RAFAEL LUCIANI 23 de diciembre de 2017
@rafluciani
Luego
de la muerte de Herodes, en el 4 a.C., la región entró en un proceso de
inestabilidad sociopolítica y empobrecimiento económico, agravado por una
crisis religiosa. Se cuestionaba la presencia romana que deificaba al César
oprimiendo a los que se le oponían. Juan el Bautista describirá la situación de
corrupción, extorsión y falsa religiosidad (Lc 3,10-15).
Se
anhelaba la paz, pero para la cultura mediterránea la paz era lo que César
Augusto había logrado: él había unificado al Imperio trayendo «la paz al
mundo», pero lográndola por medio de la violencia, la dominación de los
pueblos, el saqueo de los bienes y la esclavitud. Era una paz que favorecía la
abundancia de pocos y la escasez de bienes para muchos, haciendo uso de la
moneda romana para generar mecanismos cambiarios que producían inmensos
beneficios económicos.
En
este contexto nace Jesús. El anuncio del ángel acontece en medio de condiciones
adversas. La fragilidad del niño en un pesebre contrastará con el poder de
César Augusto, a quien se le llamaba «El salvador del mundo». Los primeros
cristianos se preguntarán cuál es la verdadera salvación ¿la que controla y
ofrece dádivas?
María,
la madre de Jesús, participaba de la espiritualidad de los pobres de Yahveh,
que se recoge en el Magnificat. Ahí se le ora a un Dios que se aparta de los
que se aferran al poder y al dinero, y se hace cercano a los problemas de los
humildes y hambrientos (Lc 1,51-53). Jesús vive esta misma espiritualidad. Él
cree en un Dios que no trae la salvación por medio de prácticas religiosas,
sino sanando los corazones rotos y viviendo compasivamente (Sal 50).
El
anuncio es también recibido por los pastores, que eran considerados laxos en el
cumplimiento de la ley y por tanto pecadores. Los evangelistas hacen uso del
recurso literario llamado angelofanía: muestran una multitud de «legiones» de
ángeles para dar gloria a Dios «en las alturas» y anunciar en la tierra «paz a
todos» porque «el Señor los ama» (Lc 2,13-14). Es un himno que contrapone la
paz impuesta por las «legiones romanas» con esta otra anunciada por las
«legiones angélicas». Así se simboliza el querer divino: la «gloria de Dios» es
que toda persona viva bien, sin miedos y en libertad.
El
anuncio se da durante la noche. Ofrece una nueva «luz», una esperanza que
permitirá vivir de otro modo (Lc 1,78-79). Es una luz que no tendrá su origen
en el dios Apolo, el padre de César, pero tampoco en el Dios del Templo. Esta
luz proviene de las «entrañas de misericordia de Dios» que quiere iluminar a
todos sus hijos para que no vivan con desesperanza. La luz permite ver un modo
de ser humano que se realiza construyendo «la paz social», fraternizando,
buscando el bien común y la justicia para todos, independientemente de
creencias religiosas o adhesiones ideológicas. Es una invitación a dejar atrás
la venganza, el odio, la envidia y el resentimiento para construir caminos de
bienestar.
El
nacimiento de Jesús se representa en Belén, siguiendo la tradición mesiánica
(Miq 5,1; Mt 2,5-6; Jn 7,42), para desmontar una proclamación imperial: es
Jesús, y no Augusto, el único Mesías; es Belén, y no Roma, la ciudad donde se
inicia la verdadera paz; fueron los pobres, y no los ricos y poderosos, los que
apostaron por un cambio. En un mensaje que trae esperanza a todos: «no teman»»
(Lc 2,10-11). En fin, es un mensaje que sigue siendo actual en nuestros días y
nos abre el camino para creer que sí es posible un modo de ser más humano, sin
miedos y en libertad.
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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