Trino Márquez 20 de diciembre de 2017
@trinomarquezc
2017
cierra como el peor año en la historia nacional desde que finalizó la Guerra
Federal en 1864. Por primera vez Venezuela siente en carne propia el látigo de
la hiperinflación, castigo aún más doloroso porque es el único país en el mundo
que padece esta enfermedad. La devaluación trituró el ingreso real. El dólar
pasó de mil bolívares en enero a cien mil bolívares en diciembre. Si a esta
cifra le colocamos los tres ceros que llevaba el bolívar antes de la reforma
monetaria de 2007, cada dólar costaría cien millones bolívares. La hecatombe
económica provocada por Maduro hay que medirla en cifras galácticas. Por cuarto año consecutivo retrocedió el
Producto Interno Bruto. Desde 2013 se ha acumulado una caída de 35% del PIB, a
pesar de que hubo una significativa recuperación de los precios del crudo, que
pasaron de un poco menos de 40 dólares el barril a un poco más de 50. Sin
embargo, la caída de la producción petrolera impidió que ese fortalecimiento de
los precios se tradujera en un
importante crecimiento del flujo de divisas. La ineptitud de los rojos venció
el auge del mercado internacional. La
pobreza se multiplicó y la calidad de vida continúo su camino hacia el abismo.
La situación de la salud se ha convertido en una fuente inagotable de trabajos
periodísticos para algunos de los principales periódicos y cadenas de
televisión en el planeta. En el plano económico y social el socialismo del
siglo XXI mostró sus rasgos más destructivos.
Aún en
medio de este cuadro patético, el régimen se apuntó varios triunfos
políticos importantes. Logró impedir que
las protestas masivas registradas entre abril y julio lo arrinconaran y
destruyeran. Pudo neutralizar la gigantesca manifestación de rechazo y condena
que se produjo el 16 de julio. Impuso la Constituyente y obtuvo la mayoría de
las gobernaciones y alcaldías en las elecciones regionales y locales. La
alianza con la cúpula militar se fortaleció. Maduro le entregó los reductos que
todavía quedaban en manos de civiles. La prenda de mayor valor que le regaló fue
Pdvsa. Las conversaciones en Santo Domingo no han marchado a la velocidad que
el país espera, aunque la situación financiera del gobierno es crítica por las
sanciones internacionales y por la debacle que desató en la industria
petrolera.
Las
victorias del oficialismo demuestran, una vez más, que el deterioro económico y
el empobrecimiento de la población crean las condiciones objetivas para la
caída de gobiernos ineptos y deslegitimados, pero su sustitución real solo se
produce cuando ese cuadro objetivo va acompañado de una fuerza alternativa
organizada capaz de capitalizar y catapultar el descontento. Si esta condición
“subjetiva” no existe, la gente tiende a adaptarse a las adversidades para
intentar sobrevivir. Las dictaduras comunistas diseñan y aplican métodos
siniestros que las muestran como herméticas e
invencibles. Aplican terrorismo de Estado. Chantajean y extorsionan.
Colocan las causas de la miseria que causan en los “enemigos” del pueblo y de
la revolución. Siempre la responsabilidad es de otros. En Venezuela se articula
este discurso a pesar de que los comunistas vernáculos llevan casi veinte años
controlando todos los hilos del poder.
La
onda del terremoto que sacudió a Venezuela durante 2017 apenas comienza a
expandirse. En los meses por venir se verán sus efectos más dañinos sin que se
sepa cuándo finalizarán, ni cuán profundos serán. El gobierno de Maduro pasó a
formar parte de un proyecto planetario donde intervienen Rusia, China y Cuba.
Estos países velan para que la caída no sea por la vía violenta, aunque no
pueden impedir que se realicen consultas electorales. En medio del caos
económico, Maduro se ha fortalecido. Ha desplazado a sus rivales internos:
Ramírez y Cabello. Se prepara para
participar en unas elecciones que él pueda controlar. Tratará de intervenir en
la selección del candidato, o los candidatos, que lo adversarán. Por esa razón
mantiene cautivo a Leopoldo López e inhabilitado a Henrique Capriles. Su
objetivo consistirá en competir con un adversario cómodo, que no le cause
mayores problemas, ni comprometa su victoria.
El
deber de la oposición reside en apreciar claramente los colores reales del
escenario político durante el decisivo 2018. La oposición deberá asumir que si
se presenta separada y confundida a los comicios presidenciales será
pulverizada, no importa cuán dramático sea el sufrimiento de la gente, cuánta
familias se hayan sumergido en la miseria, cuántos enfermos hayan fallecido por
falta de medicamentos o cuántos niños hayan muerto por desnutrición o malnutrición.
Al despuntar el nuevo año, la oposición tendrá que asumir ante el país el
compromiso de resolver sus diferencias internas y preparar meticulosamente
todos los detalles de la dura confrontación electoral que se avecina. El
régimen irá con todos los hierros. Lo mismo tendrá que hacer la oposición. Es
su obligación.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico