CARLOS PADILLA ESTEBAN 23 de julio de 2016
Mi
vida es pequeña a los ojos de Dios. La vida pequeña es la más valiosa. Vale
oro. Lo sé. Sólo vivo una vez y para siempre. Por lo tanto no es pequeño nada
de lo que hago. Aunque haya personas a las que la vida de los otros les parezca
insignificante.
Tantas
muertes injustas, tanto dolor. Tanta violencia en los ataques
terroristas, tanto odio. Como si la vida no valiera nada. Pero la vida vale
mucho. Mi vida, que es pequeña, vale mucho para Dios.
Lo que
yo hago, cuando lo hago en Él, tiene otra resonancia. Se escucha más fuerte. Se
ve desde lo lejos. A Dios le importa mi vida pequeña y se acerca a mí, camina
conmigo. Le importan todas las vidas.
El
otro día leí una historia. Una madre llevó a su hijo de siete años a un
concierto de un pianista famoso. El ambiente no era tan adecuado para un niño
tan pequeño. Pero la madre deseaba que por lo menos absorbiera un poco de
inspiración del pianista. Faltaba poco para que todo comenzara.
El
niño estaba inquieto. Se levantó cuando su madre miró hacia otro lado. El niño
no sabía bien a dónde ir. Vio el piano en el escenario y sin pensarlo se
dirigió hacia él. Buscó las teclas y comenzó a tocar una sencilla melodía.
El
público se indignó al ver al niño. ¿Quién dejó que subiera solo al escenario?
El pianista vio lo que estaba sucediendo. Se apresuró, salió y se sentó al lado
del niño. Y le susurró al oído: “No pares, sigue tocando”. Él
buscó las teclas correctas y acompañó con un bonito arreglo la melodía sencilla
del niño.
Fue
una composición maravillosa. Creo que muchas veces sucede así en mi
vida. Con mis limitaciones canto una torpe melodía para Dios. Siento
que no va a llegar a nadie. Que no va a ser una gran melodía.
Así
compongo mis días, mis horas, mi vida. Con mucho esfuerzo. Con mis dedos torpes
y pequeños. Sin saber bien cómo hacerlo para que todo salga bien. Y en mi interior
escucho una voz que me susurra: “No pares, sigue tocando”. Y yo
sigo y no paro. Y no me quedo quieto esperando a que pase la vida.
Quiero
llegar lejos, pero quiero llegar donde Dios me pide que vaya. Quiero hacer su
voluntad. No la voluntad que otros piensan que es la de Dios para mi vida. Para
eso necesito estar muy cerca de Dios, para poder reconocer bien sus huellas.
Necesito
reconocer su voz, para no perderme con tantas voces. Descifrar sus signos, sus
acordes, sus manos. Tal vez ya no me es tan fácil buscar a Dios en mi vida
real. Buscarlo vivo en mi alma. Buscarle en todo lo que me pasa. Y descubrir
que está en mí.
Y mi
melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra,
porque es Él el compositor. El que pone la música y hace los arreglos
perfectos. Y yo me dejo hacer por Él. Y me pongo en marcha.
No
quiero dejar pasar de largo sus huellas, sus señales. Dios me habla en todo. Me
habla a través de todos. Quiero seguir tocando mi melodía, aunque sienta que no
acierto con las notas o que otros a mi lado critican lo que hago.
Quiero
seguir tocando para que se escuche otra melodía en medio de tantos ruidos,
injusticias, atrocidades. Quiero que mi melodía, transformada por la
música de Dios, cambie este mundo en el que vivo.
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