Por Arnaldo Esté
No es necesario insistir en la
importancia de la educación para la construcción de una nación. Pareciera haber
unanimidad en el establecimiento de esa prioridad. Pero esa afirmación, hecha
desde una perspectiva mayormente socioeconómica, simplifica el problema y lo
reduce a cantidades: número de escuelas y universidades, estudiantes,
presupuestos… Esto es cierto e imprescindible. Pero la educación es mucho más
que cifras cuando la abordamos como formación de las personas, como la
construcción y logro de valores y competencias. Requiere una práctica, un
ejercicio social de esos valores y competencias.
El plebiscito, la consulta del
16 de julio, es un ejemplo. Fue un complejo ejercicio formativo y pedagógico de
valores y competencias. Un acto de profundización de la democracia,
realizándola. La gente, muy presionada y problematizada por la situación de
crisis e incertidumbre, se autogestionó y organizó para abordar el problema,
que por esa angustia resultaba muy pertinente, y alcanzó el magnífico resultado
político que conocemos.
La democracia es mucho más que
un conjunto de procedimientos, normas y comportamientos ahora atropellados y
violados. En una dimensión ética es un valor que aún no está afianzado y
establecido, pero ahora, y más allá de esta transitoria adversidad, es una
tarea posible y necesaria. Hay que buscarla y profundizarla.
Desde hace décadas estudiamos
escuelas y aulas y adelantamos propuestas en diversas condiciones y niveles,
pero los cambios o mejoras evaluables son escasos. Las aulas siguen siendo, con
importantes excepciones, espacios autoritarios adonde acuden los estudiantes a
recibir informaciones que ya están en Internet mejor organizadas. Se dan
lecciones que son formas autoritarias de predicación con poca interacción o
participación.
Hay una relación directa entre
la intensidad y la calidad de la participación y la construcción de
aprendizajes. Dicho de otra manera, entre la democracia y el logro de valores y
competencias. Esta es la materia, la sustancia de la pedagogía. Cómo hacer que
la gente, los estudiantes participen, interactúen, se agrupen, investiguen.
La crisis general del país es
un problema, es lo que llamamos un problema pertinente por su capacidad de
intrigar, angustiar y movilizar. Eso fue lo que ocurrió el 16 de julio y es eso
lo que hay que llevar a las aulas como pedagogía: problemas que tengan fuerza
problematizadora.
Eso complica los diseños
curriculares, programas de estudio y textos escolares que están atrapados en
las exigencias de temas, disciplinas y contenidos subordinados a requerimientos
informativos más que formativos. Requerimientos obsoletos cuando Internet y lo
digital ofrecen la información organizada y presentada de muy diversas maneras
para que sea el propio estudiante quien la busque cuando tiene la intriga y
necesidad ya planteada en la discusión sobre el problema pertinente trabajado
en aula.
En esta dirección, el cambio
político requerido para la construcción del país es, en buena porción, un
cambio educativo, otra pedagogía.
16-09-17
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