Por Hugo Prieto
En esta ocasión habla John
Magdaleno, politólogo, quien está de acuerdo con ir a las elecciones
regionales, pero no para oponerse por el solo hecho de oponerse a lo que
sea. El juego es más complejo. Tanto como jugar una simultánea de ajedrez en 10
tableros.
De hecho, la oposición ha
venido jugando ese juego, pero con deficiencias. Mientras corren las agujas del
reloj, Magdaleno afirma que el tiempo se acaba. ¿Hay posibilidad real para el
cambio político? Lo que hay que hacer, grosso modo, está contenido,
en sus aristas más visibles, dentro de esta entrevista. ¿Por qué dice Magdaleno
que llegó la hora de la chiquita? “Porque la coalición dominante, imbuida en el
autoritarismo hegemónico, viene avanzando a una velocidad que sugiere que entre
2018 y 2019, a más tardar, pudiéramos asistir a la fase preliminar de un
régimen totalitario, si antes no se produce el quiebre del régimen autoritario
o e inicio de una transición negociada”.
El lapso en cuestión es de 16
meses. Ahí parece que se decide el final de la partida. “No hay espacio para
más errores estratégicos de la oposición, no hay espacios para más fisuras, no
hay espacio para fracturas, no hay espacio para veleidades, para ambigüedades”.
Es la hora de agarrar el toro por los cachos.
Pudiéramos caracterizar este
momento a partir de una fecha: el 30 de julio.
¿Qué fue lo que ocurrió ese día?
Ese día se consuma un quiebre
del régimen político venezolano. Ese día se formaliza un autoritarismo que
adquiere, crecientemente, rasgos totalitarios. Durante años se debatió si el
caso venezolano encajaba en lo que se conoce como autoritarismo competitivo. En
efecto, creo que lo hubo hasta las parlamentarias de 2015. A partir de 2016 se
inicia un desplazamiento hacia lo que se conoce como autoritarismo hegemónico.
Ya eran visibles algunos rasgos totalitarios. Por ejemplo, la obsesión del
gobierno por controlar instituciones de socialización cultural —medios de
comunicación, universidades, escuelas, iglesias (en cuanto a subordinarlas en
la formación de valores)— y, desde luego, a la Fuerzas Armadas. Esos rasgos son
visibles y cada vez más explícitos en la comunicación del gobierno. De hecho,
hay una técnica que se ha profundizado: la deshumanización del adversario. Eso
es típicamente totalitario. Eso no significa que ya haya cristalizado el
totalitarismo.
Tengo la impresión de que esto
ya lo habíamos visto. Si uno se remonta a los orígenes del chavismo, digamos, a
los papeles del 4-f, a la tesis de Norberto Ceresole
(Caudillo-Ejército-Pueblo), es como si la dirigencia del gobierno hubiese dado
un giro de tres lustros para retomar el punto de inicio. ¿Usted que cree?
Lo que sugiere que el chavismo
está consciente de las dificultades que enfrenta con una sociedad que tuvo una
experiencia democrática durante cuatro décadas consecutivas. Es decir,
pareciera que el chavismo tardó este lapso (casi dos décadas) en intentar
legitimar, progresivamente, el avance hacia un modelo no democrático. Ya sea
autoritarismo hegemónico, tesis que comparto, o como lo sugieren algunos,
totalitarismo puro y duro. Yo creo que no hemos llegado allí, entre otras cosas
—y aquí la literatura es bastante clara—, el totalitarismo tiene seis rasgos
nítidos. Uno de ellos es un sistema de partido único. Otro es el dominio de una
ideología oficial. Por supuesto, el monopolio total y absoluto de los medios de
comunicación social…, pero aquí no se ha cerrado la bóveda del
miedo de la que habló (Giovanni) Sartori, por tanto, no estamos bajo el
totalitarismo. Pero sí ha habido, y en eso estoy de acuerdo, un giro para
intentar legitimar la imposición del modelo.
