Por William Niño Araque
En Caracas, todos los trozos
de sus paisajes se cruzan en la columna veloz y baldía de su proverbial
autopista. Los cruces orientan siempre la mirada (entre la luz, el calor
desconsiderado o la lluvia torrencial), hacia el emplazamiento prodigioso del
valle desde Catia hasta Petare. Tal vez por ello, Caracas es la ciudad del amor
y del odio, de la vida. De todos y de nadie, esta ciudad pública tiene el
destino desgarrado de unos cuerpos en tránsito que sin pasión la gobiernan.
Lugar de desarraigo para
unos, para otros significa el recinto de la felicidad inexistente y, sin
embargo, prometida. Capital desacreditada de la Nación: Caracas apenas legaliza
en su espacio el poder, pues la arquitectura oficial no existe y mucho menos el
ajuste de su acción. Sin protectores incondicionales, sin mecenas ni amantes
heroicos (excepto el que dramatiza el pálido y temprano cuarentón que ahora
escribe), esta ciudad ha cobijado durante las últimas tres décadas seis presidentes
de paso, un centenar de ministros de jornada fácil y hoy, posiblemente, cuatro
alcaldes.
Como toda leyenda gótica no
necesita de saqueadores (más próximos de una historia de corsarios), necesita
un abad que la sacralice, un arcángel que la resguarde, un cardenal que la
ordene, un monje que la limpie, un jardinero que la pode, un carpintero que la
barnice, un conquistador que la descubra, un descubridor que la seduzca, un
seductor que la enamore, una pasión que recupere sus heridas y nos la torne pulcra,
sagrada, hermosa, transitable, virginal y posible, hecha de arquitectura.
Pero, ¿cuál es la
arquitectura de la ciudad? ¿Es la que efectivamente se edifica en ella o es
aquella otra que, ocultamente, se dibuja en sus talleres, se concibe en sus
facultades, se profundiza en el afecto y en el conocimiento del lugar para no
construirse nunca jamás? ¿Es la que aparece en sus calles o es la que
arquitectos y estudiantes proyectan para su propio y ambiguo disfrute?
Buscar una arquitectura
caraqueña equivale a no decir nada, es desconocer la fundamental distinción y
el infranqueable abismo que se establece entre el talle y la calle, entre el
laboratorio y la realidad, un abismo que durante décadas se ha profundizado en
una democracia sin legalidad. De modo que a la desaparición de tanto populismo
partidista, tendría que corresponder ¡obligatoriamente! a un renacimiento de la
arquitectura real. Una suerte de nuevo período heroico que supere la situación
más dolorosa: el olvido de la ciudad, la pérdida de la belleza.
En Caracas, calle y
laboratorio constituyen una cosa bien distinta, una paradoja inabordable. La
calle es la realidad, pero no sólo en lo que tiene de limitante (frente a lo
soñado en los talleres), sino que es además una realidad local, paralizada en
la crisis de estímulos al pensamiento. Tal vez por ello, el reto más difícil y
poderoso que enfrentan quienes rigen la ciudad está en el desgano y en la
ausencia de una tradición que mantenga “la calle” enfrentada al taller.
Lo que se produce en los
ocultos y secretos laboratorios tiene, sin embargo, mucho mayor alcance a pesar
de su naturaleza subterránea. Son los trabajos en equipo, enmarcados en la
condición liberal del arquitecto, distanciados de la patética burocracia de los
instintos de planificación. Son los concursos de arquitectura (no importa el
tema: una acera, la ordenanza de una esquina, la iluminación de un monumento,
el paisajismo de una quebrada) la única garantía que anima el interés hacia el
territorio de la ciudad. El cancelar la modalidad de los concursos o la
participación del taller de libre competencia, acentuó el tiempo de una crisis
que vine asolando la disciplina durante los últimos años: los arquitectos no
pueden crear si no existen encargos o confrontaciones que produzcan públicamente
sorpresas reseñables, estilísticas.
