Trino Márquez 29 de julio de 2016
@trinomarquezc
Luego
de diecisiete años ejerciendo el poder, el PSUV es un despojo. Nada que ver con
el partido único de la revolución que una vez soñó, en sus delirios jacobinos,
Hugo Chávez. Quedó para que sus militantes sean marginados, caso Aristóbulo
Istúriz y Freddy Bernal; o convertidos en perros de presa de la oposición.
Jorge Rodríguez, Tarek el Aisami y Diosdado Cabello son los tres canes más
agresivos de esa jauría. Sus líderes
fueron relegados al rango de ordenanzas del Alto Mando Militar. En la última
tarea subalterna que Maduro le asignó, el reparto de migajas a través de los
Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP), fracasó. O mejor dicho:
el primer mandatario no les dio tiempo de naufragar, simplemente les quitó el
timón. Bernal, al igual que Istúriz, fue despedido y sustituido por Vladimir
Padrino López sin que le llegara un memorando de notificación.
A
pesar de que todos los regímenes izquierdistas poseen una fuerte presencia
militar, la claudicación del partido
revolucionario frente a los uniformados no forma parte de la teoría y la
práctica ortodoxa del socialismo, sino de la rancia tradición militarista latinoamericana. Lenin, padre del Estado revolucionario, estableció en ¿Qué hacer? y El Estado y la
revolución -dos textos capitales para comprender los procesos de inspiración
marxista leninista- que el guía político, intelectual y organizativo tendría que
ser el partido de cuadros, encargado de trazar las orientaciones estratégicas de la marcha de toda la nación.
Al Partido quedaban subordinadas todas las instancias del Estado y la sociedad,
esferas con las cuales aquel se fusionaba.
Estos
principios generales fueron seguidos, con diferentes matices, en todos los
países comunistas. En la URSS, en Europa Oriental, en China y Vietnam, el
Ejército estaba sometido a las directrices señaladas por los respectivos
partidos comunistas. Incluso en Cuba y en el demencial régimen de Corea del
Norte, son el Partido Comunista Cubano y el
Partido de los Trabajadores de Corea, los que tienen bajo su dominio el
control político del Estado, incluidas las Fuerzas Armadas.
Primero
con Chávez y luego con Maduro, este esquema se invirtió. Mientras el Comandante
vivía la supremacía castrense no era tan evidente por las cualidades
histriónicas y el liderazgo real que el personaje ejercía. La debilidad e
inseguridad de su sucesor ha puesto de relieve la preeminencia del estamento castrense. Ahora la verdadera
política, la que provoca consecuencias prácticas e inmediatas sobre la
población, no se define en los cenáculos del PSUV, sino en los aquelarres que
sostiene la alta jerarquía militar. El país no sabe, ni le interesa, si el
partido oficial se reúne con regularidad, ni qué decide en esos esporádicos
encuentros. La organización parece una federación de pequeños grupos y débiles
caciques con poca incidencia sobre las líneas maestras del Gobierno. Las
intervenciones públicas de los dirigentes más notorios se limitan a
declaraciones de guerra contra la oposición. “Hay que ilegalizar la MUD y
anular el revocatorio porque es un proceso fraudulento”, graznan Rodríguez y el
Aisami a las puertas del CNE. O, “el revocatorio no se hará este año, ni
nunca”, ladra Cabello en su programa en el canal de “todos” los venezolanos,
VTV. Todas son declaraciones rabiosas, pronunciadas para amenazar e intimidar.
En la división del trabajo con el partido militar, ese fue el papel que les
correspondió: actuar como verdugos.
En
cambio, Padrino López y sus lugartenientes hablan de construir el verdadero
socialismo, darle un rostro humano a la economía, deformada por la voracidad
insaciable del capitalismo, y acabar con la guerra económica para que el
país supere la escasez, el desabastecimiento
y la inflación y vuelva a ser grande, como aspiraba el Comandante. Los términos
de la ecuación se invirtieron: los civiles del PSUV representan la barbarie;
los militares, la civilización.
La
rendición del PSUV frente al partido militar convirtió a Maduro en rehén de las
Fuerzas Armadas, a los dirigentes de esa organización en amanuenses de los
uniformados, y al país en víctima de un estamento que hasta ahora ha optado por
ser cómplice de una camarilla que quiere eternizarse en el poder, aunque sea en
un lugar subordinado.
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