Por Gregorio Salazar
Volveremos a votar para
poner un RIP definitivo sobre un proyecto político demencial que, en sus
estertores, pretende sobrevivir sobre el falseamiento de la realidad y la
siembra del odio
“No es cuestión de unos votos más o unos votos
menos, sino de legitimidad histórica”, dijo tiempo atrás con su natural
impudicia el señor Maduro, pero justamente su tragedia al día de hoy radica en
que probablemente le queden algunos retallones de lo primero, pero ni un solo
vestigio de lo segundo.
Pese a la ingente suma
dilapidada durante últimos tres años para tratar de convencer a la población de
que “Chávez Vive” e investir a Maduro del liderazgo que no pudo darle el dedazo
de aquel fatídico 8 de diciembre de 2012, el legado se evapora, se desvanece,
se fuga por el sumidero a paso tan veloz como la pérdida del poder adquisitivo
de los trabajadores venezolanos. El primero no vive y el segundo no ha servido
ni servirá.
“Mi opinión firme, plena,
como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que en un escenario que
obligaría a convocar de nuevo a elecciones presidenciales, ustedes elijan a
Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se
los pido desde mi corazón”, palabras que hoy todavía se intentan vender como
“sagradas”, pero que resultaron la última engañifa, el último el colosal fraude
del artífice del Socialismo del Siglo XXI, con consecuencias cada día más
trágicas para la cotidianidad de la familia venezolana.
Y es que la firmeza se fue
de la militancia y por muy llena que esté la luna, jamás será de pan de horno,
como lo pregonan los medios del estado hoy convertidos abusadoramente en
órganos propiedad exclusiva del partido rojo. Entre tantas dudas e
incertidumbres, tantas opacidades sobre el más mínimo aspecto de la realidad
venezolana, una sola certeza asoma con nitidez en la mente de los ciudadanos
cuando otean el horizonte a corto o mediano plazo: Maduro y su gente van a ser
desalojados del poder en forma constitucional, electoral y democrática, un
poderoso tres en uno recogido en una sola palabra: ¡Revocatorio!
Sin embargo, nada pareciera
perturbar el ánimo ni el “optimismo” de la cúpula gubernamental. Compatriotas,
ahora es que viene lo bueno: nos esperan seis meses de gran prosperidad, lo
peor ya pasó, la seguridad y soberanía alimentarias no tardarán en hacerse
realidad, menos ahora que el presidente ha anunciado la segunda etapa del Plan
de Agricultura Urbana, que atiborrará las neveras del pueblo con ajicitos
dulces y cebolla en rama.
Y la única manera para
tratar de convertir la fantasía en realidad es cimentar una mentira sobre la
otra, de donde resulta que la segunda es más intragable y ofensiva, más
indignante que la anterior.
Hay que ver el esfuerzo
mediático, infructuoso por lo demás, al que se obligan permanentemente para
transformar lo decadente en promisorio, lo irrisorio en descomunal, lo
achaparrado e imponente, lo estítico en torrencial. Un modesto cargamento de
pescado, a lo mejor comprado en alta mar, y que no alimentaría ni al 0,5 % de
la población, es promocionado como si una flotilla de barcos atuneros hubieran
llegado a nuestras costas para saciar el hambre de la población. Para esta
gente, un hecho absolutamente rutinario en cualquier país de nuestra región, y
que ocurría de la manera más normal en Venezuela del siglo pasado, amerita hoy
la presencia del vicepresidente de la República y varios ministros del gabinete
económico, fanfarria, bombos y platillos.
Precisamente, en ese
desmesurado empeño en deslumbrar con ejecutorias sin éxito ni brillo, es lo que
más evidencia su fracaso. Y por más que pregonen que la derrota del 6D fue
circunstancial, la verdad es que el haber destruido el salario de la familia
venezolana, arrastrarlos al hambre, precarizar su salud y sumirlos en la
inseguridad no les va a ser perdonado. Volveremos a votar para poner un RIP
definitivo sobre un proyecto político demencial que, en sus estertores,
pretende sobrevivir sobre el falseamiento de la realidad y la siembra del odio.
24-07-16
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