Ideas para Santiago de León
Las ideas, como la ciudad,
no pertenecen a ningún alcalde y mucho menos a las visiones partidistas. El
conocimiento del espacio público, lo lidera, inobjetablemente, la élite de sus
arquitectos. Las ideas, aquellas ideas futuras que harán diferente el porvenir
respecto al presente, simplemente no crecen. Su modalidad de existencia no es
biológica ni botánica. La condición de las ideas urbanas, de su ser, es
condición de conflicto, de debate y de conocimiento. Surgen a través del calor
o el frío de la controversia y a partir del choque de las mentalidades.
En Caracas, redactar un plan
general de operación señala un nuevo entendimiento de la ciudad, a partir de lo
que proponen esos virtuosos, pues orienta la planificación hacia las
intervenciones urbanas concretas. Este criterio enfatiza el abandono del
tratamiento brutal y exclusivamente normativo del crecimiento neutro de la
ciudad (perpetuado como un crimen a través de las ordenanzas), así como el
planteamiento alternativo, vigoroso y estratégico de las intervenciones,
capaces de llevar a cabo las transformaciones que arriesgan y enuncian las
piezas clave y el futuro de la ciudad.
Por ello, más que una
observación es una exigencia proponer la elaboración de 100
ideas para el avance de la “Programación General Santiago de León de
Caracas”. Las ideas tienen en coherencia con esta noción un triple sentido:
nacen de la angustia por conocer (y por decidir, por supuesto) cuál será la
ciudad que afrontará el nuevo siglo, inician como un proceso de cultura la
novedosa ejemplificación pública de las hipótesis propuestas para los puntos
neurálgicos de la ciudad, y finalmente suponen el contacto con un colectivo de
más de mil arquitectos plenos de razonamientos, interesados, y sobre todo,
talentosos.
Espléndido laboratorio
abierto
El resultado de la
experiencia de observar a Caracas como a un laboratorio abierto, seguramente
superará las propias expectativas, planteando para Santiago de León de Caracas
la cuestión de una posible arquitectura de la ciudad. La suerte de esta nueva
expedición geográfica, propuesta a partir la modalidad de los concursos para la
ordenación física de la territorialidad caraqueña, no sólo constituye un
derecho nacido de la constitución liberal del ejercicio de la arquitectura
(condición ferozmente amordazada por los organismos estatales), sino que merece
un lugar especial en la historia urbana de nuestra ciudad.
El reto de la
reestructuración física de las áreas deterioradas por el efecto traumático de
las malogradas operaciones de cirugía vial, efectuadas durante los últimos
treinta años (y de las cuales los elevados de la Av. Andrés Bello, plaza
Venezuela, Los Ruices, Las Mercedes, expresan solamente un detalle), podrían
señalar el punto de partida para una reflexión más profunda en torno a los
vínculos entre arquitectura y ciudad y, seguramente, la primera contribución
contemporánea al problema de la construcción arquitectónica de la Caracas real.
Los fundamentos para la
programación de 100 ideas sintetizan, por encima de las abominables
visiones partidistas, las propuestas necesarias de capitalizar. Caracas
necesita de un entendimiento singular y despolitizado de cada “parte de la
ciudad”, desde el Parque Vargas hasta la plaza de las Madres en Petare.
Necesita, sobre todo, el valor irreductible que adquiere el proyecto urbano
como un espacio de reflexión histórica en un proceso cultural que requiere de
líderes, campeadores y protagonistas. El resultado de abrir la ciudad como
escenario para 100 ideas, pone de manifiesto la necesidad de ir más allá
de las injerencias inmediatas, fatalistas y vergonzantes. Desplaza la idea de
una ciudad caótica hacia la memorable y gozosa experiencia de una ciudad
laboratorio de arquitectura.
