Pedro Trigo SJ 30 de diciembre de 2017
Es
obvio que, aunque la situación sea la misma, se vive de manera muy diversa e
incluso contradictoria. En primer lugar porque nos afecta muy diversamente,
pero, sobre todo, porque cada quien la procesa desde su libertad o desde su
falta de ella y por eso, personas afectadas del mismo modo pueden responder de
manera bien distinta, incluso contradictoria.
La
situación está crecientemente elementarizada porque cada día escasean más los
elementos para vivir: desde alimentos y medicinas hasta espacio público,
seguridad vital, trabajo, posibilidades de convivialidad, cohesión social,
libertades cívicas.
Un
porcentaje, que puede llegar al veinte por ciento, no siente la crisis; pero al
menos el setenta por ciento vive de un modo crecientemente apretado: tiene
menos cosas, le cuesta mucho más conseguirlas porque tiene que averiguar dónde
se encuentran y hacer largas colas para adquirirlas, y, además, tiene menos
disponibilidad de recursos para adquirirlas, incluso ve que a veces no le
alcanza para lo elemental. Además se encuentra con que hay menos trabajo y
menos especializado y peor pagado y menos seguro.
Esa
falta de seguridad la siente más todavía respecto de sus bienes y de sus personas:
cada vez hay menos lugares y tiempos seguros y por eso menos tiempo disponible:
muchos encuentros y reuniones, que se hacían de noche, sobre todo en barrios y
zonas populares, han tenido que adelantarse. Al no resultar seguros los lugares
públicos y al ser peligroso trasladarse a ciertas horas a otras viviendas o
locales, hay más dificultad de
comunicarse y dialogar. De todos modos, por más que uno trate de no exponerse e
incluso de protegerse, siempre está a merced de los asaltantes que en un momento
le quitan lo que tanto esfuerzo le costó conseguir o, si se resiste, la vida o,
incluso, se la quitan de entrada, aunque no oponga resistencia.
Por
eso cunde el desánimo por la indefensión e impunidad y por los constantes
peajes. El resultado de todo es más desgaste, más dificultad para seguir
viviendo y para vivir con un poco de paz en esta brega constante.
CUANDO NO HAY NORMALIDAD LA SITUACIÓN
EMPUJA A VIVIR EN TRANCE; PERO TAMBIÉN SE PUEDE CONSERVAR LA COTIDIANIDAD
En una
situación como la nuestra, en la que no hay normalidad, hay dos maneras básicas
de vivir esa ausencia de normalidad: vivir en trance, que es a lo que empuja la
situación, o mantener la cotidianidad.
La
falta de normalidad se debe, no sólo a la crisis económica, que desestabiliza
terriblemente a las familias, sino también a la discrecionalidad y opacidad del
Estado, que como no se siente responsable ante la ciudadanía, es impredecible;
y además a la falta de cohesión social y la impunidad reinante.
Se
puede vivir en trance en cada uno de los dos lados o sin pertenecer a ninguno.
Desde el lado del gobierno, se vive en estado de guerra, como explica el
Presidente, la guerra de cuarta generación, tecnológica, que tiene montado el
imperio y sus aliados fascistas contra el país, una guerra permanente. Por eso,
hay que estar siempre alerta, siempre en campaña, desenmascarando a los
enemigos y neutralizándolos.
Se
acepta la falta de normalidad. Pero se extroyecta la causa y por eso se vive
buscando enemigos, infiltrados, saboteadores. No se puede bajar la guardia,
porque el enemigo es extremadamente poderoso, y, por eso también, hay que vivir
echando el resto, dándolo todo por la patria: en trance.
Desde
esta óptica, negarse a vivir militantemente es o una ingenuidad que le hace el
juego al enemigo o una traición. El ejemplo más sencillo de esta actitud vital
es el propio Presidente cuando habla por televisión. Pero esa tesitura vital ha
calado en intelectuales, en gente popular y, por supuesto, en funcionarios.
Desde
los que viven adversando al gobierno (no meramente, de quienes están en la
oposición), lo que nos está pasando nada tiene que ver con la ineficiencia
derivada de la discrecionalidad y del hecho de gobernar sólo con los suyos y no
con cualquier ciudadano capacitado para las tareas. Es un plan que viene
implementando el gobierno desde que se comprometió con Cuba: se trata de
empobrecer al país, desbaratando el circuito económico y acabando con las
fuentes de riqueza, para que todos tengamos que arrodillarnos ante él y vivir
de sus dictados.
Para
estas personas lo que nos pasa es una verdadera tragedia y, por eso, hay que
hacer todo lo posible para que no se consume, no vaya a suceder que llegue el
tiempo en que no se pueda hacer ya nada para evitarla. Como el gobierno ha
acumulado todos los poderes, hay que estar en trance para desbancarlo.
Otros,
que no pertenecen a ninguno de los dos bandos, no tienen más perspectiva que la
constatación, para ellos evidente, de que el país se está cayendo a pedazos y
que nadie hace nada por él porque, tanto el gobierno como la oposición sólo
piensan en el poder y por eso el país no tiene dolientes.
En el
fondo éstos toman en serio, no las razones de los dos grupos anteriores, sino
su conclusión de neutralizar a los enemigos de la patria o de tumbar la
gobierno. Como en eso es en lo que están enfrascados, y no en sacar a flote al
país, concluyen que no hay nada que hacer.
