HAROLD A. SARRACINO 27 de julio de 2016
“El único medio seguro de dominar una
ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla”.
Maquiavelo
Recuerdo
mis tiempos de estudiante de Derecho en Venezuela y lo mucho que aprendí de los
abogados con quien tuve el honor de trabajar. Recuerdo particularmente a uno
–cuyo nombre me reservo por obvias razones de seguridad- quien, luego del
estudio de un caso que se me había asignado, y ante mi imprudente, novata y
soberbia opinión de que los representantes de la contraparte eran unos ineptos
e incapaces, me dijo lapidariamente: <> .
Y
demostró tener mucha razón, porque una vez decidido el caso en comentarios, lo
que parecía una gran ineptitud de los abogados de la contraparte, resultó ser
una extraordinaria habilidad para liberar a su cliente de la obligación y el
peso económico que aplastaba su cabeza, permitiéndole así <>, como dicen en mi pueblo.
Cuando
finalmente terminé la carrera y estaba a unos días de graduarme, ese mismo
abogado de quien tanto aprendí, me dijo: <> . Y como si fuera poco, el mismo día de mi graduación se
apareció con un regalo. Era el libro “Yo el Supremo” del autor
paraguayo Augusto Roa Bastos, quien, a través de su “quizás novela”
como la describió Alejo Carpentier, intentó meterse en la psique de un
dictador: José Gaspar Rodríguez de Francia, quien gobernó, solo, la República
del Paraguay entre 1816 y 1840, año de su fallecimiento.
Increíblemente,
a través de ese libro, lo que pareció la descripción aislada de un
dictadorzuelo latinoamericano del siglo XIX, terminó siendo la de un arquetipo
que se repite en cualquier parte de la geografía y de la época en la que
aparece, como si se tratara, más bien, de una verdadera psicopatología. Y creo
que así lo había entendido aquel abogado desde hacía mucho antes que se
presentara la así denominada revolución bolivariana, porque en su dedicatoria
me escribió:<> .
De más
está contar las innumerables lecciones aprendidas de aquel hombre de mirada
impermeable y que sólo hablaba para asestar ideas con la misma fuerza de un
coñazo. Pero la más importante de todas fue que, en la vida, hay que
observar, escuchar, aprender y descubrir las intenciones que se ocultan tras el
proceder de los hombres. De lo contrario, nuestra confianza puede
constarnos cara, porque como dijo Benjamín Franklin, el precio que se paga por
la soberbia suele ser más alto que el que se paga por los impuestos.
Así
que, sin ser un experto en temas políticos, pero ávido de aprendizaje y de
comprensión del mundo que me rodeaba en ese momento, me fui al puente de las
Fuerzas Armadas y me compré mi librito de “El Príncipe”, de Nicolás
Maquiavelo. Con el tiempo, al terminar su lectura -así como la de “Yo
el Supremo”, de Roa Bastos-, supe que, a menos que Venezuela
contara con la voluntad política, las armas y el apoyo de las clases dominantes
y del pueblo para evitar que el chavismo le retorciera las tripas a la Historia
de Venezuela, había que dejar el pelero.
Leerse
un librito no es conocer la verdad revelada, claro está, pero ayuda a pensar. Y
si aquella lección de observar, escuchar, aprender y descubrir las intenciones
de la gente era acertada, leer a un tipo como Maquiavelo -curtido en la
suciedad infecciosa que caracteriza la política- resultaba, a lo menos,
prudente. Hoy en día sigo leyendo periódicamente El Príncipe, de Maquiavelo, y
he llegado a saber que hasta Napoleón Bonaparte lo llevaba consigo y le hacía
notas en los márgenes. Por algo habrá sido.
El
punto es que ahora que llevo tantos años fuera del país, miro desde la barrera
los Miuras con los que la sociedad venezolana tiene que enfrentarse todos los
días: la escasez, la inseguridad, la dictadura, y tantas cosas más que usted
conoce mejor que yo porque tiene que vivirlo todos los días; y veo como
“expertos” en temas políticos se llenan la boca tildando al gobierno de inepto
y de incapaz, como lo hicieron con el gobierno del difunto presidente.