Digamos que durante los años en
que funcionó “el autoritarismo competitivo”, el modelo de Chávez iba avanzando,
pero no se consolidó del todo. ¿Cuál será la vía de imposición ahora? Porque
hay un aprendizaje, ¿no?
Sí, y el oficialismo aprende
rápido. El avance hacia el modelo hegemónico es mucho más fácil cuando hay tres
cosas. Uno, carisma. Dos, ingentes recursos para distribuir y sostener
programas sociales. Tres, legitimidad sociopolítica. Así que en ausencia
de esas tres cosas —por la muerte de Chávez, la crisis económica y una Asamblea
Nacional Constituyente espuria— el oficialismo cae en la cuenta de que estas
bases fundacionales del modelo ya no pueden ser utilizadas. Se recurre entonces
a la represión, al uso de la violencia y a la imposición del miedo. La
narrativa oficial está cada vez más cargada de apelaciones disuasivas para
causar temor. Esto no es novedad, ni Venezuela es el primer país donde esto se
intenta. Lo llamativo es que esta sociedad, después de 18 años de ese empeño,
aún se mantiene en pie. Con frustracheras, en razón de las coyunturas, pero se
mantiene en pie.
Es cierto, pero el balance es
agridulce. Se mantiene en pie, pero no es capaz de lograr el cambio político.
No es capaz de doblegar la imposición de lo que usted llama autoritarismo
hegemónico. Estamos inmersos en una especie de limbo. ¿Quién gana hasta ahora?
¿Quién saca ventaja? ¿El gobierno?
Lo has dicho bien… hasta
ahora. Sólo hay dos modalidades para provocar una transición de regímenes
autoritarios a regímenes democráticos. Sólo hay dos. No hay más. En general, o
se procura un quiebre o un colapso del régimen autoritario; o bien, se produce
una transición negociada. No hay otras opciones. El problema fundamental que
hay frente a un régimen autoritario es que los gobernantes —las autoridades—
discrecionalmente deciden cuáles garantías constitucionales violan y cuáles no.
Cuáles respetan y cuáles no. Eso está, en la práctica, en manos de las
autoridades que toman las decisiones. Así que todas las oposiciones que han
encarado este problema —como garantizar el inicio de una transición—, se tienen
que pasear por ambas modalidades y en algún momento tienen que hacer un balance
sobre cuál de ellas tiene más probabilidades. De ahí, la pregunta ¿es factible
procurar el quiebre o el colapso de un régimen autoritario que cuenta —por lo
menos hasta este momento— con el respaldo de las Fuerzas Armadas? ¿Es factible
garantizar la restitución de garantías constitucionales porque los gobernantes
pueden acceder a ello? Pareciera que no. Al menos en el corto plazo. Pero la dirigencia
opositora no puede evadir la evaluación de ambas rutas. Y esto que estoy
diciendo es delicado porque en efecto, los quiebres no se producen,
precisamente, por la celebración de elecciones.
John Magdaleno retratado por
Andrés Kerese
La oposición ha jugado en los
dos tableros. Además, de forma simultánea. Pareciera un error. En lo personal,
me recuerda la estrategia de las FARC de combinar todas las formas de lucha. De
ahí las incoherencias, las idas y venidas, y el limbo que estamos viviendo.
¿Usted qué piensa?
En efecto, la oposición ha
jugado en ambos tableros o para ambas modalidades de forma incompleta, sin
orquestación, y peor aún, sin un consenso básico entre los principales actores
de la oposición acerca de cuál es la estrategia que podría aproximarnos al
inicio de la transición. Vamos a verlo de esta manera. Sea que tú promuevas el
inicio de la transición por colapso o sea que lo promueva bajo formas de
negociaciones —no necesariamente con las caras visibles del poder—, ambas pasan
por la fractura de la coalición dominante. Ambas. Así que tu primera meta
intermedia es fracturar a la coalición dominante. ¿Por qué no digo el gobierno
o coalición de partidos que lo apoyan? Porque me refiero a un tejido social y
político que trasciende a las autoridades. Son todos aquellos sectores,
factores, tendencias, que le dan soporte al régimen autoritario.
