El País 16 de abril de 2017
Resulta
revelador del grado de descomposición al que está llegando Venezuela que el
pasado martes el presidente de la República Bolivariana, Nicolás Maduro, fuera
agredido con una andanada de huevos durante la celebración de un acto
patriótico en una localidad de signo indiscutiblemente chavista. Al Gobierno se
le están yendo las cosas de las manos, y un síntoma inquietante de la anarquía
que azota al país es que sean ya cinco los fallecidos desde que la oposición
empezó a movilizarse tras el fallido golpe de Estado en el que el Tribunal
Supremo pretendió hace más de dos semanas asumir las competencias de la
Asamblea Nacional, el poder legislativo, hasta que no tuvo más remedio que recular.
La violencia es cada vez mayor en las calles y al desorden contribuyen
decididamente los llamados colectivos, grupos de choque afines al chavismo, a
los que se ha acusado de ser responsables de algunas de las recientes muertes.
En su
afán por enrocarse en el poder, y en no propiciar una salida al país a través de
la convocatoria de elecciones y la liberación de todos los presos políticos,
Maduro empieza a estar fuera de la realidad. No se trata solo de que sus bases
empiecen a cuestionarlo y de que el Gobierno pierda el control sobre los grupos
armados del oficialismo, es que además no deja de provocar a la oposición: hace
poco facilitó la inhabilitación de Henrique Capriles, excandidato presidencial
y gobernador del Estado de Miranda, para ejercer cargos públicos durante 15
años. Otro signo ostensible del deterioro general ha sido el intento de
agresión que sufrió el arzobispo de Caracas cuando criticó al Gobierno por
amparar a “los grupos armados que actúan con presunta impunidad”.
Estos
signos contribuyen a que la tensión crezca ante la gran marcha convocada el
miércoles por la oposición. Del Gobierno de Maduro depende ahora garantizar que
las cosas no se descontrolen.
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