Sólo
queda llorar el desastre y lamentar el bienestar perdido. Mientras tanto tratan
de vivir; pero el estado de ánimo es el del que asiste a un funeral: el del
país en que uno se levantó y en alguna medida contribuyó a levantar.
No es
fácil que personas que viven con la sobrecarga emocional de estos tres grupos
dejen hablar a las cosas mismas (para tomar la imagen de la fenomenología), que
se sitúen perceptivamente ante lo que hay y lo que acontece para que cada
realidad, sean personas o acontecimientos, se vaya manifestando desde sí misma,
a su propio ritmo. Desde esa sobrecarga del yo, desde esa pretensión tan fija y
drástica, no es fácil que hagan justicia a la realidad en toda su complejidad,
que sean honradas con ella.
Sin
embargo, estos tres grupos no totalizan la manera como vivimos en nuestro país
la falta tan drástica de normalidad. Hay personas y son bastantes que viven en
la cotidianidad. Es decir, en un tono vital remansado, superando, mediante un
trabajo constante y paciente sobre ellas mismas, la sobreexcitación, el
bloqueo, la reducción de todo a muy pocas variables, el tono impostado, la
sobreactuación, la anatematización, los juicios sumarios. Acentúan el análisis
constante de la realidad, el acopio de datos, el cotejo de fuentes, el sopesar
los argumentos que se esgrimen, el esfuerzo por buscar conexiones y
correlaciones, el distinguir, y no menos el preguntar y dialogar. Y desde
luego, nunca hipotecar el propio juicio y la propia elección, no restearse con
nadie.
Pero
más todavía que eso, saben dar a cada nivel de la realidad su puesto y su peso.
No aceptan que la política o la marcha de la economía o la inseguridad lleven
la voz cantante en su vida y suplanten a la persona. Buscan que su vida nazca
de ellas mismas y de sus relaciones constituyentes y de la convivialidad. Han
comprobado que en cualquier situación se puede vivir humanamente y no están
dispuestos a que la anormalidad los saque de quicio y les lleve a perder la
razonabilidad y la dignidad.
Tomando
el consejo de Jesús de Nazaret, no se preocupan, para guardar todas sus
energías en ocuparse en desempeños concretos y positivos. Saben que a cada día
le bastan sus problemas y no viven en trance, como si en cada momento se
estuviera dando la batalla final. Para estas personas la causalidad es
múltiple, como lo son los niveles de la realidad, y hay que guardar la proporción
para hacerse cargo de cada uno en la medida que le corresponde. Su lema es que
hay que vivir la guerra en paz; sólo así se puede ganar. Aunque prefieren no
enfrascarse en guerras sino en una solución gradual de cada problema
enfrentándolo en sus dimensiones reales.
Saben
que pueden equivocarse en sus apreciaciones y decisiones; pero, como no quieren
salirse con la suya, como no quieren ser consecuentes con ellos mismos sino con
la realidad, rectifican sin pena cuando ven que se han equivocado y tratan de
afinar más los análisis y resoluciones.
Parece
que sería bueno reconocer que, viviendo en trance no vamos a acertar y que es
bueno y sano recuperar la cotidianidad perdida para dar lugar a la
razonabilidad y a la polifonía de la vida y al dominio de sí, a la libertad
liberada y, desde ella, a los diálogos entre diferentes y a los encuentros.
VIVIR APROVECHÁNDOSE DE ELLA
Una
parte considerable, aunque no creemos que mayoritaria, de la población vive
esta situación aprovechándose de ella. Aunque ahora ha bajado abruptamente el
precio del petróleo, aunque no tanto ni mucho menos que como estaba en el
último gobierno de Caldera, casi desde el comienzo del ascenso de Chávez empezó
a subir y se mantuvo en unos máximos históricos, una bonanza petrolera sin
precedentes. Tanto es así que Chávez comenzó a hablar del socialismo rentista,
en el sentido de que lo fundamental no consistía, como proponía el socialismo
clásico, en devolver al trabajador la parte de la plusvalía que se queda el
capitalista, porque en Venezuela, asintóticamente, no había que explotar a
nadie ya que la renta petrolera daba, casi, para satisfacer las necesidades de
todos. Lo fundamental era la redistribución de la renta y de eso se encargaba
el Estado, que la recibía directamente.
Las
misiones fueron el principal mecanismo de redistribución; pero luego también el
empleo del gobierno, que, en una medida considerable, no estaba orientado a
cumplir una función requerida por la sociedad y que ella no podía realizar
directamente sino a dar un salario a quien carecía de entradas para vivir. A
eso mismo se dedicó la mayor parte del dinero gastado en formar cooperativas,
que, por eso, no se fiscalizaron en ningún sentido, ni siquiera en el más
elemental de su existencia. También mucho del dinero dado a consejos comunales
y posteriormente a comunas se ha invertido con este propósito. Aunque en
realidad, más allá de este propósito declarado, un propósito concomitante ha
sido siempre, asegurar la lealtad de los beneficiados, y por eso la pertenencia
al proceso, al menos la declaración de ella, ha sido y es cada vez más un
requisito indispensable.
