Héctor Silva Michelena 04 de septiembre de 2017
Políticas,
Libro VI, cap.IV, Austral, Madrid.
La
redacción de los textos de Aristóteles que han llegado hasta nosotros (con
frecuencia notas de cursos) no hace siempre fácil su lectura. Es el caso de
este pasaje. El mismo merece, sin embargo, el esfuerzo que reclama su clara
inteligencia. No solamente hay allí lo que es, sin dudas el punto de llegada de
la reflexión de Aristóteles sobre la democracia, es el enunciado más firme que
implica para él la noción de politéia; podríamos adelantar que Aristóteles nos
lega aquí como testamento la lucidez conquistada por Grecia de una de sus
invenciones más sublimes: la democracia.
Aristóteles
viene de mostrar que varias formas de sociedad pueden merecer el nombre de
democracia, según la naturaleza del pueblo (cf. también texto nº. 7) o la
definición de la ciudadanía, siempre que la igualdad ante el poder esté
asegurada. Es ahora la relación de la democracia con la ley que él va a
examinar.
Esta
cuestión es para él la más fundamental. Cada forma política se desdobla en una
no-forma, según que se desenvuelva en un cuadro legal instituido, o que
pretenda eximirse de la ley. Tal es la relación entre monarquía y tiranía y tal
va a ser aquí la relación entre democracia y demagogia.
Sobre
este punto, Aristóteles enuncia un principio constitutivo de la democracia
(cf., texto nº. 1 a cerca de Ótanes cuando define la democracia como un control
de la legalidad. (Recordamos que Otaés fue un noble persa que hacia el 522 a.
C. apoyó a Darío I en su ascensión al trono). Podemos leer en Esquines (en su
oración Contra Timarco, I, IV-V): “existen en el mundo tres tipos de gobierno:
la monarquía, la oligarquía y la democracia. Las dos primeras formas son
regidas por el buen placer de los jefes, los Estados democráticos son regidos,
al contrario, por las leyes que garantizan la seguridad de los ciudadanos de un
Estado democrático y de su Constitución, en tanto que las monarcas y los jefes
de una oligarquía hallan su salud en la desconfianza y en sus guardaespaldas”
(gardes du coprs) (1).
Esto
es por lo que los demócratas atribuían tanta importancia a la protección de la
Constitución, concebida como una muralla contra la degradación de la democracia
en demagogia. Tales eran como lo muestra, Mogens Herman Hansen un filólogo
clásico, especialista en la democracia ateniense y en las polis, la función del
ostracismo y la de la “graphé para nomon” (acción en justicia contra aquel que
propone una ley no constitucional). Como lo dijo el orador Licurgo (Contra
Lycophron) (2).
Se
desmarcan así de manera decisiva de Platón, para quien la demagogia es
consecuencia necesaria de la democracia; Aristóteles construye una oposición
regulada ente demagogia y democracia. El poder del pueblo en una democracia se
ejerce en el marco legal de una constitución, la demagogia ignora la legalidad.
La soberanía en democracia se ejerce mediante la participación de cada
ciudadano en las magistraturas, la demagogia, los ahoga en una masa anónima
(cf. texto nº. 38). La democracia procede por leyes, voluntad de todos válida
para todos, la demagogia corrompe esta voluntad y confunde la ley con el
decreto.
Aristóteles
da un argumento que desarrollará Rousseau (texto nº. 33) y pone en su lugar las
relaciones de la democracia con lo que nosotros denominamos “Estado de
derecho”; por la conclusión en la cual se detiene, tiende de hecho, a confundir
la verdadera democracia con la politéia equilibrada que él expone a su querer.
Es lo que Francis Wolf (Aristóteles y la política) ha llamado el Aristóteles
demócrata.