Me imagino que también lo dice
porque en esa coalición están las Fuerzas Armadas.
Y empresarios y líderes de
sectores sociales, no sólo las Fuerzas Armadas. Pero sí, los militares son
parte de la coalición. La pregunta es ¿toda la Fuerza Armada es sostén del
régimen autoritario? La respuesta es no. Pero quienes toman decisiones
fundamentales allá adentro sí están capitaneando la legitimación del régimen
autoritario. ¿Esa es la pregunta de todo el generalato? ¿De los tenientes
coroneles, coroneles, mayores y capitanes? Dejo esa pregunta para la
investigación y la reflexión, entre otras cosas, porque la Fuerza Armada es una
verdadera caja negra en la actualidad.
De los procesos de transición
se habla de forma recurrente en Venezuela. Incluso se cita el caso de países
que han transitado del autoritarismo a la democracia de forma exitosa.
Juan Linz identificó cuatro
factores que, además, tienen que estar presentes de manera simultánea para
aumentar la probabilidad del inicio de la transición. Uno, el aumento de
socios insatisfechos en la coalición dominante, ¿por qué? Porque las
ejecutorias de las principales instituciones públicas implican costos, incluso
para ellos mismos. Dos, se erosiona la capacidad del régimen para limitar
la expansión del pluralismo. Esto significa, en palabras más sencillas, que la
capacidad del régimen para contener la crítica es mucho menor.
Tres, incremento de los umbrales de movilización política.
Cuatro, los costos de la represión tienden a ser mayores para la coalición
dominante. Pero estos factores, reitero, sólo son eficaces si concurren en
forma simultánea. Lo que implica que deberíamos entender su funcionamiento como
un circuito.
¿Podría describir cómo
funciona ese circuito?
Es decir, si aumenta el número
de socios insatisfechos de la colación dominante, las probabilidades del
régimen autoritario de limitar las críticas disminuyen, por lo tanto aumenta el
número de protestas, lo que a su vez incrementa la respuesta natural de este
tipo de regímenes, que no es otra que la represión.
Eso es lo que ocurrió, por
poner una fecha, en abril de 2017. Todos esos elementos que acaba de mencionar
aparecen visibles durante ese mes. Diría que en forma simultánea. “Pero el
Estado —como diría el camarada Lenin—, no se cae solo, hay que zarandearlo”.
¿Qué faltó? ¿Empujar más? ¿Eso le da la razón a quienes decían que estábamos
cerca o que faltaba muy poco?
Yo creo que no, y voy a
explicar por qué. Primero, no tuvimos los cuatro factores, tuvimos tres. Es
más, si somos rigurosos, quizás concluiríamos que tuvimos dos. ¿Cuáles tuvimos?
El aumento de socios insatisfechos, la mejor expresión de esto es la actuación
de la fiscal, Luisa Ortega Díaz y el aumento de los umbrales de movilización.
En realidad, el gobierno persistió en su empeño de limitar la expansión del
pluralismo —cerró 47 estaciones de radio y eliminó la señal de dos canales de
TV por cable— y no estoy tan seguro de que el gobierno haya leído que estaba en
los momentos de mayores costos de la represión. Da la impresión de que podía
soportar un costo superior. Así que, primero, no tuvimos los cuatro factores y,
segundo —aquí viene un problema crucial—, es que este circuito no se juega a
una sola ronda. No. Este circuito se juega a varias rondas.
Es cierto. Para el gobierno,
el costo de la represión resultó digerible. No intervino el Ejército. Todo se
dejó en manos de la GNB, la PNB y los grupos paramilitares. Pero el Ejército no
intervino, no se traspasó el límite, a pesar de los elevados costos para la
sociedad venezolana. ¿Qué conclusiones deja esto para las fuerzas opositoras?