En
este colectivo tan variopinto, para unos aprovecharse es vivir, casi diríamos,
sobrevivir, sin trabajar o trabajando no productivamente. El problema en este
caso es el hábito de vivirle al gobierno, en vez de luchar para capacitarse y
vivir de un empleo o trabajar por cuenta propia, haciéndose cargo de sí y
contribuyendo al sustento de la familia. El problema es la dependencia, con el
ejercicio de la seudopolítica que lleva aparejado: ser de algún modo vocero del
gobierno, acuerparlo en la calle, vivir de consignas, y todo esto para defender
la asignación, una asignación la mayoría de las veces miserable, aunque en el
caso de directivos de cooperativas o de consejos comunales y otros cargos
afines, de repente las entradas podían ser cuantiosas. Hay que decir que, sobre
todo en estos casos, el dinero no sudado no suele gastarse en cosas necesarias
y productivas, sino que se dilapida, y, además de la dependencia, en el modo de
gastarlo se instaura una costumbre deshumanizadora.
Como
en esta situación la empresa privada no ha estado dispuesta a invertir y como
el gobierno como productor ha sido un fracaso rotundo, ha escaseado cada vez
más el empleo productivo y, por eso, ha mermado galopantemente el poder
adquisitivo de la gente popular. Por eso el gobierno ha impuesto el control de
precios y ha expandido exponencialmente el dinero inorgánico, con lo que ha
aumentado exponencialmente la inflación y ha caído en picado la producción
nacional. Por eso el gobierno se ha dedicado a importar. Con la opacidad que
viene caracterizando a la administración, ese mecanismo se ha convertido en una
ocasión única para los importadores y los miembros de la administración con los
que se entienden. Este mecanismo ha propiciado la creación de grandes fortunas.
Lo
mismo podemos decir de altos funcionarios que, por lo regular, andan rotando
constantemente en la administración, con un desempeño la mayoría de las veces
mediocre, pero con altos sueldos y otras prebendas y ocasión de conseguir mucho
más. Muchos de ellos, independientemente de lo que declaren, incluso de su
conciencia explícita, es decir, de lo que han llegado a hacer con ella, se
aprovechan de la situación. Lo más sintomático de esa tesitura humana es el
tren de vida diario, pero son también las celebraciones y viajes con gastos
casi sin tasa, que antes de llegar al poder no hubieran siquiera imaginado. Las
proclamaciones ideológicas se estrellan ante esta realidad del consumismo
galopante. No todos son así, pero así sí es el chavismo en su funcionamiento
institucional.
También
se aprovechan de la situación los empresarios del régimen y los que, sin serlo,
de hecho están involucrados con él. Lo mismo, no pocos banqueros que están
haciendo los mayores negocios de su vida. Lo mismo, dueños de hoteles o
restaurantes de lujo que atienden a los de antaño y, más todavía, a los nuevos.
Esta
parte minoritaria de la sociedad no conoce la crisis. Sabe que lo que vive no
va a durar y se aprovecha.
De
estos personeros de gobierno lo más grave es la doble vida, de la que muchos no
son conscientes, porque la mayoría de los seres humanos no somos cínicos y
necesitan hacerse trampa a sí mismos para poder vocear con buena conciencia o
por lo menos sin que les remuerda, aunque no sea buena, esos discursos cargados
de ética y solidaridad y de insultos a la burguesía, a la que acusan de vivir
como, de hecho, viven ellos.
Parecido
hay que decir de aquella parte del empresariado que negocia con el gobierno.
Hay ocasiones en que el negocio es trasparente porque el gobierno negocia
porque no puede más, y ellos tienen la conciencia tranquila, pero otras se
negocia con tremendas comisiones y en ese sentido son cómplices de la altísima
corrupción reinante.
El
caso más grave es el de los que tienen a cargo la administración de justicia y
que saben que son puestos ilegítimamente, aunque sea medio legalmente, por el
gobierno y que se deben a él y se atienen a sus dictados. O los diputados que
no tienen nada que estudiar ni pensar ni decidir porque todo se lo dan hecho y
les pagan por hacer un papel que no es el que les asigna la constitución. El
problema antropológico es que son hombres de papel, aunque se lo oculten a sí
mismos. Por eso muchos viven entre ellos, alimentando la ideologización, para
no salir de la burbuja y tener que encarar la verdad.
Caso
parecido es el de muchos policías y estructuralmente de la Guardia Nacional,
aunque no de todos los guardias nacionales. El gobierno los emplea para sus
fines partidistas, en contra de sus propios fines naturales, y por eso tiene
que transigir en que ellos también se empleen en sus fines privados: la
extorsión y la delincuencia. El problema antropológico es que son una mentira
viviente. Dicen estar en un bando y están en otro. Por oficio son agentes del
orden y la justicia, y, sin embargo, muchos de ellos son cómplices o
directamente delincuentes. No hacer lo que deben, no cumplir su deber, y dejar
impunes los delitos y propiciar o cometer delitos implica una deformación tan
profunda, que no es fácil que estas personas lleguen a rehabilitarse.
Otro
tanto podemos decir de mucha gente, la mayoría jóvenes o adolescentes, que se
dedican a extorsionar y asaltar. Saben que reina la impunidad y deciden vivir
aprovechándose de la situación. Han perdido todo el sentido de cohesión social
y de respeto a las personas y, en primer lugar, de respeto a sí mismos. No va a
ser fácil que dejen esa vida y se dediquen a trabajar honradamente, en una
situación laboral tan difícil.
También
viven aprovechándose de la situación los comerciantes que venden a precios que
no guardan ninguna proporción con los costos, o, a otra escala, los que se
dedican a hacer colas para revender la mercancía muchísimo más cara.
