Por Benigno Alarcón Deza
El pasado domingo 10 de los
corrientes se celebró una elección primaria en la que la oposición escogió a sus
candidatos a la elección de gobernadores que, supuestamente, tendrá lugar el
próximo 15 de octubre. Como era de esperarse, fue un proceso que la mayoría del
país ignoró, al igual que ha sucedido con otros llamados hechos tras la
materialización de la elección de la Asamblea Nacional Constituyente el pasado
30 de julio.
Si bien es cierto que la
participación en una primaria no es un buen predictor de cuántos votarán en la
elección regional, el estado de ánimo generalizado y las razones de una mayoría
opositora hoy pasiva, no es algo que pueda cambiarse fácilmente en un mes. Ello
tiene potenciales repercusiones en la elección regional que no pueden ignorarse
y que el régimen bien conoce y tratará de aprovechar.
Desde la secuencia iniciada
por Chávez tras su elección en 1998, seguida del referéndum para nombrar la
asamblea constituyente, le elección de los constituyentes y la aprobación de la
nueva Constitución en 1999, cerrando con las nuevas elecciones generales del
2000, el acomodo del calendario electoral para generar una cascada electoral
favorable ha sido una estrategia exitosa a la que el régimen ha recurrido. Una
y otra vez ha aprovechado el efecto desmovilizador que tienen determinadas
batallas, que hábilmente, se posicionan desde el Gobierno como grandes
derrotas para la oposición.
Hoy en día, el rechazo al
Gobierno de Maduro da a la oposición un margen suficientemente amplio como para
ganar cualquier elección –aún con niveles de participación significativamente
bajos– pero en la medida en que la participación sea más baja también lo será
el margen de votos que el régimen necesitaría para –tomando ventaja del control
del Estado– imponerse de manera fraudulenta en una elección.
Es en el ámbito de este
razonamiento que es importante responder a la pregunta: ¿Cómo las elecciones
regionales ayudan o perjudican a la oposición? Para responder, corresponde
primero tener claro cuál es el objetivo de la oposición, si todo el liderazgo
de oposición está alineado con tal objetivo, o si, por el contrario, existen
objetivos mutuamente excluyentes. Dejando a un lado cualquier cálculo
individual, egoísta, de algún actor que pretenda priorizar sus objetivos
–personales o de partido– sobre los de la mayoría del país, la realidad es que
la gran mayoría del electorado y del liderazgo tienen como propósito lograr un
cambio de gobierno. Esa es condición sine qua non para emprender el
cambio de rumbo político, social y económico, sin el cual no hay futuro
posible.
Si el propósito es el de
producir una transición política, la elección regional, para que sea útil, debe
estar enmarcada en una estrategia diseñada a tal fin. De no ser así, la
elección regional perjudicaría el objetivo de producir el cambio.
Al contrario de lo que algunos
creen, los regímenes autoritarios celebran elecciones y, en muchas ocasiones,
con más frecuencia que las democracias. En un primer momento, como sucedió
cuando Chávez gozaba de sus mayores niveles de apoyo popular, se celebraban
elecciones competitivas de manera continua y en todos los niveles para colocar
todo el aparato estatal en manos de sus aliados políticos. Posteriormente, al
perderse la mayoría del apoyo electoral –como sucede hoy con Maduro– el voto se
ejerce con menor frecuencia. Se manipulan tanto los tiempos como sus
condiciones, haciendo las elecciones menos frecuentes, menos libres y menos
competitivas, sobre todo en el caso de cualquier consulta nacional que ponga en
peligro el control del Estado, como sucedió con el revocatorio y la elección de
la asamblea constituyente. Es así como los regímenes híbridos, al volverse
menos competitivos, van mutando hacia autoritarismos hegemónicos de partido
único, o donde los partidos “legales” son solo los cooptados por el régimen
para exhibir una decoración “democrática”. Para ellos se mantienen espacios
subnacionales de competencia electoral, como en estados y municipios. El
régimen busca así alimentar una dinámica clientelar-competitiva en la cual
partidos de gobierno y oposición compiten en un microjuego por espacios y
recursos, controlados y limitados por el régimen, que no implican una amenaza
para el control del gobierno central.
En este sentido, si las
elecciones regionales sirven para dividir, alimentado las apetencias
individuales al profundizar un dilema de prisionero en el que la no cooperación
se convierte en el equilibrio entre partidos y actores de la oposición –que
priorizan sus estrategias individuales sobre la búsqueda de un consenso
unitario, neutralizándose unas a otras en la fantasía de que quien tenga la
minoría mayor podrá ser gobierno– el régimen habrá impuesto su estrategia para
escoger a la oposición contra la cual competirá en el futuro, y podría terminar
siendo la minoría mayor entre una oposición mayoritaria, pero fragmentada y
desmovilizada.
Si, por el contrario, la
oposición retoma el camino de la Unidad, haciendo de cada candidato a la
regional una candidatura unitaria y no del partido X, Y o Z; si se entiende
esta elección regional como una oportunidad para reforzar la maquinaria
unitaria de cara a un proceso de transición política bajo una estrategia que
sume y multiplique –no una que divida y reste, y que hoy pareciera no existir–,
entonces la oposición habrá hecho buen uso de este proceso y comenzaremos, no
solo a ver la luz al final del túnel, sino a tener el túnel que nos llevaría a
ella.
15-09-17
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