Trino Márquez 06 de septiembre de 2017
@trinomarquezc
La
gira de Julio Borges y Freddy Guevara por Europa fue todo un éxito. Quedó
reafirmada la legitimidad de la Asamblea Nacional electa el 6 de diciembre de
2015. Los países más importantes del viejo continente ratificaron su
preocupación por el giro dictatorial que Nicolás Maduro le imprimió a su
gestión, la larga agonía vivida por la democracia venezolana y el declive de la
República, acorralada por las continuas violaciones a la autonomía de los
poderes públicos y la violación permanente de los derechos humanos.
Simultáneamente, el Reino Unido, Francia, España y Alemania subrayaron su
decisión de promover iniciativas internacionales orientadas a recuperar la
democracia. El comportamiento de Borges y Guevara tuvo el tono y la dignidad
adecuada: no se dedicaron a denunciar los abusos de un régimen cada vez más
desprestigiado, condenado y aislado en el mundo, sino se orientaron a solicitar
la ayuda humanitaria que el país reclama con urgencia y a abogar por los
derechos humanos y los presos políticos, martirizados por la pandilla de
sádicos que integran el gobierno.
El
régimen, por su parte, fracasó en su intento de conseguir el reconocimiento
internacional de la fraudulenta e ilegítima asamblea constituyente, que sigue
siendo vista como lo que en realidad es: un aquelarre de la dirección del Psuv
con algunos invitados de segunda categoría, carentes de todo peso específico.
El señor Earle Herrera, quien no forma parte de la cúpula del oficialismo a
pesar de su consecuente militancia en el oficialismo desde los orígenes del
movimiento bolivariano, cansado de ser
ignorado por sus colegas, decidió renunciar a la presidencia de la Comisión de
Diversidad, adefesio encargado en teoría de promover la amplitud y desterrar el
sectarismo. Esperar tal cosa del madurismo es como pedirle a Drácula que no
jadee cuando ve sangre.
El
desacierto de Maduro es tan patético que, en protesta por el comportamiento del
gobierno de Caracas, el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, no
asistirá a la cumbre de la Unión Europea con la Celac (organización promovida
por Hugo Chávez para acabar con la OEA)
prevista para octubre. Con lo cual, resulta previsible que el encuentro no se
realice.
La
respuesta del gobierno bolivariano ante la actitud internacional ha sido, como
siempre, atolondrada. Con unas notas diplomáticas desabridas ha intentando
contrarrestar el efecto positivo del viaje de
Borges y Guevara. La muletilla del “injerencismo” es invocada con la
monotonía de un reloj, por un mandatario que no toma ninguna decisión
importante sin el beneplácito de Raúl Castro, dependencia de la que el propio
Maduro se encarga de dejar constancia con sus permanentes viajes a La Habana.
Los
países democráticos del planeta no están dispuestos a aceptar que la dictadura
madurista pase incólume; que sus desmanes autoritarios queden ilesos como
ocurrió con Fidel Castro, quien desterró la democracia de la isla caribeña bajo
la mirada complaciente de la gran mayoría de las democracias occidentales y de
los intelectuales “progresistas” del mundo, quienes quedaron imantados por un
tirano a quien la historia política se encargará de ubicar en el lugar que le
corresponde, luego de hacer el balance
de su labor destructiva tras cincuenta años de haber martirizado a Cuba.
Con
Maduro y la revolución bolivariana, afortunadamente, el cuento ha sido
diferente. Ninguno de los Estados, congresos y partidos democráticos del mundo
acepta sus explicaciones y excusas. El trato que le da al Parlamento venezolano
y a los diputados solo se ve en los regímenes de fuerza. Su comportamiento
autocrático lo pagará con creces.
Los
resultados concretos de las gestiones Borges y Guevara probablemente no se vean
en el inmediato futuro. Lo que sí está sintiendo el Gobierno en su médula
espinal es la caída de la confianza de todos los mercados financieros
internacionales, en cuyo origen se encuentra la crisis política provocada por
su viraje dictatorial. El Gobierno carece de divisas para cubrir incluso sus
compromisos cotidianos en todos los frentes que debe atender. Este cerco,
absolutamente legítimo porque lo que está en juego es el destino del sistema
democrático en todo el continente latinoamericano, hará retroceder a Maduro y a
los aliados que lo soportan en el poder. A esa casta lo único que se le pide es
que respete la Constitución del 99 y retorne al modelo democrático. Este
regreso lo emprenderá por las buenas, o tendrá que atenerse a las
consecuencias, un ápice de las cuales está padeciendo. En América Latina no
habrá otra Cuba.
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