Estos
conciudadanos nuestros (para nosotros, estos hermanos nuestros) apoyan el
proceso sin ninguna convicción, por pura conveniencia y, como intuyen que
volver a la vida laboriosa y honrada, tendrá un costo muy elevado, tratan por
todos los medios posibles de que se mantenga. Son parte del problema y no de la
solución y, por eso, si se da una alternativa, van a hacer todo lo posible por
desestabilizarla. Sin embargo, no los podemos dar por perdidos. Tenemos que
hacerles ver que, viviendo del trabajo productivo y entrando en un juego
político realmente democrático, ganarán en dignidad, podrán entablar relaciones
abiertas y realmente simbióticas y llegarán a la calidad humana que hace
realmente estimable la vida.
APOYO DESENGAÑADO AL PROCESO
Están
los que apoyan al proceso de un modo bastante desengañado, pero que no se pasan
a otro o no se quedan al margen por dos motivos fundamentales: para muchos
luchadores de izquierda de toda la vida que encontraron en Chávez al adalid
dispuesto a poner en práctica todo lo que ellos habían soñado sin conseguirlo y
que, aunque en muchos aspectos no seguía el prospecto clásico, de todos modos
gobernaba para el pueblo y en contra de la burguesía y el imperialismo y que
por eso lo habían seguido militantemente, confesar que no hay verdadero
socialismo, que no es cierto que el pueblo trabajador se haya capacitado tanto
que puedan llevar la producción con más competencia que los empresarios y que
por eso la burguesía anda sobrando, confesar que el rentismo es lo más opuesto
posible del socialismo ya que el ser humano se construye, se humaniza, en buena
medida en el trabajo productivo, confesar que importar casi todo es el mayor
fracaso posible, es confesar que han arado en el mar, que su vida de luchador
social ha sido un fracaso, que tal vez haya que pensar en otra utopía porque
ésta no ha aguantado la prueba.
Confesarse
a sí mismo y a los demás todo esto requiere una honradez tan cabal con la
realidad y consigo mismo, que no está al alcance de quien no viva de un modo
realmente trascendente, aun en el caso de que se confiese ateo. En estas
condiciones, apoyar al proceso es apoyar su ilusión, aunque se tenga
conciencia, más o menos clara y distinta, de que no es más que una ilusión.
Pero, como dice el dicho, de ilusión también se vive, si no se tienen fuentes
más firmes de vida.
En
este mismo sentido, no poca gente popular, al oír hablar a Chávez en su cultura
popular, al comprobar que no era un truquito populista, al constatar que ellos
eran los destinatarios directos de su discurso, al hacerse cargo de que por
primera vez en la historia, un Presidente era de ellos y ellos eran sus socios,
le respondieron con su adhesión personal. Como el Presidente gastó muchísimas
horas en esta interlocución, ellos tuvieron la convicción de ser sus socios, de
que él gobernaba para ellos. Poco a poco, sin embargo, tuvieron que confesarse
a sí mismos, aunque no lo dijeran a nadie, que la maquinaria no funcionaba, que
no había un cambio cualitativo, que era el populismo adeco pero a lo grande,
como correspondía al boom petrolero y a la grandilocuencia del Comandante.
Estas personas no quieren declararse desencantadas, desengañadas. Les parece
durísimo confesar que esa gran esperanza de dimensiones históricas no fue sino
un espejismo. Y por eso siguen, para no sucumbir a la dura realidad de que
están más dependientes y con menos posibilidades no sólo de vida sino de crecer
humanamente.
El
otro motivo de seguir, aunque sea desengañado, es que no ven otra alternativa
y, como dice un compañero politólogo, Tarzán no se suelta de su liana hasta que
no encuentra otra a la mano. Eso, para mucha gente popular, es razonable. Aquí
hay que poner de relieve la ceguera de esa oposición que sólo habla de salir de
Chávez y ahora del chavismo; que piensa que es automático que el fracaso del
gobierno entraña que le llega su turno a ellos. No caen en cuenta que la gente
popular no los va a votar porque critiquen al gobierno sino únicamente porque
les propongan algo mejor para ellos. Después del chavismo, para esta gente
popular, volver para atrás, ni para coger impulso.
Creo
que, después de Chávez, estas personas tienen derecho a esperar una alternativa
superadora, que retenga en otro horizonte lo mejor de Chávez y supere su
evidente ineficiencia y dirigismo. No pueden aceptar que se pase al otro polo,
de un modo u otro, al neoliberalismo vigente, del que ellos no pueden esperar
nada. Estas personas esperan en el fondo una democracia en la que el pueblo
organizado sea sujeto, de algún modo, privilegiado, y no, una simple democracia
de ciudadanos en la que el pueblo sólo puede elegir de qué palo ahorcarse.
RESTEADOS CON EL GOBIERNO POR PARECERLES
MEJOR O MENOS MALO QUE TODO LO ANTERIOR
Hay
también personas de todas las clases sociales, incluida la burguesía, que
apoyan al gobierno porque les parece, a unos mucho mejor, a otros menos malo
que lo que hubo en los últimos veinticinco o treinta años anteriores o,
incluso, en toda la democracia. Estas personas viven de su trabajo, a veces en
el gobierno, pero muchas otras no, un trabajo productivo que les da
independencia económica y libertad de criterio para poder opinar. Ellos no se
aprovechan del gobierno, incluso pierden amigos por defenderlo. Pero lo
defienden porque están convencidos. Siempre tienen algunos logros para mostrar,
y, sobre todo, las proclamas de que están con los pobres, con el pueblo y
defendiendo la dignidad de la patria. No pocos de ellos son cristianos y les
parece que esos criterios son verdaderamente evangélicos y por eso los apoyan
con buena conciencia.
