Por Luis Pedro España
Durante mucho tiempo el
gobierno se llenó la boca con las estadísticas de ingreso. Mientras duró la
bonanza petrolera (esa que no dependió ni de las misiones sociales, ni de la
productividad de los venezolanos y muchísimo menos de la política petrolera pro
rentista de la que hoy denigran), los indicadores de ingreso familiar no
hicieron sino mejorar. No solo aumentaba la disponibilidad, sino que también
aparecían tímidas mejorías en los índices de la desigualdad.
Cada año por estos meses, casi
que cada domingo, teníamos al profesor presidente (lápiz rojo empuñado en la
mano izquierda), repasando cómo la curva de ingresos iba para arriba y la desigualdad,
para abajo. Pero poco duró la dicha, aunque mucho la fanfarronería y hasta
nuestros días la retórica propagandística. Ahora, cuando todos los indicadores
se precipitaron, cuando incluso las tibias críticas de PNUD recién asoman
haciéndonos descender en el Índice de Desarrollo Humano del puesto 71 (en 2014)
al 64 en la última medición de 2015; no solo nos damos cuenta de que la caída
del ingreso es hoy más que nunca una variable que depende de la renta, sino
que, incluso en lo que es ya nuestra peor recesión de la historia petrolera, ha
comenzado a aumentar de desigualdad.
El índice de Gini, ese que
tanto nos explicaron como éxito del socialismo bolivariano, ha ido creciendo de
manera importante en los últimos 3 años. Según los datos de Encovi la desigualdad
ha aumentado de 39,7 en 2011 a 43,8 en 2016. Según los cálculos hechos desde
los datos que aportan estas encuestas, la concentración del ingreso pasó de 29%
a 32,2% para 10% de población con mayores ingresos, en el mismo período.
Esto es muy grave en un
contexto de recesión. La crisis actual está ocurriendo con una profundización
de la desigualdad, lo que deja en evidencia una dualidad sin precedentes. Nunca
como hoy ese pregón de que los pobres son más pobres y los ricos son más ricos
ha sido cierto.
Normalmente, cuando hemos
padecido otras crisis de ingresos, debido a la caída de los precios del
petróleo, la desigualdad no aumenta. Ciertamente, el empobrecimiento es masivo
y sus consecuencias, si bien se viven de modo diferente por los puntos de partida
desiguales antes de iniciarse la recesión, nunca esas crisis “favorecieron” a
algún grupo de la población. Lo que estamos viendo con este aumento de la
desigualdad en contexto de recesión es la evidencia de una perversión, una
infeliz distorsión que permite que una parte del país no solo viva de modo
diferente la recesión, sino que incluso puede que se esté favoreciendo de ella.
Y, lo que es peor, porque se benefician, hacen todo lo posible para que no se
supere.
Lo que explicarían entonces
este hecho inusual se encuentra en el diferencial cambiario. El control de
cambio y sus métodos discrecionales de asignación, sus favoritismos y arbitraje
subsiguiente son los que permiten que los actores favorecidos con estos
privilegios reciban un subsidio indirecto millonario que los hace ganadores de
la crisis.
Para que nos entendamos, hay
una parte de venezolanos que viven bajo la esfera del dólar y de la utilidad
cambiaria que realizan en el mercado paralelo, mientras que otra parte, la
mayoritaria, la que no tiene o tuvo acceso a semejante subsidio, y que por lo
tanto recibe el impacto directo de la inflación, es víctima o no tiene
escapatoria frente a la escasez y, por consiguiente, vive injustamente el peso
de la recesión.
Suprimir el privilegio de
aquellos que están cercanos al gobierno y sus intereses sería una forma no solo
de crear condiciones para recuperar una correcta asignación de incentivos para
la recuperación económica, sino eliminar una de las principales fuentes de
desigualdad en el país.
En este tránsito por lo
insólito, este divorcio entre la realidad y el discurso, o la empecinada
terquedad en seguir insistiendo en las mentiras suponiendo que se convertirán
en verdades, se ha llegado al tope de la fantasía socialista: no solo no se
logró ningún tipo de prosperidad, sino que, además, distribuyen de forma
injusta lo poco que nos va quedando. Asistimos, en definitiva, al episodio
cínico de la desigualdad socialista.
30-03-17
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