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martes, 11 de octubre de 2016

Escribir por @claudionazoa


Por Claudio Nazoa


Esto de ser articulista es una tarea gratificante y a la vez difícil.

Cuando el lector abre el periódico, no imagina que detrás de cada artículo hay un trabajo que requiere tiempo y concentración.

Lo que sí es seguro es que el oficio hace al columnista, y que la disciplina proporciona la habilidad para intuir lo que el lector quiere leer al comprar el periódico o al encender la computadora.

Como articulista de El Nacional, me siento apachurrado en mi página. Me tienen arrinconado en este huequito con barrotes de tinta. Arriba, aplastado por los textos de mi jefe Miguel Henrique y hacia un lado, me empuja nada más y nada menos que la agudeza del duro de Armando Durán. ¡Qué angustia!

Sé que es feo hablar de uno mismo, pero el egocentrismo me obliga. Me considero buen hablador más que buen escritor, por eso trato de escribir como si estuviera echando un cuento. No me gusta escribir erudito porque no lo soy. Es más, soy un plagiador, ya que un inteligente puede fingir ser bruto, pero jamás un bruto podrá fingir ser inteligente y ese es mi caso.


Para escribir una crónica hay que leer bastante. Es importante estar al día y captar lo que flota en el ambiente. Hay que escribir universal, es decir, que lo que se haya escrito sea comprendido por la mayoría de los lectores.

Acostumbro conversar con Leonardo Padrón, quien al parecer sí sabe escribir. También con Laureano Márquez, columnista de Tal Cual, quien, al igual que yo, es otro buen hablador. Los tres coincidimos en lo difícil que resulta escribir aunque sea mal.

La mayoría de las veces, quienes ejercemos este oficio recibimos mucho cariño y amor. Si no fuera por mi profesión, aún sería virgen. Sin embargo, también se reciben ofensas de insultadores profesionales, radicales de derecha y de izquierda, valga la redundancia, quienes aprovechan las redes y generalmente el anonimato, para insultar y amenazar al columnista cuando no están de acuerdo con él.

Acepto críticas de todo tipo. Lo que no acepto son insultos y vilipendios de los pendejos. Hace tiempo aprendí que lo mejor, en esos casos, es ignorarlos o bloquearlos.

Escribir es un privilegio. Al hacerlo, hay que darse un baño de humildad.

He tenido la suerte de tener excelentes maestros que me han guiado en este sabroso oficio: el cardenal in pectore profesor Germán Flores, y mi voluptuosa y abnegada profesora de literatura Digna de Rivas. Es más, cualquier reproche o felicitación, diríjanla a ellos, que fueron quienes crearon al monstruo.

10-10-16




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