Se opta así por comprender
lo urbano a partir de permanencias y fragmentos que deben componerse al nacer
de una reflexión arquitectónica sobre cada uno de los puntos neurálgicos. Se
incorpora así, en cada solución concreta, el resultado de una cuidadosa lectura
del lugar, sus trazos, su topografía y sus posibilidades funcionales y
plásticas.
El laboratorio, las ideas y
los concursos, renuncian a la tentación de responder al deterioro espacial de
Caracas, proponiendo un nuevo orden. En su lugar, se enfatiza en la
singularización arquitectónica de cada uno de los espacios que, a modo de
“ámbitos de felicidad” o “insólitos acontecimientos”, encuadran el área de
actuación que se extiende desde Catia hasta Petare. El primer capítulo de las
ideas propuestas, para los próximos tres años, debe abrir el interés por las
operaciones de una programación que garantice la ciudad que nos pertenece, la
del nuevo siglo, la que queremos y aspiramos, la que legaremos, la ciudad
lejana, la ciudad de nuestra vejez.
Las acciones deberían
recuperar y ampliar la dignidad del concepto tradicional de “obra pública” y de
“ornato”, tan olvidado y despreciado durante las últimas décadas. Se deberían
apoyar en el protagonismo público y en la participación directa de una
administración municipal “humanista” (a la manera florentina del s. XVI), y no
humanizada (a la manera populista de la modernidad tardía caraqueña de los años
70). La atención prioritaria del laboratorio de ideas se puntualiza en la
configuración del espacio público como derecho adquirido y vertebrador de la
ciudad, una suerte de “ley de colegiación de la calle”, como patria misma de la
belleza.
Y es que en nuestra ciudad
se dan simultáneamente diversos tipos de vida en comunidad, tanto ortodoxos
como subversivos, reclamando con frecuencia el mismo derecho a su existencia.
Por ello, junto a los que ya son tradicionales, el caraqueño continúa sintiendo
la necesidad de nuevos espacios urbanos. Ambos le resultan indispensables para
hacer lo que ha venido haciendo desde hace más de cuatro siglos: callejear,
degustar el placer del paisaje, pasear, ver a otras personas, encontrarse con
ellas, enamorar, conversar. Estas actividades son tan antiguas como los
espacios públicos, calles y plazas que requiere.
100 acciones que
conmemoren
La elección de un repertorio
de 100 acciones o enunciados conmemoran los eventos de arquitectura que actúan
sobre una ciudad ya constituida, altamente densa, con mínimos espacios
disponibles y con el único recurso de la desorganización.
El reto de este comienzo de
siglo está en construir sobre lo ya construido, en reordenar, soldar,
recuperar, coser, sanear, revitalizar lo ya existente. Abrir la puerta de
Caracas a La Guaira, definir la ley de protección a la autopista como un
preludio paisajístico de cara al Caribe (eliminar el feo quiosco tridimensional
del peaje que flanquea su entrada). Ordenar los edificios-puerta que
puntualizan el acceso de Catia a la ciudad. Incluir en la normativa una
estrategia arquitectónica que rija el crecimiento de la ciudad y que permita la
inclusión de tipologías: edificio-corredor, edificio-esquina, edificio-puente,
edificio-patio. Enseñar públicamente la importancia de una edificación en
esquina: para ello, se propone declarar monumento y patrimonio público el
edificio Banco Unión de Sabana Grande (Benacerraf & Vestuti) y demoler el
hotel Crillón (cruce con Av. Libertador).
Mantener como prioridad la
culminación del Parque Vargas y la realización de la plaza del Quinto
Centenario, declararlas piezas centrales de la ciudad de hoy. Eliminar la fea
escultura de Bolívar que remata el Parque Vargas, erradicar el terminal de
autobuses del Nuevo Circo en La Hoyada y declararlo capítulo cancelado en la
historia caraqueña.
Asumir la Autopista del Este
con su inmenso y desplazado potencial paisajístico como símbolo de la ciudad,
promover en ella la continuidad de acontecimientos que abran la ciudad con sus
puertas hacia el norte, hacia el sur, hacia el este y el oeste. Crear
edificios-puente que cabalguen sobre algunas calles a la manera de arcos de
triunfo.
