Macky Arenas 02 de septiembre de 2017
Hace
308 años, una humilde lavandera restregaba su ropa en las orillas del lago más
grande de Sudamérica y segundo más grande del mundo. Lo que ocurrió fue
sorprendente y aportó el milagro que dio su patrona al Zulia y una gran
devoción a Venezuela.
El
inmenso lago se conecta al Mar Caribe a través del Estrecho de Maracaibo. Es
el único lago de agua dulce en el mundo que tiene una conexión directa y
natural con el mar.
Está
ubicado en el Occidente de Venezuela, en el estado Zulia. Posee
cerca de 13.820 km ² y una gran riqueza petrolífera en donde se extrae la mayor
parte de la producción de crudo del país. Los más recientes registros
geológicos demuestran que el Lago de Maracaibo es el segundo más antiguo del planeta,
con una antigüedad entre 20 y 36 millones de años. Se trata de una de las
zonas de mayor riqueza petrolífera del mundo con más de 15.000 pozos perforados
en su cuenca desde 1914.
En
esta área también se presenta el denominado Relámpago del Catatumbo,
fenómeno que mediante 1.176.000 relámpagos por año, genera hasta cerca del 10%
del ozono atmosférico del planeta.
El 24
de agosto pasado se cumplieron 518 años del descubrimiento del
Coquivacoa (lugar de lluvias), como llamaban las etnias asentadas en la cuenca
a este patrimonio de la región.
La
historia refiere que en 1499, el navegante español Alonso de Ojeda penetró por
las aguas del Golfo de Venezuela y, cautivado por el paisaje y los palafitos,
lo denomina “pequeña Venecia”. De allí se inspiró el nombre para
Venezuela.
Pero
es el caso que tanta belleza y grandiosidad inspiró también a la Virgen. Ella
escogió ese maravilloso paraje para manifestarse a un pueblo que hoy valora su
lago por esa historia antes que por el mismísimo oro negro. Lo más
sagrado que tiene un zuliano es su “Chinita”, como cariñosamente llaman a
Nuestra Señora de Chiquinquirá.
La
señora en cuestión se llamaba María Cárdenas. Era muy humilde
y acudía junto con sus vecinas a lavar ropa a orillas del lago. Ese bendito día
divisó una pequeña tabla blanca y lisa, pero estropeada, en la que nada llamaba
la atención. Llevó la tablita a su hogar, ubicado en el número cinco de la
calle que después se llamó “El Milagro” y la destinó para servir de tapa a la
tinaja del agua de su uso.
Según
relato del hermano lasallista Nectario María, gran investigador y
naturalista, “un martes 18 de noviembre de 1709 se encontraba la señora
María en sus quehaceres como molendera de cacao cuando escuchó, por tres veces,
los golpes que provenían del cuadro. Temerosa se dirigió hasta donde estaba la
tablita y se asombró al verla iluminada… para luego apreciar perfectamente la
imagen de Nuestra Señora de Chiquinquirá. La señora no pudo evitar tanta
emoción y corrió a la calle gritando: ¡Milagro! ¡Milagro! Los vecinos acudieron
a la casa de la mujer y corroboraron la existencia de la sagrada imagen. Muchos
certificaron el milagro pues habían visto la tabla con apagados colores y
confusos contornos”.
Una
vez aceptado el milagro por la Iglesia, las autoridades acordaron llevar la
imagen desde la casa donde había sido iluminada (calle del Milagro) a la
iglesia Matriz (actual Catedral).
Cuentan
que, en el momento de cruzar la vía hacia el lugar convenido, las personas que
llevaban la imagen sintieron que un peso inmenso se había producido
sobre el retablo, al punto de no dejarlos continuar.
Finalmente,
después de muchos ruegos al cielo y súplicas a la Virgen, uno de los presentes
observó que posiblemente la Virgen quería que la llevaran a la ermita de San de
Juan de Dios —que está en la misma vía, pero en sentido contrario de la
entonces iglesia Matriz— y decidieron cambiar de rumbo.
Sólo así,
la santa imagen se dejó conducir a su elegido aposento, hoy Basílica Menor
dedicada a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá y San Juan de Dios.
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