Entre
ellos hay gente popular que, no sólo no se aprovechan nada del gobierno sino
que le restan tiempo a su trabajo para trabajar por su gente en consejos
comunales o en comunas. Y, aunque a veces están muy contrariados por
incongruencias del gobierno que los deja embarcados, y tienen que gastar
demasiado tiempo en discusiones ideológicas con vecinos, de todos modos, en el
fondo, están contentos por dar lo mejor de sí por la causa popular.
Tal
vez podemos acusarlos de que son idealistas en el doble sentido de la palabra:
que les atrae la idealidad, las grandes causas y son capaces de sacrificar la
vida por ellas, y en el de que le dan demasiado peso a las grandes palabras y
no tanto a los análisis de realidad y a su procesamiento concreto. Pero sería
mezquino negar que existen personas que viven hoy así en nuestro país. Y sería
más mezquino todavía despreciarlas porque de hecho son un sostén del gobierno.
Son personas estimables y como a tales debemos estimarlas y tratarlas.
Tampoco
se puede negar que hay personas así que, no sólo trabajan en el gobierno sino
que pertenecen a él. Parecería que tienen que tener una dosis demasiado grande
de idealismo en sentido peyorativo para no pasarse a las filas de los
desengañados que, sin embargo, apoyan; pero, aunque así sea, también hay que
reconocer que no todo en el gobierno es malo, que hay funcionarios honestos que
dan lo mejor de sí sin participar de la corrupción y que logran resultados
positivos. Y por eso pueden vivir orgullosos de su desempeño y caminar con la
cabeza bien alta.
También
hay personas que apoyan al gobierno, sobre todo en el medio popular, pero también
en ámbitos universitarios, porque el gobierno los apoya a ellos. Son luchadores
populares, no pocos de ellos partícipes de organizaciones de inspiración
cristiana, que estaban organizados para obtener mejoras populares, bien sea en
el ámbito vecinal, bien en el productivo, por ejemplo, en cooperativas. Todo lo
hacían con gran esfuerzo, pero con magros resultados por ir a contracorriente.
Al llegar Chávez le presentaron lo que traían entre manos y él lo apoyó. Por
eso ellos apoyan al régimen que los sigue apoyando. Creemos que este apoyo
tiene sentido. Tal vez se les podría pedir que miraran más allá de esa sinergia
positiva; pero ellos pueden argüir que lo que hacen es bueno, que ellos y no el
partido son los sujetos y que por qué van a retirar el apoyo a los únicos que
los han apoyado en tantos años de lucha. Creo que tienen razón y que aquí es
pertinente recordar que la oposición no tiene derecho a aspirar a los votos
populares mientras no se presente como una alternativa superadora, mientras no
sea la liana a la que el pueblo pueda agarrarse realmente.
VIVIR ELUDIENDO LA SITUACIÓN: UNA
EXISTENCIA QUE PUEDE ALCANZAR SATISFACCIÓN, PERO IRRESPONSABLE
Otras
personas tratan de vivir ateniéndose a su mundo de vida e intentando prescindir
de lo demás. Se encierran en su trabajo, en el que se restringen a su contenido
técnico sin ninguna otra connotación, y en su familia, en la que imponen el
silencio sobre lo que vaya más allá de ella y su grupo de referencia, escogido
todo bajo este mismo supuesto.
Se dan
cuenta de que la situación económica y política los afecta hondamente; pero se
atienen a las posibilidades dadas, tratando de exprimirlas todo el jugo posible,
y se niegan a discutir sobre la situación, incluso se niegan a analizarla en
privado con su círculo íntimo y hasta la suprimen de su conciencia. Lo hacen
porque la sienten tan amenazante que piensan que, si la encaran, van a perder
el precario equilibro, la laboriosa paz, la estabilidad emocional y que van a
derrochar en algo a lo que no le ven solución las energías que necesitan para
mantenerse en vida y para que esa vida sea mínimamente vivible. Y viven como si
no vivieran en este país. Claro que sus rutinas de vida indican que la han
tomado en cuenta. Pero eso sólo se echa de ver por lo que no hacen. Es una
sustracción aceptada, una elusión muy elocuente, no una acción positiva.
Esas
personas pueden eludir el conflicto y vivir con un cierto orden y satisfacción;
aunque no es tan fácil eludir un asalto o un secuestro exprés o un encontronazo
con algún funcionario del gobierno. Pero, si se tiene la suerte de no sufrir
ninguno de esos males que acechan tan ubicuamente, sí se puede llegar a tener
la impresión de que la vida trascurre con normalidad, incluso con ciertas
satisfacciones que la hacen llevadera.
El
problema es que estas personas han puesto entre paréntesis aspectos esenciales
de su vida, en cuanto humana, y por eso su vida es tan recortada, que no se
puede decir que sea una vida con calidad humana. Han eludido la responsabilidad
con la historia y con el hermano, y lo que queda siempre será una existencia
irresponsable. Podrá llegar a sentirse satisfecho de su astucia; pero nunca
tendrá verdadera alegría, que entraña una salida de sí y de su mundo para vivir
en el espacio compartido y conflictivo del país, en definitiva, de la familia
humana.