Respaldar una campaña
pública para tumbar el horrible terminal de La Bandera, en su lugar, promover
la construcción de un edificio singular, a la manera de una estación terminal,
un peristilo heroico, una sala hipóstila a la manera del proyecto propuesto por
Sanz y Parilli para el Consejo del Distrito Sucre. Recuperar la antigua plaza
La Estrella en San Bernardino, valorizar los edificios Titania y Astor.
Implantar
siete promenades, en una suerte de ley de la calle: 1. Plaza Pérez
Bonalde, Av. Sucre, El Calvario; 2. Plaza Artigas, San Martín, plaza O’Leary;
3. puente de Los Leones, Av. de La Paz, plaza Madariaga; 4. Plaza O’Leary,
parque Vargas, plaza Venezuela; 5. Plaza Las Tres Gracias, paseo Los Ilustres,
Los Próceres; 6. Sabana Grande, Chacaíto, Altamira, y 7. Parque del Este,
Petare.
Utilizar la experiencia de
El Silencio como el aporte más significativo de la condición caraqueña, el
bloque horizontal y la manzana cerrada alrededor de un patio, que podría
reproducirse en otros sectores de la ciudad (San Agustín del Norte, Av.
Casanova, Bello Monte, La California o La Pastora). Promover la ejecución de
monumentos urbanos dedicados a sus grandes promotores: Luis Roche, Manuel
Mujica Millán, Carlos Raúl Villanueva, Luis Malaussena, Carlos Guinand Sandoz.
Construir un edificio-torre
o bastión con un pórtico de tres alturas a la entrada de la Av. Casanova cruce
con Las Acacias y otro a la entrada de Las Mercedes, donde está el CVA. Demoler
los voraces avisos Pinco Pittsburgh y Cónsul sobre el bloque 1 de El Silencio y
expurgar los anuncios La Carpeta, Waikiki, Fanafil. Lego, Xerox y Banco Unión,
en la plaza Venezuela, por el contrario, declarar monumentos a los de Savoy,
Polar y Coca Cola, también en la misma plaza. Utilizar la idea de Jesús
Tenreiro para amurallar ciertos sectores de la ciudad, recuperar los
puentes art déco de Bello Monte y Las Mercedes, hacer pública la
plaza del Bicentenario, caminar cuatro horas semanales (obligación de alcalde).
Restaurar el viejo edificio Pan Am en la Av. Urdaneta, realizar intervenciones
a lo largo de la horrible Av. Lecuna y San Agustín del Norte, erradicar San
Agustín del Sur y retornarle este espacio a la ciudad del nuevo siglo.
Construir la sede de la
Gobernación y el Palacio Municipal del Distrito Sucre según las propuestas de
Dorronsoro y de San y Parilli. Limpiar, reubicar y recuperar, el
esplendor y axialidad de la India de El Paraíso. Señalar a Petare como una de
las puertas de la ciudad, demarcar su acrópolis, restaurar las Torres del
Centro Simón Bolívar, recuperar el agua de Las Toninas de Narváez.
Restaurar el hotel Humboldt,
cuidar el pésimo mantenimiento y paisajismo que resguarda el recinto de la
plaza Venezuela, en una propuesta de ordenanza paisajística que garantice, para
el caraqueño, el trozo que se extiende desde El Guaire, pasando por el Jardín
Botánico hasta Las Mercedes.
Erradicar, irrevocablemente,
la invasión progresiva de buhoneros que contaminan visualmente los principales
ejes de la ciudad, retomar el Museo del Oeste en su condición de
terraza-mirador, transformar las pesadas, atrasadas, bastardas y destructivas
ordenanzas que cargaban los burros, por normativas livianas y flexibles,
comandadas por virtuosos.