La primera, para mí, es que la
dirección política de la oposición no pareciera tener conciencia de que tiene que
jugar este circuito; en segundo lugar, pareciera no tener conciencia de que
tiene que jugar este circuito ene número de rondas, hasta que se produzca la
fractura de la coalición dominante. En tercer lugar, en efecto, no hay unidad
estratégica en estricto sentido; la oposición no tiene claridad de la ruta que
podría elevar la probabilidad del inicio de la transición.
John Magdaleno retratado por
Andrés Kerese
Si el circuito hay que jugarlo
en sucesivas rondas, eso quiere decir que tienes que aumentar la capacidad de
organización y demostrar disciplina. Eso no lo hemos visto en la MUD. Hemos
visto una coalición electoral que es capaz de ganar elecciones.
La oposición en general tiene
cuatro desafíos cruciales a la luz de este circuito y de la experiencia
internacional de las transiciones. Uno, la oposición siempre ha tenido un
severo problema: su baja capacidad de anticipación. Eso no es tan complejo, en
la contemporaneidad eso se resuelve con planificación estratégica por
escenarios. Si no tienes capacidad para construir varios escenarios y trazar
una estrategia dominante que contemple la mayor parte de contingencias que
están contenidas en esos escenarios, no tienes capacidad de anticipación frente
a las jugadas del adversario. Segundo, movilización social. ¿Cómo la vuelves
visible? Eso pasa por la integración de diversos factores para poder activarlos
simultáneamente. Voy a poner un ejemplo: si dos urbanizaciones no se comunican
para coordinar acciones entre sí, entonces no estamos haciendo la tarea de
organizarnos correctamente. Yendo más allá, si no hay coordinación entre las
urbanizaciones y los barrios, tanto menor el impacto de la movilización. Si no
hay articulación entre diversos sectores, médicos, enfermeras, trabajadores de
la salud, docentes universitarios, maestros sindicalistas, trabajadores no
sindicalizados —meta ahí el sector que usted quiera—, si no hay coordinación
global, entre otras cosas, porque no hay un saldo organizativo del proceso de
movilización, por supuesto, no estamos en capacidad de aumentarle los costos a
la coalición dominante, como debería suceder.
Y previsiblemente no estamos
en capacidad de jugar el circuito en la próxima ronda.
Es correcto. Es decir, vamos a
la otra ronda pero de manera deficiente. El otro reto es que creo que ha
llegado el momento de revisar el formato organizativo de la oposición. ¿No será
este el momento en el que se requiere configurar una coalición más robusta?
Digamos, ¿la fecha en la que hay que pensar en la modalidad de un frente amplio?
¿Tú no tendrías que procurar, por diseño estratégico, elevar los incentivos
para involucrar a más sectores que empujen en la dirección del cambio? Y un
cuarto desafío que tiene que ver con estrategias concretas dirigidas a
fracturar la coalición dominante. Tú tuviste una fisura muy relevante con
motivo de la propia iniciativa del presidente a la Constituyente. Varias voces
del chavismo, dentro y fuera de la coalición, se expresaron en contra de la
iniciativa. Muy bien, ahí hay una evidencia de que la coalición dominante sí se
puede fracturar. Por tanto, una de tus tareas es elevar las recompensas de esos
sectores que ya tomaron distancia, entre otras cosas, porque ellos, al igual
que tú, ya tienen enfrente la misma amenaza. Sí se necesitan conversaciones, y de
forma acelerada, para llegar a unos acuerdos con el chavismo descontento.
Para eso es necesario
demostrar y transmitir dosis elevadas de convicción y confianza. No hay un
acercamiento propiamente, basta ver la foto de la reunión que se hizo en la
UCAB. Por un lado, los representantes del chavismo descontento y por otro, los
dirigentes de la MUD. Luis Lander, del Observatorio Venezolano Electoral, era
una línea de separación “neutral” que hacía las veces de bisagra. Visiblemente,
sólo había una coincidencia, casi instintiva, diría yo. Pero no hay
organicidad, ni política.
