Dije en una entrevista que
estábamos en peligro de desaparecer como sociedad. Ya está en marcha el
proceso.
Estamos hoy sabiendo lo que
es vivir una situación límite, uno de esos tiempos en los que desaparece la
institucionalidad, en los que todo hombre apuesta por la vida, la pura vida,
antes que por las costumbres, la cultura, la tradición, la ética que ha
regulado sus acciones, la civilización de siglos expresada en códigos y
regulaciones de la convivencia. Ya no se trata del convivir sino del puro
vivir. Se suspenden no sólo las normas sino la norma misma en cuanto tal. El
sentido profundo de norma se convierte en “polvo cósmico”.
Cuando llegan policías a una
comunidad y dicen, palabras más palabras menos: “nosotros saqueamos primero,
llenamos nuestros carros y luego les cantamos la zona para que ustedes
saqueen”, lo que estamos viendo es que quienes están encargados de cuidar la
norma, no sólo favorecen el desorden sino que se ponen de parte de la anomia
porque tampoco ellos se benefician con la ley. Pasan hambre, se les están
muriendo los familiares por falta de medicinas. El orden no les sirve de nada a
las fuerzas del orden. ¿Para qué defenderlo?
La situación límite, cuando
la sobrevivencia está en jaque, hace estallar toda frontera entre lo que hasta
entonces han sido el bien y el mal. El mal se vuelve cotidiano, se lo ejecuta
sin pensar, se hace banal, se apodera de la norma y se funde con ella. Se
vuelve bien. ¿Cuántos de los que saquean camiones de víveres, supermercados,
pequeñas bodegas de mercal, piensan o sienten que están haciendo mal? No
conseguir comida justifica el saqueo. Algo así dijo una vez Chávez. De
justificación en justificación todo se acaba pudiendo hacer. La vida social
desaparece y se instala triunfante el homo homini lupus.
Nos llevan a desaparecer
como sociedad, pero todavía no hemos desaparecido. En una comunidad la mayoría
de la gente no se hace solidaria con los saqueos, por ejemplo. En una cola,
hecho cierto, a una pobre mujer un hombre le pregunta por qué ha comprado un
solo pollo cuando podía comprar dos. Ante su respuesta de que no tiene dinero,
el hombre le da lo que le falta. No se ha perdido la cultura, la gran tradición
venezolana. La norma de convivencia resiste, pero peligra.
Ante situaciones así, cuando
ya lo civilizado empieza a peligrar, hay que recurrir a lo más elemental, a la
base de toda civilización humana, a los diez mandamientos bíblicos y no sólo
por su significado religioso, sino porque además son la base última de la
convivencia entre los hombres.
ciporama@gmail.com
26-07-16
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