Cuidar el territorio de La
Candelaria como un barrio singular; cuidar y abrir el interés hacia territorios
nunca transitados como Gramoven, La Silsa, Los Flores; asumir La Urbina, Santa
Rosalía, San José o Parque Central como paradigmas de las experiencias
brutales, feas y torpes; construir el magnífico proyecto de Borges y Pimentel
para la Gran Avenida.
Repetir tipológicamente, la
experiencia de Altolar; retomar la idea de Alcock para recuperar una serie de
sitios en un sistema desplazado a lo largo del Guaire. Recuperar la atmósfera
caribeña de la ciudad a partir del agua y la arborización, quitar los estorbos
u “obras de arte” (el feo Cruz Diez del Guaire), eliminar la contaminación
visual que bloquea las aceras, abrir las perspectivas de la ciudad a las
montañas, recuperar sus quebradas y calles, crear ciudad, no extendiendo sus
dominios, sino recobrando sus fragmentos olvidados.
Recuperar la calle norte-sur
que va del Country al Tamanaco, hacer puentes de comunicación urgente sobre el
Guaire, liberar el viaducto sobre el Tamanaco como remate visual de la Av.
principal de Las Mercedes y desarrollar una pequeña plaza y una fuente en ese
espacio confinado; demoler las superfluas estructuras y la espantosa escultura
de la plaza triangular en la Av. principal de Las Mercedes. Recuperar El
Calvario y el uso cotidiano del Observatorio Cajigal, como bienes cotidianos
del uso ciudadano. Retornar el agua a todas las fuentes de la ciudad. Como una
condición ética y de honor, salvar Las Guaycas en Campo Alegre, como el primer
monumento de la modernidad caraqueña… cortar, soldar, coser… Poner la ciudad en
su santo lugar.
Epílogo
Dialogar con Lorenzo el
Magnífico
Lo que aspiramos de quienes
rigen el destino y futuro de la ciudad es un crecimiento que la política no
interrumpa: una composición, un descubrimiento festivo de la geografía urbana,
un diseño total y no el “no-diseño” que ha acribillado a la ciudad durante los
últimos cuarenta años. Los arquitectos quieren saber, participar, exponer,
disentir. Proponer cómo eliminar los elevados, cómo develar sus calles
memorables, cómo fortalecer las piezas de serie potencialmente interminables,
cómo abrir sus magníficas terrazas públicas, cómo pactar sus ejes axiales y
ciclópeos, cómo afianzar sus atmósferas que producen nostalgia, cómo describir,
desde Catia hasta Petare, los jardines y los fragmentos dispersos que se anclan
en sus ruinas. En fin, recuperar un Abad e iniciar una tradición de diálogo con
Lorenzo el Magnífico. El golpe alto se asienta en un urbanismo entendido no
desde el punto de vista tecnocrático de la zonificación, sino desde una
realidad compleja, sutil y frecuentemente enterrada.
Los caraqueños debemos
pensar con los ojos, dominar el espacio como el ojo divino de Horapolo vigiló
territorios y ciudades. Gobernar el paisaje con la mirada neutra y objetiva de
Galileo que mide las montañas lunares, mirar el entorno enmarcando las vistas
en secuencias del montaje de una exposición total.
La nueva urbanidad y
la ciudad de fin de siglo, no sólo lo que se refiere a torres y
edificios, monumentos y avenidas, calles y plazas, parques y autopistas,
faroles y avisos, vipoquines y pavimentación, exige de un gesto tan estimulante
como el gesto civilizador que la vio nacer. Exige, sobre todo, en lo que se
refiere a la memoria, acontecimientos, y a los sueños, la seguridad que da
sembrar (a la manera de Sanabria) mil palmas reales a lo largo del cañón del
valle. Sólo así las descargas de todas las lluvias torrenciales, la embestida
de todos los vientos descomunales, el agobio de todos los calores
desconsiderados pasarán dejando serena e incólume a la ciudad.
25-07-16
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