CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ 29 de diciembre de 2017
@CarlosRaulHer
La
Navidad y el Año Nuevo en los hogares, el bullicio en las calles y los enjalmes
luminosos sobre las fachadas de los edificios en las sociedades alegres, no
recuerdan sucesos de hace 2000 años, sino el cumpleaños de algo o alguien que
anda entre nosotros, como un familiar o amigo muy querido, vibrante en nuestra
cotidianidad. Son componentes esenciales de la Historia y la vida simbólica de
la civilización. No hay fechas tan ecuménicas, –salvo Semana Santa–, ni tan
intensa y colectivamente vividas. Rasgo esencial del Espíritu –en mayúscula
como gusta a Hegel y a mi amigo José Rafael Herrera– es dividir la existencia
en ciclos (milenios, siglos, años, días, segundos) para recomenzar, cambiar el
futuro y buscar que nos vaya mejor en la etapa que se abre. Es la invocación
del marinero que surca la tormenta y espera que el oleaje se vuelva a dormir.
Año Nuevo es símbolo de recuperar el camino, superar
adversidades, comenzar otra vez. Según Esquilo los humanos sabían la fecha de
su muerte por decisión de Zeus y, sin mañana, la angustia los postraba en las
cuevas, desgonzados por la enfermedad terminal de saberse “seres de un día”.
Prometeo enfrenta a Zeus y hace a los hombres olvidar el plazo terrible, –lo
pagó caro–, para que pudieran ver cada salida del sol como comienzo, no como
paso al final señalado, y vivieran a plenitud, dedicados a la creación y la
industria. El Año Nuevo celebra que la vida reaparece indeteniblemente como el
retoño de las plantas sanas. La ciudad de Angkor en Camboya, equivalente de Los
Angeles hace mil años, es hoy una seductora mixtura de ruinas y malezas
tropicales. Un eterno retorno de la fuerza vital que no deja espacios
abandonados, y cuyo ciclo pervive.
Inicio y fin de la historia
Nos
ponemos a dieta, prometemos dejar de fumar o retomar el trabajo de tesis que
arrastramos, mejorar la relación con
quienes nos rodean, por el contrario, separarnos. Poner más fuerza y claridad en lo que queremos, y ¡ahora sí!,
hacerlo con decisión. El mundo asume recomenzar siempre con hechos
fundacionales. Marcan a la Humanidad terremotos revolucionarios, sucesos que
devienen fechas históricas, renacimientos simbólicos de la esperanza. Jacques
Lacan habla de historia fantasmática o espectral, trufada de grandes mitos,
reales, imaginarios o híbridos, que integran nuestra visión del devenir. Se
pensó que la revolución bolchevique de 2017 era un nuevo inicio de la
civilización: “he visto el futuro…! y funciona” –dijo un laborista británico en
1920 al retornar de la URSS.
Lo
mismo en noviembre de 1989 cuando se derrumba la promesa corroída. Para
disimular su catástrofe en la gritería, el aparato cultural totalitario inventó
el chivo expiatorio del “neoliberalismo”. Año Nuevo es vida nueva, reinicio,
oportunidad para el comienzo y el olvido, como el sueño nocturno que nos libra
de los recuerdos superfluos que impedirían funcionar a nuestra mente. Funes el
memorioso, el personaje de Borges, –metáfora precursora de Venezuela desde hace
25 años–, transitaba el espanto de no olvidar ningún detalle, no podía vivir y
colapsa ahogado en recuerdos inútiles. Prohibido olvidar es una conseja que
debemos precisamente olvidar para construir en paz, hoy y mañana. Es lo que
acaba de hacer Perú con el sobreseimiento del presidente PPK y el indulto a
Fujimori, a cambio de estabilidad política e institucional. Triunfa la política
sobre los instintos.
Juguete de la fatalidad
En la
Edad Media se pensaba que todas las acciones eran voluntad de Dios y los
hombres simples ejecutores. Con la Revolución Industrial y el imperio de las
ciencias, eso mutó –ma non troppo– hacia “fuerzas objetivas”, “leyes”,
necesidades que nos utilizaban para materializarse y determinaban nuestros
actos. Éramos ahora juguetes de la Historia, que avanzaba a su realización
predecible. De allí la manía de políticos y analistas de hacer pronósticos que
solo calzan cuando son obviedades. “Ganará el gobierno masivamente”, se decía
en las recientes elecciones municipales, como si se descubriera la penicilina.
El triunfo electoral el 6D-15 provocó otro anuncio: el gobierno se va ya porque
no tiene salida. Pero había que construir un desenlace, triunfó el error y
muchos de los pronosticadores son corresponsables del suicidio (para Napoleón
el destino no era más que el balance entre las equivocaciones y los aciertos
políticos).
En
días posmodernos tales bagatelas son meras creencias. Matrix juega con la
distopía de un mundo donde los sujetos no saben ni siquiera que no son hombres
sino programas informáticos (“¿te gustó la mujer del vestido rojo? La programé
yo, le dicen a One). La sociedad actual es el salto vertiginoso, imposible de
seguir. Mientras el imperio de la máquina de escribir mecánica sobrevivió
ciento cincuenta años sin alteración sustancial y cinco generaciones la tuvieron
en su nicho inmutable, desde 1980 es difícil estar al día con la velocidad de
Apple o Microsoft y el resto de las tecnologías. Hoy la añoranza es el llanto
reaccionario de los marxistas y demás conservadores contra la “sociedad del
desperdicio” o “sociedad de consumo”, la sociedad de lo impredecible. Comenzar
y olvidar. Bergson escribe que… “Un par de recuerdos superfluos se cuelan
siempre como lujos por la puerta entreabierta. Ellos, mensajeros del
inconsciente, nos recuerdan lo que arrastramos sin saber” ¡Feliz Año!
Carlos
Raúl Hernández
@CarlosRaulHer
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