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sábado, 30 de diciembre de 2017

Año nuevo: prohibido recordar, por @CarlosRaulHer



CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ 29 de diciembre de 2017
@CarlosRaulHer

La Navidad y el Año Nuevo en los hogares, el bullicio en las calles y los enjalmes luminosos sobre las fachadas de los edificios en las sociedades alegres, no recuerdan sucesos de hace 2000 años, sino el cumpleaños de algo o alguien que anda entre nosotros, como un familiar o amigo muy querido, vibrante en nuestra cotidianidad. Son componentes esenciales de la Historia y la vida simbólica de la civilización. No hay fechas tan ecuménicas, –salvo Semana Santa–, ni tan intensa y colectivamente vividas. Rasgo esencial del Espíritu –en mayúscula como gusta a Hegel y a mi amigo José Rafael Herrera– es dividir la existencia en ciclos (milenios, siglos, años, días, segundos) para recomenzar, cambiar el futuro y buscar que nos vaya mejor en la etapa que se abre. Es la invocación del marinero que surca la tormenta y espera que el oleaje se vuelva a dormir.

 Año Nuevo es símbolo de recuperar el camino, superar adversidades, comenzar otra vez. Según Esquilo los humanos sabían la fecha de su muerte por decisión de Zeus y, sin mañana, la angustia los postraba en las cuevas, desgonzados por la enfermedad terminal de saberse “seres de un día”. Prometeo enfrenta a Zeus y hace a los hombres olvidar el plazo terrible, –lo pagó caro–, para que pudieran ver cada salida del sol como comienzo, no como paso al final señalado, y vivieran a plenitud, dedicados a la creación y la industria. El Año Nuevo celebra que la vida reaparece indeteniblemente como el retoño de las plantas sanas. La ciudad de Angkor en Camboya, equivalente de Los Angeles hace mil años, es hoy una seductora mixtura de ruinas y malezas tropicales. Un eterno retorno de la fuerza vital que no deja espacios abandonados, y cuyo ciclo pervive.

Inicio y fin de la historia

Nos ponemos a dieta, prometemos dejar de fumar o retomar el trabajo de tesis que arrastramos,  mejorar la relación con quienes nos rodean, por el contrario, separarnos. Poner más fuerza  y claridad en lo que queremos, y ¡ahora sí!, hacerlo con decisión. El mundo asume recomenzar siempre con hechos fundacionales. Marcan a la Humanidad terremotos revolucionarios, sucesos que devienen fechas históricas, renacimientos simbólicos de la esperanza. Jacques Lacan habla de historia fantasmática o espectral, trufada de grandes mitos, reales, imaginarios o híbridos, que integran nuestra visión del devenir. Se pensó que la revolución bolchevique de 2017 era un nuevo inicio de la civilización: “he visto el futuro…! y funciona” –dijo un laborista británico en 1920 al retornar de la URSS.

Lo mismo en noviembre de 1989 cuando se derrumba la promesa corroída. Para disimular su catástrofe en la gritería, el aparato cultural totalitario inventó el chivo expiatorio del “neoliberalismo”. Año Nuevo es vida nueva, reinicio, oportunidad para el comienzo y el olvido, como el sueño nocturno que nos libra de los recuerdos superfluos que impedirían funcionar a nuestra mente. Funes el memorioso, el personaje de Borges, –metáfora precursora de Venezuela desde hace 25 años–, transitaba el espanto de no olvidar ningún detalle, no podía vivir y colapsa ahogado en recuerdos inútiles. Prohibido olvidar es una conseja que debemos precisamente olvidar para construir en paz, hoy y mañana. Es lo que acaba de hacer Perú con el sobreseimiento del presidente PPK y el indulto a Fujimori, a cambio de estabilidad política e institucional. Triunfa la política sobre los instintos.

Juguete de la fatalidad

En la Edad Media se pensaba que todas las acciones eran voluntad de Dios y los hombres simples ejecutores. Con la Revolución Industrial y el imperio de las ciencias, eso mutó –ma non troppo– hacia “fuerzas objetivas”, “leyes”, necesidades que nos utilizaban para materializarse y determinaban nuestros actos. Éramos ahora juguetes de la Historia, que avanzaba a su realización predecible. De allí la manía de políticos y analistas de hacer pronósticos que solo calzan cuando son obviedades. “Ganará el gobierno masivamente”, se decía en las recientes elecciones municipales, como si se descubriera la penicilina. El triunfo electoral el 6D-15 provocó otro anuncio: el gobierno se va ya porque no tiene salida. Pero había que construir un desenlace, triunfó el error y muchos de los pronosticadores son corresponsables del suicidio (para Napoleón el destino no era más que el balance entre las equivocaciones y los aciertos políticos).

En días posmodernos tales bagatelas son meras creencias. Matrix juega con la distopía de un mundo donde los sujetos no saben ni siquiera que no son hombres sino programas informáticos (“¿te gustó la mujer del vestido rojo? La programé yo, le dicen a One). La sociedad actual es el salto vertiginoso, imposible de seguir. Mientras el imperio de la máquina de escribir mecánica sobrevivió ciento cincuenta años sin alteración sustancial y cinco generaciones la tuvieron en su nicho inmutable, desde 1980 es difícil estar al día con la velocidad de Apple o Microsoft y el resto de las tecnologías. Hoy la añoranza es el llanto reaccionario de los marxistas y demás conservadores contra la “sociedad del desperdicio” o “sociedad de consumo”, la sociedad de lo impredecible. Comenzar y olvidar. Bergson escribe que… “Un par de recuerdos superfluos se cuelan siempre como lujos por la puerta entreabierta. Ellos, mensajeros del inconsciente, nos recuerdan lo que arrastramos sin saber” ¡Feliz Año!

Carlos Raúl Hernández
@CarlosRaulHer

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