Por Antonio Ecarri Bolívar
Sigo sosteniendo que si los
demócratas venezolanos somos mayoría, es un crimen de lesa patria permitir que
una minoría, enemiga de la democracia, sea la que siga detentando la dirección
política y económica de la nación. Parece imposible que eso esté pasando en
alguna parte del mundo, pero para desgracia ocurre en esta Venezuela nuestra,
por la estulticia de algunos dirigentes opositores que no están a la altura de
sus responsabilidades, y puede que esa actitud termine abriendo las compuertas
a otro ensayo inútil del viejo cuento del mesías redentor. ¿Remember Hugo
Chávez?
Todos los que fungimos de
dirigentes de la alternativa democrática hemos cometido errores, porque los
únicos seres eximidos de hacerlo son los que forman parte del santoral y esos
no abundan en la vida terrenal, menos en Venezuela, donde nadie quiere asumir
la condición de líder de la derecha del espectro político. Si lo hubiere.
Enseriando más el tema, creo
que los errores más gruesos que cometimos, todos, fue el haber destruido el
acuerdo que materializamos en las elecciones parlamentarias cuando logramos
derrotar, con una política seria y coherente, las posiciones radicales que nos
habían embarcado en una insensata carrera inmediatista. Sí, destruimos lo que
habíamos construido al recaer en posiciones que ya habían sido superadas por la
realidad. Tercos en el error, fuimos otra vez embarcados en una política
aislacionista que fue respaldada por cada vez menos gente, hasta hundirse en su
propio tremedal.
Quienes combatieron en la
lucha armada de los años sesenta, en ambas trincheras, son testigos de
excepción del error de la izquierda de aquella época al asumir posturas
radicales que los fueron aislando progresivamente de las masas, hasta quedar
confinados a las áreas rurales más apartadas de la civilización. Muchos
guerrilleros, de esos años, narran verdaderas odiseas para poder subsistir en
aquellas inhumanas condiciones de aislamiento. Ahora, hoy día, resultaría un
exabrupto imperdonable que quienes derrotaron aquella política aventurera vayan
a aparecer, sesenta años después, cometiendo el mismo error de sus
contrincantes derrotados.
Ah, y los que cometieron aquel
error induzcan, en una especie de rara vendetta retro, a sus nuevos
contrincantes a cometerlo. Y, peor aún, que seamos nosotros los que incurramos en
el mismo como si la historia nada nos enseñó, sino a ellos. ¿Me estaré
explicando con esta galimatías? Galimatías o no, parece que la cosa se acerca a
la realidad cuando he oído a líderes europeos y del Cono Sur, víctimas de
dictaduras similares, decir que los venezolanos no nos ponemos de acuerdo
porque nos falta mucho más sufrimiento, prisiones y exilios. Dios no los oiga,
pero nos ven incurriendo en errores tan elementales que pronuncian esas
afirmaciones tan negativas como apocalípticas.
Agarremos el toro por los
cachos, como dicen nuestros ancestros de la madre patria, vayamos a recomponer
la unidad de la mayoría, pero con una política unitaria y sensata que nos
permita conectarnos con un pueblo que conoce e identifica a los verdaderos
responsables de su hambre y su miseria: sabe que están en el gobierno; pero se
sienten defraudados por una alternativa democrática que no ve esté haciendo el
esfuerzo de empinarse, por encima de sus diferencias, para producir el cambio
que ellos reclaman con desesperación.
Ahora bien, la pregunta de las
sesenta y cuatro mil lochas es la siguiente: ¿qué falta para ponernos de
acuerdo?: pues simplemente, derrotar la necedad inhibidora del abstencionismo
ramplón, fútil e ineficaz, por una política (con P mayúscula) que incluya un
acuerdo de gobernabilidad, donde todo el espectro político democrático se
sienta participando en la reconstrucción de Venezuela desde el gobierno y, acto
seguido, abrir las compuertas a unas elecciones primarias que van a decidir
quién va a ser el candidato de todos para enfrentar al régimen, con la
condición previa de acogerse a la no reelección presidencial. Ah y hablando de
condiciones, no las esperemos óptimas de unos tiranos, porque entonces serían
demócratas.
Obviamente que en este
propósito no caben los abstencionistas ni los que propugnan la búsqueda de un
mesías, porque los mesías se comportan como Chávez lo hizo y nadie, en su sano
juicio, creo que aspire a repetir la pesadilla de la antipolítica enseñoreada
por estos pagos. Ni aislados de las masas ni con mesías, debe ser la consigna
porque, de lo contrario, nadie nos va a salvar de la condena de la historia, si
insistimos en los errores del pasado reciente. Digo yo, porque puede ser esta
la última oportunidad de la imprescindible entente democrática salvadora de
Venezuela.
aecarrib@gmail.com
22-12-17
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