VIVIR COMO OPOSITOR: LA HIPNOSIS DEL
FETICHE
Vamos
a explanar un modo de vivir la situación al que ya hemos hecho referencia: es
vivir como opositor, es decir, que la condición de opositor al chavismo lleve
la voz cantante en la vida, de tal manera que casi todo lo que pasa en el país
se explica en esta clave y ella misma, por su obviedad, no necesita explicarse.
No nos referimos, pues, a personas que están en desacuerdo con el gobierno y
cuando sale algún punto específicamente político, exponen su parecer,
analíticamente razonado. Nos referimos a quienes se la pasan adjetivando, es
decir, echando pestes del gobierno y echándole la culpa de todo lo que pasa en
el país.
Es
cierto que el gobierno es muy incisivo, hasta el punto de que casi ha
sustituido la publicidad de mercancías por la propaganda de sus logros y de sus
tomas de posición y de sus definiciones básicas. Es cierto que el gobierno ha
copado al Estado y a los medios de comunicación y está omnipresente. Pues bien,
estas personas se convierten en la contracara del gobierno: se dedican a
desdecir todo lo que el gobierno dice y a deshacer, al menos verbalmente, todo
lo que el gobierno hace. Por eso son personas totalmente predecibles: el
negativo del gobierno. Y, si el gobierno es por lo general tan ineficiente y
mediocre, ¡qué triste es pasarse la vida entre tanta mediocridad!
Lo
menos que se puede decir es que esas personas se unidimensionalizan y reducen
enormemente su horizonte vital. En el sentido textual de la palabra, son
reaccionarias, es decir, que la vida no nace de ellas sino que está determinada
por las propuestas del gobierno. Acaban no teniendo propuestas y definiéndose
como “anti”, como “contras”.
Desgraciadamente
el gobierno ha conseguido crispar a demasiadas personas y reducirlas a
blasfemar todo el tiempo de él, con lo que él es la referencia constante de su
vida. Si estas personas se percataran del daño que les hace esa actitud, harían
todo el esfuerzo necesario para superarla; pero como viven en ambientes en los
que la mayoría practica ese deporte tan insano, no es fácil que caigan en la
cuenta y vuelvan sobre sí. No es fácil tampoco conversar con ellas de modo que
recuperen la iniciativa, la visión propia, la capacidad analítica, la
diversidad de perspectivas y, sobre todo, de niveles vitales. Pero no las
podemos dejar por imposibles. Tenemos que tratarlas como enfermas y hacer todo
lo posible por ayudarlas a sanarse.
POLÍTICOS DE OPOSICIÓN, PREPARANDO SU
TURNO EN VEZ DE CREAR UNA ALTERNATIVA: EL OTRO POLO DEL MISMO HORIZONTE
Están
también los políticos de oposición a cualquiera de los niveles de las
organizaciones y los analistas políticos comprometidos con ellos y los
ciudadanos resteados con sus posturas, que salen a las marchas y los apoyan
asiduamente. Una parte de ellos entran en el apartado anterior y sólo es
preciso añadir que, puesto que no tienen posturas propias sino que se limitan a
ser un no al gobierno, no tienen legitimidad de fondo porque no son capaces de
ofrecer nada a la ciudadanía.
Otros
están anclados en el pasado. Piensan que, agotado el ciclo de Chávez, les
vuelve a tocar el turno a ellos. Si no han aceptado que la mayoría que votó a
Chávez la primera vez no votó sus propuestas sino salir del callejón sin salida
en que los políticos del establecimiento habían llevado al país, si no han
aceptado que no se puede volver atrás; si además no han aprendido nada de la
era Chávez, que colocó al pueblo en el centro de la escena, que puso el dedo en
la llaga de problemas reales y acuciantes, aunque el remedio fue peor que la
enfermedad, si no captan que hay que ir más allá, asumiendo sus retos, no sólo
no tienen legitimidad, porque lo que hagan será un fracaso cantado, sino que el
pueblo nunca los va a votar, por más harto que esté del chavismo. Chávez no ha
parado de recordar al pueblo los males de los que ellos son culpables y el
pueblo los tiene bien grabados.
Otra parte
de la oposición asume fundamentalmente la contemporaneidad y lo que propone en
resumidas cuentas es que Venezuela entre en el concierto de las naciones
desarrolladas y por eso buscan constantemente apoyo en el exterior,
concretamente en los políticos conservadores, y lo obtienen.
Estas
personas, por andar absorbidas por los males del país, no han percibido que la
situación mundial es tan mala como lo peor que recuerde la historia. Que nunca
ha habido tantas posibilidades para que todos podamos vivir y nunca ha habido
tantos excluidos y tanta desigualdad y, por si esto no bastara, nunca ha habido
tanta irracionalidad, de manera que por no perder las ventajas competitivas,
han roto el equilibrio ecológico y nos encaminamos al colapso de la vida en el
planeta. Y además, si es verdad que en nuestro país vivimos una seudodemocracia
porque todos los organismos están intervenidos por el gobierno y éste no se
siente responsable ante la ciudadanía y actúa como un ente en sí frente a ella,
fuente de los derechos y completamente opaco, las llamadas democracias
occidentales no son tales, ya que los gobiernos, unos más y otros menos pero
todos en una medida amplísima, no son sino mandatarios, casi diríamos
mandaderos, de los grandes financistas y las corporaciones globalizadas, que
son los que en el fondo hacen valer sus dictados. No ganamos mucho transitando
del chavismo a las democracias neoliberales.
