Claudio Nazoa 29 de junio de 2015
@claudionazoa
He visto con dolor a muchos venezolanos
que, ilusionados y creyendo en pajaritos preñados, se fueron a otras tierras, y
ahora están pasando muchísimo trabajo, paradójicamente por no tener trabajo, ni
cariño, ni tierra, ni un café con una arepa obsequiada por un amigo.
Comprendo y comparto la desesperación y
el dolor de los venezolanos que presencian cómo, día a día, se destruye nuestro
país. Pareciera que hay un gigante loco que, con un martillote y en compañía de
un ejército de enanos ciegos, sordos, aduladores y enfurecidos, acaba con todo.
Esos enanos están a punto de ser pisados por ese gigante loco.
Vamos a sincerarnos. Los venezolanos
queremos vivir en paz. Los venezolanos queremos trabajar e invertir aquí, en
nuestra tierra, sin miedo, sintiéndonos seguros y felices. Los venezolanos no
merecemos ser humillados con racionamiento, escasez y colas interminables. Los
venezolanos tenemos derecho de trabajar en el gobierno sin tener que ser
eunucos que no pueden expresarse por temor a que los boten.
Queremos sentirnos orgullosos de nuestro
trabajo en la petrolera o en un ministerio. Queremos contribuir con el progreso
del país, a pesar de que el presidente no nos guste. Queremos trabajar con
dignidad y sentirnos respetados, como lo sentí durante 17 años cuando trabajé
en el Consejo Venezolano del Niño, en el Ministerio de la Juventud y, junto a
la gran Alicia Pietri, en el Museo de los Niños. En estas instituciones no
importaba si yo era adeco, copeyano o comunista.
Lamento, profundamente, que estemos gobernados
por los derechafascistacomunista que tenemos. Yo, como muchos, soñaba con una
sociedad justa. ¡Qué ironía! Pensaba que algún día Venezuela sería gobernada
por un hombre preparado, bueno y honesto… Aún lo sueño.
Retomando el tema. No se vuelvan locos.
No es que yo piense que no deban probar suerte quienes creen que deben irse,
pero sean sensatos. Piensen bien la vaina. En Venezuela, a pesar de todo lo
malo, uno nunca está mal, siempre alguien nos quiere y nos tiende la mano.
No crean los cuentos de: “Yo tengo una
tía que me dijo que me fuera y que puedo llegar a su casa…”, “yo tengo unos
amigos que se fueron hace seis meses y ya tienen casa, trabajo y carro…”, “por
más mal que me vaya, no puede ser peor que aquí…”.
Pelar bola en cualquier parte del mundo,
incluso en Venezuela, es malo. Pero hacerlo en el extranjero, sin algo tan
simple como un amigo, un marroncito corto y una arepa en la mañana, es muy
triste.
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