Fernando Travieso y Magaly Irady 30 de junio de 2015
«Laudato SI’», es la primera encíclica
elaborada completamente por el Papa Francisco. Con tal nombre, rinde homenaje
al Cántico de las Criaturas, de san Francisco de Asís, conocido como «Laudato
SI’, mi’ Signore» (Alabado seas, mi Señor), en el cual, el “hermano de todas
las criaturas de la naturaleza” nos recuerda que “nuestra casa común es también
como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre
bella que nos acoge entre sus brazos”.
En efecto, el pasado jueves 18 de junio,
el Sumo Pontífice presentó a la prensa su tan esperada encíclica sobre el
cambio climático, donde se refiere al calentamiento global como una amenaza
para la humanidad que pone en peligro los avances en el combate a la pobreza y
en la disminución de las desigualdades globales. Hace responsables del fenómeno
a las actividades humanas y señala particularmente que, “la tecnología basada
en combustibles fósiles muy contaminantes –sobre todo el carbón, pero aun el
petróleo y, en menor medida, el gas– necesita ser reemplazada progresivamente
y sin demora”.
Es ése precisamente uno de los puntos
sensibles que toca la encíclica, toda vez que a pesar de las irrefutables
pruebas aportadas por los científicos, todavía numerosos sectores —gobiernos y
empresas que defienden intereses políticos y económicos— niegan la
responsabilidad humana ante el fenómeno. En ese orden de ideas, el primer
capítulo del texto, llamado “Lo que le está pasando a nuestra casa”, es un duro
alegato sobre la interconexión entre la contaminación y el cambio climático, la
mala gestión del agua, la pérdida de la biodiversidad, la gran desigualdad
entre regiones ricas y pobres y la debilidad de las reacciones políticas ante
la catástrofe ecológica. En este punto, si bien el Papa imputa gran parte del
problema a la avidez de las grandes compañías, también pone en evidencia “la
debilidad de la reacción política internacional”, y es especialmente duro con
los políticos que “enmascaran” los problemas ambientales o subestiman las
advertencias de los ecologistas.
A lo largo de las casi doscientas
páginas de esta encíclica dirigida a creyentes y no creyentes —rasgo totalmente
novedoso en estos documentos cuyos destinatarios suelen ser los católicos—, el
Papa Francisco plantea con claridad desafiante sus convicciones más profundas
sobre el tema de la degradación ambiental, las cuales cuentan con el aval de
reconocidos científicos que trabajaron largo tiempo asesorando al Pontífice.
Algunas de ellas nos resultan particularmente importantes por la trascendencia
de sus impactos geopolíticos, económicos y sociales.
En primer lugar, su certeza de que en el
mundo todo está conectado, lo que “obliga a pensar en un solo mundo, en un
proyecto común”; interdependencia que significa que para afrontar los problemas
de fondo, las soluciones deben proponerse desde una perspectiva global y no
sólo en defensa de los intereses de algunos países. En consecuencia surge, por
una parte, una fuerte asignación de responsabilidades al liderazgo político y
económico mundial, y por la otra, la imperiosa necesidad de un diálogo abierto
y sincero que conduzca a acuerdos viables entre la política internacional y los
poderes nacionales y locales, entre la política y la economía, y entre las religiones
y la ciencia.
Otro de los aspectos polémicos por los
cuales el Papa toma partido se refiere a quiénes deben afrontar los costos de
la transición energética y allí no deja margen para la duda: los países más
avanzados y ricos han sido y son los mayores contaminantes y deben
responsabilizarse por ello. Francisco escribe: “La pobreza se concentra en
zonas particularmente afectadas por el fenómeno del calentamiento global”,
poniendo de manifiesto su convicción sobre la íntima relación existente entre los
pobres y la fragilidad del planeta y su temor de que los impactos más severos
del cambio climático probablemente recaigan sobre ellos.
A escasos días de su publicación, las
repercusiones de este importante documento demuestran el prestigio y la autoridad
crecientes del Papa Francisco, quien no por casualidad, pocos meses antes de la
tan esperada Cumbre de París, a celebrarse en diciembre próximo, ha realizado
su intervención ecologista para exigir responsabilidades a los políticos y
empujar el debate en la dirección adecuada, en un foro donde las posibilidades
de lograr un acuerdo global sobre la reducción de emisiones a fin de limitar el
aumento de la temperatura global a dos grados Celsius para el final de siglo,
no lucen muy elevadas.
Tampoco es casualidad que Jorge
Bergoglio escogiera como inspiración de su papado el nombre de Francisco, el
santo de los pobres —principales víctimas de las catástrofes originadas por el
cambio climático—, quien vivía en permanente armonía con todas las criaturas de
la naturaleza. Al parecer la forma de vida que permitirá “proteger nuestra casa
común”.
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