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domingo, 24 de diciembre de 2017

La Natividad de Jesús: un relato actual, por @rafluciani



RAFAEL LUCIANI 23 de diciembre de 2017
@rafluciani

Luego de la muerte de Herodes, en el 4 a.C., la región entró en un proceso de inestabilidad sociopolítica y empobrecimiento económico, agravado por una crisis religiosa. Se cuestionaba la presencia romana que deificaba al César oprimiendo a los que se le oponían. Juan el Bautista describirá la situación de corrupción, extorsión y falsa religiosidad (Lc 3,10-15).

Se anhelaba la paz, pero para la cultura mediterránea la paz era lo que César Augusto había logrado: él había unificado al Imperio trayendo «la paz al mundo», pero lográndola por medio de la violencia, la dominación de los pueblos, el saqueo de los bienes y la esclavitud. Era una paz que favorecía la abundancia de pocos y la escasez de bienes para muchos, haciendo uso de la moneda romana para generar mecanismos cambiarios que producían inmensos beneficios económicos.

En este contexto nace Jesús. El anuncio del ángel acontece en medio de condiciones adversas. La fragilidad del niño en un pesebre contrastará con el poder de César Augusto, a quien se le llamaba «El salvador del mundo». Los primeros cristianos se preguntarán cuál es la verdadera salvación ¿la que controla y ofrece dádivas?

María, la madre de Jesús, participaba de la espiritualidad de los pobres de Yahveh, que se recoge en el Magnificat. Ahí se le ora a un Dios que se aparta de los que se aferran al poder y al dinero, y se hace cercano a los problemas de los humildes y hambrientos (Lc 1,51-53). Jesús vive esta misma espiritualidad. Él cree en un Dios que no trae la salvación por medio de prácticas religiosas, sino sanando los corazones rotos y viviendo compasivamente (Sal 50).

El anuncio es también recibido por los pastores, que eran considerados laxos en el cumplimiento de la ley y por tanto pecadores. Los evangelistas hacen uso del recurso literario llamado angelofanía: muestran una multitud de «legiones» de ángeles para dar gloria a Dios «en las alturas» y anunciar en la tierra «paz a todos» porque «el Señor los ama» (Lc 2,13-14). Es un himno que contrapone la paz impuesta por las «legiones romanas» con esta otra anunciada por las «legiones angélicas». Así se simboliza el querer divino: la «gloria de Dios» es que toda persona viva bien, sin miedos y en libertad.

El anuncio se da durante la noche. Ofrece una nueva «luz», una esperanza que permitirá vivir de otro modo (Lc 1,78-79). Es una luz que no tendrá su origen en el dios Apolo, el padre de César, pero tampoco en el Dios del Templo. Esta luz proviene de las «entrañas de misericordia de Dios» que quiere iluminar a todos sus hijos para que no vivan con desesperanza. La luz permite ver un modo de ser humano que se realiza construyendo «la paz social», fraternizando, buscando el bien común y la justicia para todos, independientemente de creencias religiosas o adhesiones ideológicas. Es una invitación a dejar atrás la venganza, el odio, la envidia y el resentimiento para construir caminos de bienestar.

El nacimiento de Jesús se representa en Belén, siguiendo la tradición mesiánica (Miq 5,1; Mt 2,5-6; Jn 7,42), para desmontar una proclamación imperial: es Jesús, y no Augusto, el único Mesías; es Belén, y no Roma, la ciudad donde se inicia la verdadera paz; fueron los pobres, y no los ricos y poderosos, los que apostaron por un cambio. En un mensaje que trae esperanza a todos: «no teman»» (Lc 2,10-11). En fin, es un mensaje que sigue siendo actual en nuestros días y nos abre el camino para creer que sí es posible un modo de ser más humano, sin miedos y en libertad.

Rafael Luciani
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani  

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