Por Ángel Oropeza
De acuerdo con el DRAE,
cinismo se define como “desvergüenza en el mentir o en la defensa y práctica de
acciones o doctrinas vituperables”. Si bien el origen del término es un poco
más noble, asociado con la llamada escuela filosófica cínica, nacida en Grecia
en el siglo IV a.C., y cuyo principal representante fue Diógenes, el concepto
de cinismo fue mutando con el tiempo y hoy se asocia a falta de vergüenza,
descaro y burla.
La Psicología, a su vez,
concibe el cinismo como una forma de dispatía (contrario a empatía), en cuanto
constituye una distancia con los sentimientos del otro mediante una estrategia
de burla y banalización. De hecho, definiciones más amplias lo describen como
“beneficiarse como sea sin importar perjudicar a otras personas”. Es el
desprecio burlón, la indolencia y el rechazo a los demás las marcas distintivas
del cínico.
En Venezuela, las últimas
semanas han sido testigos de palmarias evidencias de cinismo por parte de
nuestra decadente oligarquía. Aunque el cinismo es desde hace mucho tiempo
consustancial con la forma en que la actual clase gobernante se relaciona con
el país, estamos presenciando una agudización en cuanto a su ya alta frecuencia
de uso.
Así por ejemplo, el mismo
día que se anunciaba un cierre superior a 700% de inflación para este año, un
decrecimiento del PIB por encima de 10%, y cómo venezolanos hambrientos
lloraban al ver comida en los anaqueles de los automercados colombianos, el
mediocre titular de un parapeto llamado “vicepresidencia de planificación y
conocimiento” mentía sin rubor en la ONU afirmando que 94% de nuestros
compatriotas comen tres veces o más al día. Los mismos venezolanos que según la
Encuesta Nacional de Condiciones de Vida de la UCAB, UCV y USB presentaban para
noviembre de 2015 un nivel de pobreza de ingreso superior a 73% de los hogares.
Ya unos días antes, una infeliz funcionaria insultaba en la OEA a las inmensas
colas de venezolanos que padecen para comer, diciendo que en nuestro país sobra
tanto la comida que tenemos para alimentar a tres naciones.
Pero si el cinismo verbal es
condenable, el cinismo conductual es todavía más obsceno: golpear mujeres y
niños en las colas en nombre del amor y la paz; violar derechos humanos alegando
la suprema felicidad de la patria; impedir –en nombre de la soberanía del
pueblo– que el mismo pueblo convoque un referendo revocatorio para ejercer su
soberanía; “magistrados” de dudosísima reputación sentenciando que es ilegal
revisar su ilegal designación.
Por supuesto que el cinismo
refleja, desde la perspectiva psicológica, una endeble y defensiva
personalidad. Pero desde el punto de vista político, presenta dos ventajas
principales para quienes lo practican como estrategia.
En primer lugar, al
refugiarse el cínico en argumentos tan psicóticamente extraviados, impide el
debate. Debatir con un gobierno de tan patológico cinismo, que afirma que el
cielo es verde y los árboles vinotinto, es como intentar argumentar con un
orate. Al impedir el debate lógico sobre realidades discutibles, el cínico se
libera de la penosa tarea de justificar lo injustificable.
Pero, en segundo lugar, y
como ventaja más importante, el cinismo de nuestros burócratas persigue como
estrategia desestimular no solo a los opositores, sino al resto de la
población. En respuesta al planificado cinismo gubernamental, muchas personas
se desaniman y frustran al sentir que es tan inmensa la distancia entre su
sufrimiento cotidiano y lo que perciben quienes los gobiernan, que no hay ninguna
posibilidad de atacar las causas de sus limitaciones y penurias. Sembrar
desesperanza es la intención primaria de la estrategia del cinismo.
La historia demuestra que la
mayoría de las veces, el crecimiento del cinismo es un reflejo de la
debilidad de los regímenes autoritarios. El aumento del primero intenta tapar
el temor y la fragilidad de los segundos. Cualquier parecido de lo que
estamos presenciando hoy en Venezuela con los ejemplos de la historia, no es
para nada coincidencia.
27-07-16
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