La foto no se puede subestimar
tampoco. Para que esa foto ocurriera, imagínate el debate que tiene que haberse
producido en el seno del chavismo descontento. Es decir, ir a la UCAB para tomarse
una foto con la oposición, por lo menos, eso es una primera voluntad, pero sí
tienes razón y hay que decirlo, para la gravedad de los problemas que vive
Venezuela hoy, se requiere que esas conversaciones se profundicen, se requieren
garantías de protección para sectores del chavismo. Esto no le gustará a mucha
gente, pero no hay otra manera de que se inicie un proceso de transición de un
régimen autoritario a uno democrático. Habrá que explorar, por ejemplo, cuáles
son las garantías de fiel cumplimiento que ambos sectores están dispuestos a
ofrecer y materializar para disminuir los niveles de polarización política en
el futuro, para que ambos puedan coexistir y para que ambos se lean como
jugadores que pueden recibir beneficios del nuevo sistema.
Estamos frente a las
elecciones regionales. Las deficiencias de la oposición, ya señaladas, están
más visibles que nunca. Consideremos que el proceso electoral es un hecho
consumado. ¿Ir a consulta en esas condiciones? No sé si la dirigencia opositora
tiene detrás a una ciudadanía dispuesta a seguirla en sus decisiones. ¿Usted
qué piensa?
Aquí hay un dilema estratégico
real planteado por el oficialismo para dificultar las tareas de la oposición.
Incluso, planteado con el objetivo de fracturar a la oposición. Hay argumentos
fuertes de lado y lado. Pero la primera cosa que hay que refutar,
contundentemente, es que no es cierto que las dictaduras no salen con votos. ¿O
cómo salió Pinochet en Chile? ¿O cómo termina el primer autoritarismo de Daniel
Ortega en Nicaragua, si no es por la elección que pierde con Violeta Chamorro?
No fue gratuita la forma en que Ortega aceptó esos resultados. También Pinochet
intentó desconocer el resultado del referéndum, de hecho lo propuso en una
reunión extraordinaria de gabinete y fue su propio ministro de la Defensa quien
dijo: No. En ese momento se consumó la fractura de la coalición dominante en
Chile. ¿Qué pasó en Uruguay? ¿Cómo finaliza la transición en Brasil? ¿O en
Argentina? Con unas elecciones. Antes, durante o después de la transición, la
elección es un hito clave. De paso, es una garantía procedimental por la cual
la oposición pelea hasta el final. Tal como yo lo veo, la oposición tiene que
jugar una simultánea de ajedrez, en la que el tema electoral es uno de 10
tableros.
No creo que el dilema sea
acudir a las urnas para elegir a un gobernador o para legitimar la
Constituyente de Maduro o incluso ir a votar “porque me opongo a esto como
sea”. Diría que el elector iría a votar como parte de esa segunda ronda que es
necesaria para impulsar la transición. No creo que el elector este conteste,
como diría un político, con esa idea. ¿Qué cree usted?
Si eso fuese así, entonces, la
primera tarea sería explicarle al elector la naturaleza de la disputa. Por
ejemplo, parte de la frustración que siente el electorado hoy tiene que ver con
que hay que decirle la verdad a la gente, con brutal sinceridad. Las
transiciones de regímenes autoritarios a regímenes democráticos no son fáciles.
No son procesos sencillos ni hay soluciones mágicas. Se encaran, esencialmente,
con claridad estratégica, con nitidez, pero sobre todo con mucha tenacidad, con
mucha perseverancia. Cuando hablamos de que hay que jugar el circuito en varias
rondas, eso sugiere que hay que tener mucha tenacidad, no sólo en la dirigencia
política, sino en la ciudadanía. Así que todo pasa por hablarle claro a la
gente y decirle: Sí, esto es una simultánea de ajedrez. Son 10 tableros y los
voy a enumerar. Uno, la opinión pública nacional. Usted tiene que
fortalecer la demanda de cambio político. Dos, la movilización social.