(1)
(En el año 346 a. C. el orador Esquines
pronunció un demoledor discurso acusando de prostitución a Timarco, uno de sus
enemigos políticos. A través de este discurso se ha procedido a llevar a cabo
un profundo análisis sobre la masculinidad, el homoerotismo masculino y la idea
de ciudadanía en la Atenas de este período, así como de las relaciones y
dependencias que se establecen entre dichos elementos, observándose, de esta
manera, cómo el desempeño de determinados comportamientos, en este caso
sexuales, contribuyeron a formar un modelo concreto de masculinidad sobre el
que se asentó la idea de ciudadanía. Todo ello nos ofrece una visión
particular, en primer lugar del fenómeno homoerótico en la Atenas clásica, y,
en segundo lugar, de la forma en que se construía la ciudadanía ateniense y de
los elementos que contribuían a sustentarla. http://eprints.ucm.es/26014/).
(2)
Licurgo (390-324 a.C) orador ateniense y hombre
de Estado. El único ORADOR ÁTICO de sangre noble. Como orador apoyó las
políticas antimacedónicas de Demóstenes, el único discurso suyo que se conserva
es el titulado Contra Leocrates, (quien era un líder ateniense, general de la
Primera Guerra del Peloponeso. Él dirigió las fuerzas atenienses que
conquistaron la isla de Egina, tradicionalmente un rival naval de Atenas.
Dirigió la gran batalla naval en la que según se informa, los atenienses
capturaron o hundido setenta naves; Leócrates dirigió las fuerzas atenienses en
tierra para sitiar Egina -islas de Grecia situadas en medio del golfo
Sarónico-. El egineta finalmente se rindió a los atenienses y se convirtió en
aliados sujetos de Atenas). En su
discurso Contra Licofrón dice “es en efecto pecar contra la piedad liberar sin
castigo al hombre que, no contento con violar las leyes escritas por las cuales
la democracia debe subsistir que introducir novedades pícaras y convertirse en
legislador”. Licofrón tirano de Feras, 355-352 a.C, uno de los asesinos de
Alejandro de Feras, se convirtió en tirano después de un breve gobierno de
Tisifono. Se alió con Focis y se enfrentó con Filipo II de Macedonia en la
desastrosa batalla del Campo de Azafrán.
Escribe Aristóteles:
En
efecto, en las democracias en que la ley gobierna, no hay demagogos, sino que
corre a cargo de los ciudadanos más respetados la dirección de los negocios.
Los demagogos sólo aparecen allí donde la ley ha perdido la soberanía. El
pueblo entonces es un verdadero monarca, único, aunque compuesto por la mayoría
que reina, no individualmente, sino en cuerpo. Homero (1) ha censurado la
multiplicidad de jefes , pero no puede decirse si quiso hablar, como hacemos
aquí, de un poder ejercido en masa o de un poder repartido en muchos jefes,
ejercido por cada uno en particular. Tan pronto como el pueblo es monarca,
pretende obrar como tal, porque sacude el yugo de la ley y se hace déspota, y
desde entonces los aduladores del pueblo tienen un gran partido. Esta
democracia es en su género lo que la tiranía es respecto al reinado. En ambos
casos encontramos los mismos vicios, la misma opresión de los buenos
ciudadanos; en el uno mediante las decisiones populares, en el otro mediante
las órdenes arbitrarias. Además, el demagogo y el adulador tienen una
manifiesta semejanza. Ambos tienen un crédito ilimitado; el uno cerca del
tirano, el otro cerca del pueblo corrompido. Los demagogos, para sustituir la
soberanía de los derechos populares a la de las leyes, someten todos los
negocios al pueblo, porque su propio poder no puede menos de sacar provecho de
la soberanía del pueblo de quien ellos soberanamente disponen, gracias a la
confianza que saben inspirarle. Por otra parte, todos los que creen tener
motivos para quejarse de los magistrados, apelan al juicio exclusivo del
pueblo; éste acoge de buen grado la reclamación, y todos los poderes legales
quedan destruidos. Con razón puede decirse que esto constituye una deplorable
demagogia, y que no es realmente una constitución; pues sólo hay constitución
allí donde existe la soberanía de las leyes. Es preciso que la ley decida los
negocios generales, como el magistrado decide los negocios particulares en la
forma prescrita por la constitución. Si la democracia es una de las dos
especies principales de gobierno, el Estado donde todo se resuelve de plano
mediante decretos populares no es, a decir verdad, una democracia, puesto que
tales decretos no pueden nunca dictar resoluciones de carácter general
legislativo.
(1) Homero,
Ilíada, cap.II, v 204
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