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viernes, 1 de septiembre de 2017

LAS SANCIONES CONTRA EL RÉGIMEN, por @trinomarquezc



Trino Márquez 31 de agosto de 2017
@trinomarquezc

El régimen, como de costumbre, trata de distraer la atención diciendo que las sanciones acordadas por el gobierno norteamericano apuntan a agredir al pueblo venezolano. Esta mentira no soporta el menor análisis. Las medidas están concebidas para castigar los jerarcas del régimen y sus testaferros, únicos enriquecidos con los bonos y demás papeles  emitidos por el Estado venezolano. En ese lote entran los vendedores de armas, quienes tranzan negocios ficticios con las empresas de maletín denunciadas por Jorge Giordani hace algunos años y la amplia gama de delincuentes que han saqueado el Tesoro Nacional durante  casi dos décadas. Es esa la casta que se verá afectada por las drásticas medidas del señor Donald Trump y su secretario de Comercio, el implacable Wilbur Ross, y las que podría tomar la Unión Europea.

 Nicolás Maduro, e inexplicablemente otra gente de mayor nivel intelectual, compara esas sanciones con las que se adoptaron contra Fidel Castro y Cuba a comienzos de la Revolución Cubana. Nada que ver. En aquella época Castro y sus guerrilleros de Sierra Maestra disfrutaban de un prestigio mundial y nacional inigualable. Acababan de derrotar a Fulgencio Batista, dictador folclórico y corrupto, y se habían atrevido a retar a la primera potencia económica y militar del mundo, a apenas noventa millas de su territorio. La aureola de héroes de Castro y su ejército de seguidores–respaldados por los misiles soviéticos- cautivaba a buena parte de un planeta necesitado de ídolos. Cuba era una pequeña isla rica ´-convertida en miserable por la leyenda negra de los comunistas, expertos en inventar fábulas en las cuales ellos son los redentores- donde por primera vez en la historia latinoamericana se había llevado a cabo una revolución marxista. Representaba el sueño de la izquierda continental y mundial en pleno auge de la Guerra Fría.

 La payasada en la que terminó el proceso liderado por Maduro y sus cómplices, no encarna ninguna esperanza. Al contrario, es vista como una pesadilla hasta  por sus socios del continente. Nadie puede entender cómo Venezuela, después del mayor ciclo de bonanza petrolera que se conoce en la historia, ha terminado devastada y endeudada. La nación que estaba colocada en la plataforma para despegar hacia el desarrollo, ha recalado en los brazos de los chinos y los rusos, a quienes se  le debe el porvenir. Pdvsa, de las empresas petroleras más eficientes de la Tierra, se encuentra en las ruinas. La infraestructura parece que hubiese sido bombardeada por potencias extranjeras. Cientos de obras han sido abandonadas o quedado inconclusas porque el gobierno carece de recursos financieros para finalizarlas. La producción industrial, agrícola y pecuaria, se desplomó.

 La catástrofe material de Venezuela la combina Maduro con el aniquilamiento de la democracia. Venezuela pasó de ser un modelo de libertad a convertirse en un país donde el grupo de amigos del gobierno reunido en la asamblea constituyente asumió poderes totales, borrando de un plumazo la Constitución del 99, único marco legal vigente. Ahora, con  ese poder arbitrario como telón de fondo, se amenaza a los diputados opositores con quitarles la inmunidad parlamentaria, se cierran medios de comunicación porque transmiten programas humorísticos que develan el caos en que vivimos, se plantea restringir el uso de internet, inventan patrañas como la fulana “traición a la patria” para mantener silenciados a los adversarios, se propone una “ley de comisión de la verdad” para imponer la verdad oficial y satanizar a los adversarios. Venezuela es una dictadura cada vez más centralista y caprichosa. El voto popular, universal, directo y secreto está en vías de extinción. La alternancia en el gobierno fue abolida, pues el madurismo impone la reelección eterna. Las fuerzas armadas fueron convertidas en el brazo represivo del régimen, perdiendo todo vínculo con la República democrática. Los espacios para el diálogo y la negociación entre los opositores y el gobierno fueron clausurados por la indoblegable prepotencia de los miembros del régimen. La política, en cuanto espacio para dirimir en paz los conflictos inevitables que surgen en toda sociedad, fueron clausurados.

 En este ambiente, pintado en sus rasgos más gruesos, es donde el gobierno norteamericano, la Unión Europea y diversos gobiernos y organismos latinoamericanos están contemplando aplicar medidas contra el régimen de Maduro. Esas decisiones no concitarán la solidaridad internacional que en el pasado remoto atrajeron las sanciones contra Cuba. Tampoco tendrán el mismo efecto interno, pues el gobierno no podrá convencer a nadie de que los problemas ligados a la inflación, la escasez de alimentos y medicinas, y el deterioro general de la calidad de vida se encuentran asociados con esas medidas. El descalabro surgió mucho antes de que adoptaran las medidas y, para colmo, en medio del auge petrolero. Ante el mundo y el país, el único responsable de la tragedia venezolana es el régimen tozudo e incorregible presidido por Maduro, que ha mantenido el esquema del socialismo del siglo XXI, a pesar del colapso desatado.

 Las sanciones le harán pagar muy caro a Maduro la alternativa represiva que asumió: abrogación de la Constitución y la Asamblea Nacional, destrucción del Estado de Derecho, violación de los derechos humanos, existencia de presos políticos, desprecio por las protestas populares y cierre de la ruta electoral. También elevará el costo del apoyo que recibe de la cúpula militar, los miembros de la asamblea constituyente, el tribunal supremo de justicia y  las demás instituciones del Estado. Esos señores tendrán que evaluar muy bien si continúan siendo el soporte de una especie decidida a dejar la nación en escombros o si giran para convertirse en vectores apuntando hacia el retorno de la democracia. La comunidad internacional comenzó a jugar duro contra un régimen que no hace pausa, ni da tregua. Así se defiende la democracia en el mundo globalizado.

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