Sin
embargo, esos -así llamados por medio mundo- incapaces del gobierno, han
demostrado tener una habilidad extraordinaria para conservar el poder,
debilitar a la sociedad civil en todos sus estratos y, en definitiva, como
afirma Maquiavelo, dominar el país a través de su destrucción. Sí, a un país
que, por más defectos que haya tenido, hasta hace diecisiete años se había
acostumbrado a vivir en libertad.
Es
justamente en estos momentos cuando más recuerdo las palabras de aquel abogado: <>.
Así
las cosas, tratando de entrar a ese obscuro, alucinado y arquetípico mundo que
es la psique de un dictador, como lo describió Roa Bastos, y tratando de
aplicar las ideas de Maquiavelo, hombre esencialmente pragmático, deberíamos
preguntarnos: ¿Por qué a los detentores del poder político en Venezuela
no les interesa que la sociedad venezolana crezca en bienestar, especialmente
la clase media? ¿Acaso no es más fácil gobernar así, con todo el mundo –o al
menos los más- contento?
Sin
necesidad de ser experto en la materia y bastando con leer cualquier libro
sobre el tema, es fácil darse cuenta de que la principal característica de un
dictador es la megalomanía, un trastorno mental que, en resumidas cuentas,
podríamos denominar como delirio de grandeza. ¿Eso trae algunos ejemplos y
recuerdos históricos a su mente? Espero que sí.
Luego,
un megalómano necesitaría controlar la sociedad en la que vive y el mundo, de
ser posible. Maquiavelo, justamente y sin darse cuenta, no sólo hizo una
descripción de la naturaleza humana, sino también de las características de los
grandes megalómanos que hasta su época dominaron y establecieron la forma del
mundo en ese entonces conocido.
Así,
intentando dar respuesta a las preguntas antes expuestas podríamos afirmar, sin
temor a equivocarnos, que la clase media, constituida siempre por ciudadanos
bien alimentados, altamente educados, con acceso a la propiedad y llenos de
opciones en la vida, suelen convertirse en ciudadanos más individualistas,
responsables de su propio destino y con la capacidad de definir la forma de la
sociedad de la que hacen parte.
Los
estudios han demostrado que los individuos de la clase media son mucho menos
dependientes del gobierno y tienen la tendencia a apoyar más la aplicación de
la Ley, la libertad de mercado y la autonomía individual, mientras que aquellos
estratos sociales sumergidos en la pobreza económica, social y, especialmente,
educativa, tienden a concentrar sus esfuerzos en obtener conexiones que les
permitan sacar, simplemente, las patas del barro. He allí el origen de
expresiones tales como la famosa <>.
De la
misma manera, esos ciudadanos de clase media tendrían la capacidad de transformar
el panorama intelectual del país, cuestionando los valores impuestos por el
gobierno de turno, amén de ser mucho más proclives a hacer con sus vidas lo que
ellos mismos deciden y no lo que un gobierno totalitario les diga que deben
hacer.
Peor
pesadilla es para un megalómano el hecho de que muchos estudiosos de la
política hayan afirmado que, una vez que el tipo de individuos arriba descrito
alcanza un cierto nivel de bienestar, tiene la tendencia a interesarse cada vez
más por valores inmateriales, incluyendo el cambio de opción política. Qué
detallito.
En
efecto, es la clase media la que tiende a cuestionarse sobre la legitimidad de
las instituciones, la falta de transparencia de los gobiernos, y sobre el honor
que éstos hacen a la confianza que se les ha depositado; mientras que los
individuos que componen los estratos menos favorecidos de la sociedad,
precisamente, en su vulnerabilidad y dependencia hacia el gobierno de turno,
prefieren la aplicación del poder autoritario de éste, comprándole el discurso
al primer megalómano que se les presente como su protector.
En
definitiva, la razón por la cual al gobierno no le interesa el bienestar y el
engrosamiento de la clase media venezolana es porque ésta representaría una
fuente potencial de inestabilidad para sus planes de control totalitario. Así
las cosas, si usted ha llegado hasta el final de estas líneas, la próxima vez
que un político o un experto venezolano de la oposición le diga que el país
está como está a causa de la ineptitud del gobierno, y que no se preocupe, que
éste está a punto de caer, no se cuestione sobre el gobierno, sino sobre el
político o el experto al que está escuchando, y pregúntese con qué intención
dice lo que dice. ¿No será acaso que, a pesar de su discurso, forma parte del mismo
tejemaneje?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico