la fuerza y contra quién se ejerce?, ¿cómo garantizar el derecho de todos?
El teólogo alemán Johann Baptist Metz alguna vez expresó: "el nivel cultural de una política se percibe no solamente por medio de la proclamación de sus objetivos nobles, sino más bien a través de los medios que se utilizan para tales fines". Debemos empeñarnos en la recuperación de un tejido cívico, de valores, organizaciones, mecanismos e instituciones que permitan de alguna forma la resolución justa y pacífica al problema de la violencia desatada que vivimos. Construir la paz en nuestro país requiere del esfuerzo de todas las instancias que hacen vida en él.
Para alcanzar la paz necesitamos de políticas de largo alcance e impacto que no sólo logren neutralizar al delincuente, sino también reducir el mercado de las armas y el narcotráfico que lo sostiene. La delincuencia es sólo un eslabón de una larga cadena de cómplices y relaciones deshumanizadoras. La gravedad del problema consiste justamente en que no resulta nada fácil resolverlo mientras no exista una real voluntad política y social.
No podemos confundir el hecho de querer alcanzar la paz con una especie de venganza que lleve únicamente a neutralizar un eslabón de la intrincada y amplia red de violencia. Nuestro esfuerzo como sociedad debe llevarnos a apostar por los valores que nos permitan asumirnos cívicamente como un colectivo social. En tanto sociedad los objetivos que nos trazamos deben coincidir con los medios que utilizamos. Este esfuerzo requiere de la instancia privilegiada de la justicia. Una justicia imparcial y eficaz que permita controlar la gran cadena de la violencia y penalice a todos los responsables, superando así los alarmantes niveles de impunidad que permean al sistema judicial.
Se requiere de la participación activa en la organización de las comunidades. Escuchar la voz de las comunidades, sus problemas e iniciativas, y garantizarles seguridad y bienestar. Esta es la primera tarea para lograr identificar muchos de los problemas. Para ello hay que invertir en la educación de valores más allá de los espacios escolares. Esto puede favorecer nuevos liderazgos desde los cuales construir la convivencia.
La paz, para ser estable, necesita estar basada en la justicia, en el reconocimiento de los derechos de cada uno y en la construcción de instancias de encuentro y diálogo. El Papa Francisco ha mencionado el necesario "coraje de la paz". La paz no será la salida más fácil ni la más rápida, pero es la única garantía para restituir la sana convivencia perdida.
Felix Palazzi
Doctor en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
Doctor en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
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