De
todos modos entre los políticos de oposición también hay una diferencia abismal
en cuanto a los métodos: los que tratan de ocupar la calle y la escena pública
hasta que sea barrido el chavismo, y los que hacen un trabajo expresamente
político de seguimiento analítico de la situación, de denuncias concretas y
propuestas alternativas y ese trabajo está apoyado por el ejercicio de la
política en los puestos de administración que han ganado democráticamente.
El
principio que queremos hacer valer es que el modo de producción determina el
producto. La agitación callejera, la presión, la conspiración podrán dar lugar
a una democracia meramente formal, pero esos mecanismos para acceder al poder,
que no son realmente democráticos, seguirán actuando mediatizando el ejercicio
genuinamente político. En cambio, el ejercicio administrativo de calidad,
dentro de las posibilidades, gobernando para todos y siendo responsable ante
todos y privilegiando de algún modo al pueblo, es garantía de que, de llegar al
poder, van a continuar en la misma onda.
Creemos
que tenemos derecho a pedir que los políticos no se dediquen a copiar sino que
induzcan de la realidad. Si un problema gravísimo del gobierno es que vive en
la pura ideología, sería muy triste que lo que aspire a sustituirlo sea la
misma receta que está causando tantos estragos en la ciudadanía del primer
mundo y que está condenando a la exclusión a la mayoría de la generación joven.
Ahora
bien, si pedimos análisis de nuestros haberes y nuestras falencias y estudios
concretos de caminos viables de superación, tenemos también la obligación de
aportar elementos analíticos que den qué pensar. Y tenemos que exigir que sus
métodos sean genuinamente democráticos.
LOS QUE, CREYENDO QUE OTRO MUNDO ES
POSIBLE, VIVEN ALTERNATIVAMENTE YA
También
hay personas en el país que creen que “otro mundo es posible” y, sobre todo,
que creen imperativo, para mantener su dignidad humana, encaminarse a hacerlo
posible en cuanto de ellos depende. Persuadidos por múltiples evidencias de que
esta figura histórica globalizada es inhumana y que la propuesta chavista,
declarativamente alternativa, no lo es, de ningún modo, en la práctica, ponen
su vida en dirigirse a otro ordenamiento societario y, más todavía a otro
imaginario antropológico y social; pero, sobre todo, y esto es lo decisivo, se
empeñan en vivir alternativamente ya. Sin este empeño, el pensamiento utópico
lo es en el mal sentido de ser el pensamiento de algo que no se va a realizar
porque no se sabe si es posible porque nadie se pone en camino de hacerlo
realidad.
Vivir
alternativamente ya es vivir más allá del circuito de la producción y el
consumo. En primer lugar no confunden la productividad con la rentabilidad y
tratan de que su trabajo genere utilidad social y creatividad solidaria. Pero
además viven con libertad liberada y no consumen sino lo necesario, no por una
contención ascética, sino porque no tienen necesidad. Y no la tienen porque han
puesto su corazón en el desarrollo de otras dimensiones, sobre todo, la
convivialidad cualitativa y la solidaridad horizontal y mutua, pero también la
contemplación y el disfrute de la naturaleza, y el silencio y la inmersión en
el misterio que trasciende y sostiene todo, y, desde, él la información asidua
para estar a la altura del tiempo y el diálogo para hacerse cargo de la
realidad y la búsqueda de cooperación para encargarse de ella.
Gracias
a Dios, en nuestro país hay personas que viven así y ven que su vida es
fecunda, aunque pague un alto precio, y encuentran alegría y viven en paz con
los demás, incluso con los que se tienen como enemigos suyos. Entendiendo que
la lucha por una alternativa política es una dimensión infaltable, dan su
contribución asidua; pero son conscientes, sin embargo, de que la política es
una superestructura, que necesita apoyarse en el cultivo de otras dimensiones
más primordiales y, por eso, no se centran en lo político sino que se abren a
la polifonía de las existencia histórica, para que la política se atenga a lo
suyo y no se sobrecargue, con lo que se dificulte extremadamente su
procesamiento.
PROLETARIZACIÓN GALOPANTE DE LA CLASE
MEDIA ASALARIADA: FRUSTRACIÓN, EMIGRACIÓN, HACER DE LA NECESIDAD VIRTUD
Otro
colectivo, digno de toda la atención y el análisis, es el de los asalariados,
tanto profesionales como trabajadores. Creo que la proletarización galopante de
la clase media asalariada y la pauperización de los trabajadores es el fenómeno
social de más impacto en los últimos años. Vamos a tratarlos por separado,
porque el gobierno los trata de modo muy diverso.
El que
hayan emigrado millón y medio de profesionales, muchos de ellos altamente
cualificados, es el síntoma, bien patético, de esta situación sin salida. El
hecho es muy simple de explicar: si cada año aumentan el 20% el sueldo y la
inflación crece más del 60%, la pérdida del poder adquisitivo es tan rápida y
tan a fondo que ya no pueden cubrir las necesidades básicas, que, por tanto, en
la familia se necesitan varios sueldos para llegar a la suficiencia. Si no
llegan a cubrir lo básico, mucho menos pueden seguir capacitándose (comprar
libros, hacer cursos, asistir a congresos) y desde luego, está fuera del
alcance cualquier disfrute: ir a la playa, comer en un restaurante, ir de
vacaciones, salir al extranjero…
Una
vida tan sin alicientes es proclive al desánimo, a la frustración, al tono
vital bajo, a la disarmonía interna y con los demás, al malhumor, incluso, a
las salidas en falso, a la degradación personal. Algunos caen en esto y buscan
compensaciones que menoscaban su dignidad.
