Francisco Vêneto 24 de diciembre de 2017
¿Por qué no se habla de eso?
¿Sólo porque fue perpetrado por los comunistas?
El
papa Francisco recordó a los cerca de 3,5 millones de víctimas de hambre
provocada deliberadamente en los campos de Ucrania por las políticas del
dictador comunista Joseph Stalin, de la antigua Unión Soviética, entre 1932 y
1933, para “colectivizar” granjas de ganado y tierras agrícolas.
El
abominable episodio, llamado hoy de Holodomor, fue el más voluminoso, pero
no el único del género: 1,5 millones de personas en Kazajistán y casi otro
millón de habitantes del norte del Cáucaso y de regiones a lo largo de los ríos
Don y Volga sufrieron suplicios semejantes, en la misma época, también causados
intencionalmente por el gobierno comunista.
En un
mensaje al pueblo ucraniano, el papa Francisco mencionó “la tragedia
del Holodomor, la muerte por hambre provocada por el régimen estalinista que
dejó millones de víctimas. Rezo por Ucrania, para que la fuerza de la paz pueda
curar las heridas del pasado y promover caminos de paz”.
El
genocidio ucraniano empezó debido a la resistencia de muchos campesinos del
país a la colectivización forzada, una de las bases del régimen comunista por
implicar la supresión de la propiedad privada. Los soviéticos confiscaron
masivamente el ganado, las tierras y las granjas de los ucranianos y les
impusieron castigos que iban desde trabajos forzados al asesinato sumario,
pasando por brutales desplazamientos de comunidades enteras.
A
pesar de haberse tratado del exterminio sistemático de un pueblo, aún no
existe, en la llamada “comunidad internacional”, un reconocimiento amplio y
claro del genocidio ucraniano. Algunas corrientes ideológicas evitan el
término genocidio alegando que el Holodomor habría sido, a su ver, una
consecuencia de “problemas logísticos” asociados a las radicales alteraciones
económicas de la Unión Soviética. Es decir, algo que dejaría de ser
ese algo porque llegó a ser algo como efecto colateral de alegadas buenas
intenciones…
Es muy
interesante observar que, recurrente y obstinadamente, se confeccionan teorías
suavizares y condescendencias “técnicas” para regatear la verdad sobre el
comunismo: esa aberración histórica jamás pasó, ni podría, de una monstruosidad
tan odiosa y criminosa como el nazismo.
Además,
al hablar de nazismo, prácticamente todo el mundo ya ha oído hablar del
Holocausto. Mucha menos gente ha oído hablar del Holodomor. No se trata de comparar
los horrores, sino de cuestionar el relativo silencio alrededor de éste en
comparación con la amplia divulgación que se da a aquél, sin que ninguno de
estos episodios atroces sea “menos grave” o “más grave” que el otro. Sólo hay
relativización moral del exterminio humano, finalmente, en la mente de quien lo
instrumentaliza.
Pero
es un hecho que prácticamente todo el mundo que tiene acceso a los medios de
comunicación ya ha oído decir que Hitler mató a 6 millones de judíos en los
campos nazis de concentración entre 1933 y 1945 (aunque se preste menos
atención al hecho que ese exterminio sistematizado también se extendió a
minorías menos recordadas, como gitanos, polacos, prisioneros de guerra
soviéticos, discapacitados físicos y mentales, homosexuales, además de minorías
clamorosamente “olvidadas”, como las víctimas católicas – san Maximiliano Kolbe
y santa Teresa Benedicta de la Cruz son dos ejemplos ilustres de entre muchos
otros casi ignorados, pero bastan para cuestionar la campaña de desinformación
orquestada por quien acusa a la Iglesia de haber sido “cómplice” de aquella
carnicería).
Sin
que se disminuya en nada, por lo tanto, la necesidad imperiosa de reconocer el
horror a que fueron sometidos cobardemente el pueblo judío y las otras minorías
perseguidas por el nazismo, es necesario observar paralelamente que,
comparativamente, mucho menos gente ya ha oído decir que Stalin mató, poco
antes, a 6 millones de ucranianos, kazajos y otras minorías soviéticas mediante
la imposición de hambre masiva.
Y
también son aún muy pocos los que saben de los otros 14 millones de personas
que fueron asesinadas por el comunismo sólo en la Unión Soviética, por no
hablar del resto de víctimas en una lista aterradora de seres humanos
exterminados por el mismo comunismo en todo el mundo a lo largo del siglo XX:
- 65 millones en
la República Popular de China
- 1 millón en
Vietnam
- 2 millones en
Corea del Norte
- 2 millones en
Camboya
- 1 millón en
los países comunistas del Este de Europa
- 1,7 millón en
África
- 1,5 millón en
Afganistán
- 150 mil en América
Latina
- 10 mil como
resultado de las acciones del movimiento internacional comunista y de los
partidos comunistas fuera del poder.
Esta
suma petrificante de 94,4 millones de personas exterminadas por los regímenes
comunistas es estimada por los autores de “El Libro Negro del Comunismo:
Crímenes, Terror, Represión”, una obra colectiva de profesores e investigadores
universitarios europeos encabezados por el francés Stéphane Courtois.
Como
el libro es de 1997, éste obviamente no abarca las muertes cometidas de allá
hasta acá en las regiones que continuaron sujetas a ese régimen y a sus métodos
esencialmente opresivos, como China y Corea del Norte; ni, está claro, en las
regiones que retrocedieron en su trayectoria democrática para reeditar esa
aberración histórica – como la Venezuela de Chávez, Maduro y sus comparsas del
Foro de São Paulo.
En una
época en que las farsas de sesgo socialista vuelven a presentarse al mundo como
“liberadoras del pueblo” (nuevamente, véase Venezuela, pero véase también las
modalidades del “reajuste de la riqueza” practicadas por gobiernos de ideología
socialista en países como Cuba, Argentina e incluso Brasil), la verdad sobre el
comunismo suele “evitarse” en las televisiones y en los “grandes” diarios y
revistas al servicio de ese proyecto de poder – que no es exactamente un poder
“del proletariado”, como predica, descaradamente, su propaganda (a este
propósito, nunca está demás recordar el magistral resumen hecho por George
Orwell sobre la “igualdad” realizada por el comunismo: “Todos son iguales, pero
algunos son más iguales que otros”).
Dentro
de este contexto ideológico y de tergiversación de los hechos que es una
característica suya indisociable, es digno de aplausos que el papa Francisco
haya dado nombre a los bueyes – así como lo dio al otro genocidio ampliamente
“olvidado” por el mundo hasta recientemente: aquel que la Turquía otomana
perpetró contra la Armenia cristiana en 1915.
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