Tiene que quedar un saldo organizativo. Tres, la opinión pública
internacional. Ahí se ha jugado bien, en la medida en que el caso venezolano es
cada vez más sensible. Cuatro, los organismos multilaterales. Ahí se ha
jugado bien, pero quedan unas tareas pendientes, en la OEA, en la ONU, en la
Corte Penal Internacional de La Haya. Cinco, presidencias y parlamentos de
otros países. Usted debe ser capaz de suscitar cada vez más respaldos.
Seis, conversaciones entre empresarios opositores y empresarios que se
asocian a la coalición dominante. Esas conversaciones, muchas veces, facilitan
las migraciones de estos actores vinculados al gobierno hacia la dirección del
cambio. Siete, diálogo con el chavismo descontento y moderado. Es una
pieza clave en la estrategia para fracturar a la coalición dominante.
Ocho, el papel de las iglesias. Recordemos el papel que jugó Juan
Pablo II en la transición en Polonia. Nueve, el rol de los militares. Si
los militares se convierten en protagonistas, a la postre la deriva autoritaria
será mucho más severa. Los militares no tienen ningún incentivo de compartir el
poder si ellos asumen los costos de la transición. Lo que usted debería
procurar es la neutralidad de la Fuerza Armada frente a situaciones límites, en
el marco de las rondas en que se juega el circuito. Diez, el tablero de
las elecciones. En mi opinión, hay que jugar ahí, porque forma parte de la
simultánea.
¿Un triunfo de la oposición en
las elecciones regionales pudiera allanar el camino para dar inicio a la
transición?
No, pero puedes hacer
jiu-jitsu con el adversario, lo puedes hacer trastabillar. Las condiciones son
las peores de la historia y existe una amenaza real de fraude masivo. Es más,
podría pensarse: ¿No habrá un mecanismo electrónico que estará evaluando el
gobierno? Pero tienes que jugar en ese tablero, porque en mi opinión contribuye
a la fractura de la coalición dominante, incluso en el supuesto de que se
intente un fraude.
La oposición, en lugar de
luchar por mejorar las condiciones que impidan o minimicen el fraude, está
enfrascada en sus viejas rivalidades y en la búsqueda de candidatos. Hay caras
que no son la expresión de una renovación política. Y los temas que usted
menciona no forman parte del debate. AD inscribió 23 candidatos, lo mismo hizo
Primero Justicia y otro tanto hizo Voluntad Popular. Uno ve que esto es lo que
hay. ¿Es muy poco lo que hay, no?
No necesariamente es malo, sí
y solo sí eso se hace para no comunicar la estrategia. La estrategia no se devela
públicamente. Si esto ha ocurrido por esa razón, pues muy bien. Si hay un marco
estratégico equivalente al que estoy sugiriendo, bienvenido. Es hora de que se
asimile rápidamente que la elección es parte de un juego mucho más amplio, que
demanda más esfuerzos que la sola participación. Déjame ponerlo de esta manera.
El principal problema frente a un régimen autoritario es que las garantías
constitucionales han sido violadas, sistemáticamente, por tanto existe la
tentación de jugar contra ese régimen de manera maximalista. Es decir, aspirar
a la restitución total de las garantías constitucionales. Y eso frente a un
régimen autoritario no es posible. Eso hay que decirlo con claridad. No es
posible. La pregunta sería la siguiente: ¿La restitución de cuál garantía
constitucional eleva la probabilidad de que se inicie la transición? ¿Qué llave
pudiera abrir la primera puerta detrás de la cual se esconden las otras llaves
que, a su vez, pudieran abrir otras puertas que equivalen a otras garantías
constitucionales? Mi punto fundamental es: ¿La elección contribuye a fracturar
la coalición dominante? Pues bien, lo que estoy sugiriendo es que juguemos con
orquestación estratégica en los diez tableros. Pero entendamos que la
primera llave a la que hay que darle vuelta es la de las elecciones. Para ello
tienes que luchar por las garantías procedimentales que, en efecto, aseguren la
mayoría que todavía reflejan los estudios de opinión.
03-09-17
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