Por Leonardo Morales
La hamaca se mueve sin
cesar, va y viene, no para hasta que la fuerza que la impulsó se desvanece.
Ésta se moverá ante una nueva inyección de energía de lo contrario permanecerá
inmóvil pero aun cuando se le imprima un nuevo impulso sus movimientos, de un
lado a otro, se suscitarán en el mismo lugar.
Exactamente igual anda la
realidad política, social y económica de Venezuela. Las cosas se mueven pero no
cambian; las colas por bienes esenciales no disminuyen, los ministros se dan
tiempo para superar las dificultades sin cumplir con sus ofrecimientos, la
escasez domina el acontecer. El presidente mueve fichas, humilla a sus
ministros. Todo se mueve pero nada pasa. Paradojas de estas latitudes.
La oposición ejerce su
derecho al querer invocar un referendo revocatorio presidencial. Debe hacer lo
que dictan las normativas y bastante más porque en el Ejecutivo se niegan y los
demás poderes se tongonean al ritmo de la Cumbia.
Frente a un gobierno que
cedió a la tentación totalitaria no basta con el cumplimiento de los preceptos
constitucionales. Hay que hacer más, mucho más y no se sabe si la oposición
está en capacidad de hacerlo y, más complejo todavía, nadie sabe si serán
acompañados por los que son sacudidos por la crisis asfixiante que se apoderó
del país. Por allá en 1912, MoiseiOstrogorski advertía: “La función de las
masas en democracia no es gobernar, sino intimidar a los gobernantes. La
cuestión crucial es, una vez más saber si serán capaces de intimidar y en qué
medida.”
Máscara democrática
Venezuela es un país con un
régimen presidencialista. Sobre esa figura se cifran las esperanzas futuras y
en ella también se puede expresar la crisis del país. Así, cualquier venezolano
diría que Maduro es culpable de la presente realidad relevando de culpas
mayores a otro que legó el camino. No importa, tienen razón en lo primero y
deben buscar salidas.
La presencia en la
Constitución del referendo contra los funcionarios públicos a mitad de su
período persigue que los ciudadanos puedan destituirlos por malos gobernantes,
por incapaces, por incompetentes, por corruptos, por la razón que corresponda
según el criterio de cada quien. En el caso venezolano cualquier ciudadano
puede tener alguna o todas esas percepciones.
Cuando los valores
existentes en un gobierno están de vacaciones o nunca estuvieron presentes y,
no tiene sentido de la responsabilidad y del buen obrar, hará lo indecible,
cosa que hace, para mantenerse en el poder.
En ese escenario habría que
considerar la existencia de un régimen psedodemocrático en el que si bien
aparecen instituciones propias de las democracias como la competición electoral
entre varios partidos o coalición de éstos y una supuesta división de poderes,
sin embargo, la visión autoritaria se ve expresada con una superlativa
presencia militar.
La bota deliberante
Las posibilidades de
intimidación ciudadana al poder se ve seriamente comprometida porque el orden
civil aparece disminuido por el papel deliberante de las Fuerzas Armadas. Este
no es una circunstancia nueva ni derivada de los acuerdos entre civiles y
militares en la era chavista. El desarrollo de una política institucional para
el necesario control civil de las decisiones de gobierno que condujeran a la
atenuación significativa de la presencia militar en la práctica política nunca
concluyó o simplemente se abandonó reapareciendo formal e intensamente con la
vigencia de la Constitución de 1999 y la presidencia del Chávez.
En esas condiciones, las
aspiraciones civiles de carácter democrático no solo deben confrontar otro
sector civil de orientación autocrática sino que las decisiones de Estado
prácticamente deben recibir la bendición militar.
Queda entonces interrogarse si para impulsar una medida constitucional es suficiente cumplir con los requisitos y lapsos exigidos o también es necesario esperar la deliberación pretoriana sobre estos asuntos.
22-07-16
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