ANTONIO A. HERRERA-VAILLANT 28 de julio de 2016
Quién
lee a ciertos opositores de un diálogo puede pensar que estamos en la situación
del General Douglas MacArthur cuando exigió rendición incondicional a los
japoneses recién anonadados por bombazos atómicos.
Supondría
que el revocatorio se logró, el régimen ya cayó, las fuerzas armadas se le
voltearon al unísono, y sus millones de fanatizados adherentes salieron a las
calles a celebrar.
Solo
así se entiende que algunos exijan el equivalente a una rendición incondicional
de un régimen aferrado al poder a cualquier costo político, económico y social.
Sucede
que no está en juego el destino de un solo individuo revocable sino la
supervivencia política de toda una secta política maltrecha, mas no
neutralizada.
Ante
la profunda crisis nacional y las diferencias al parecer irreconciliables entre
dos bandos, las soluciones pasarán inexorablemente por vías políticas, que
siempre serán el arte de lo posible.
¿Es
posible que millones de obstinados partidarios del régimen repentinamente
depongan actitudes, y convivan como responsables y pacíficos ciudadanos
democráticos?
¿Es
posible que la oficialidad militar, 17 promociones sucesivas moldeadas al calor
del caudillismo más sectario, dé un vuelco repentino hacia la democracia y la
institucionalidad?
¿Es
posible que una nutrida casta cívico-militar recién empoderada y enriquecida
abdique voluntariamente su posicionamiento político y los privilegios consolidados
en más de tres lustros?
No se
debe amenazar con exterminio a una feroz bestia herida, sin saber si está
completamente inmovilizada y acorralada.
Se
pregunta uno si Chile viviría hoy en democracia si, antes del referéndum, los
opositores de Pinochet le hubiesen exigido condiciones suponían su extinción
política, asomándole constantemente el futuro que le esperaba.
La
oposición responsable de Venezuela está comprometida – y la mayoría de los
venezolanos encuestados así lo quiere – con soluciones pacíficas, democráticas
y constitucionales, y su propuesta política central es un referendo revocatorio
del actual régimen en fecha anterior al 10 de enero de 2017.
En la
medida que los beneficiarios del régimen crean que ese revocatorio representa
su total aniquilación política harán todo lo posible por evitarlo. En ese
impasse está trancado el país.
Dialogar,
negociar o como se le quiera llamar, parece la única forma pacífica de salir
constructivamente del atolladero. Las preguntas claves son cuándo y con quién.
¿Con los delirantes ideólogos del fracaso, o con un sector castrense que ya se
revela como verdadero dueño del poder?
He allí el dilema.
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