Creo
que la mayoría aguanta como puede, aunque rinda menos por estar desmotivado y
su desempeño familiar deje algo o bastante que desear y no quiera implicarse personalmente
en nada. Pero, al menos, trata de cubrir el mínimo con la mayor dignidad
posible, que no siempre es la debida.
Otros,
bastantes, piensan en irse en cuanto puedan e indagan con otros que ya se
fueron y en cuanto pueden se van. La mayoría se va con dolor y por no encontrar
alternativa, incluso sabe que, al menos al principio, lo va a pasar mal. Pero
aquí ve el camino cerrado y es un modo de salvarse a sí mismo, por lo menos
hasta que vengan tiempos mejores.
Otros,
bastantes, hacen de la necesidad virtud. Aceptan que con estos bueyes tienen
que arar y tratan de dar lo mejor de sí, tratan de acopiar todas sus energías,
incluso logran ir más allá de sí para responder con solvencia a la situación,
cuando carecen de elementos básicos para responder. Por ejemplo, un médico hace
como puede cursos de postgrado y trabaja sin instrumentos ni medicinas con el
empeño tenaz de que los pacientes se sanen. Y tienen que trabajar más horas que
las convenientes, tanto porque, si no, no alcanza el sueldo como porque no hay
más especialistas y hay demasiada gente esperando. Y llegan a casa cansados y
con ese humanismo ganado en el trabajo tratan a la compañera o al compañero y a
los hijos, y cultivan las amistades y muchas veces hacen de tripas corazón, y,
aunque viven al borde de sus fuerzas, tienen momentos de verdadera alegría y
encuentros a fondo y se van humanizando como no lo habrían logrado en tiempos
normales o favorables.
Dios
no quiere héroes; pero es cierto que donde abunda el pecado sobreabunda la
gracia y que mucha gente experimenta lo que experimentó Pablo en contra de sus
expectativas: que cuando es débil, entonces es fuerte, es decir, que le salen
fuerzas de flaqueza, no sabe de dónde, pero que va viviendo y que, en el fondo,
se ha encontrado la felicidad.
Hoy en
nuestro país viven muchas personas así: educadores, médicos, personas dedicadas
a un oficio social mal remunerado y sin los implementos necesarios, pero que de
alguna manera suplen muchas deficiencias estructurales con su entereza y
creatividad personal y su dedicación íntegra. Insisto que deberíamos estar a la
altura del tiempo y trabajar de modo más desahogado y con más implementos y con
mayor sueldo y menos horas; pero cuando, sin culpa de ellos, no sucede nada de
esto y la persona se entrega personalmente a ayudar con su trabajo y replica
esa actitud en la familia y en su entorno, alcanza unas costas de humanidad
impresionantes. Al analizar el modo como vivimos hoy en nuestro país, hay que
recalcar que este modo de vivir es una bendición de Dios para todos y entraña
una calidad humana que fecunda los ambientes.
Vivir
con el síndrome del hipnotismo del fetiche: maldiciendo todo el día del
gobierno que ha dilapidado una ocasión única y la ha convertido en una
oportunidad perdida, sin percatarse de este verdadero milagro de tanta gente
que da diariamente lo mejor de sí y hace posible, a pesar de todo, la vida
humana, constituye una ceguera tristísima ya que lleva a privarse de una fuente
exquisita de vida y humanidad que seguro está en su entorno y él, fijo en su
hipnosis, dilapida sus energías en algo estéril que lo vacía de humanidad y así
forma parte del problema y no de la solución.
Ver a
estas personas y alimentarnos de su energía y su humanidad es lo más saludable
que podemos hacer y que, si nos abrimos a esa gracia, nos llevará a seguir su
mismo impulso y a formar parte de ellas.
CUANDO EL SALARIO NO ALCANZA A CUBRIR EL
MÍNIMO VITAL: ECHARLO TODO A RODAR, VIVIR FRUSTRADO O VIVIR HUMANIZADORAMENTE Y
DAR VIDA
Nos
hemos referido a la pauperización de los trabajadores asalariados. En este caso
no se alcanza a cubrir las necesidades mínimas. Trabajar en esas condiciones se
hace muy cuesta arriba. Es casi irresistible la tentación de trabajar lo mínimo
indispensable. Hacer vida de familia cuando no se llega al mínimo vital
requiere de mucho amor y mucho aguante y mucho equilibrio para no ceder a la
tentación de estar en casa el menor tiempo posible porque no se aguanta estar
allí con esa frustración a cuestas.
Y a
veces pasa eso: se vive con un tono vital bajo, ahorrando la mayor cantidad de
energías posibles, frecuentemente de malhumor, con relaciones crispadas, aun en
el caso de que haya verdadero amor. Es verdad que el Estado ayuda a paliar esa
insuficiencia con la venta de alimentos a bajo costo y que sólo así se puede
comer; pero las colas son una fuente diaria de dispersión y cansancio.
Sin
embargo, como decíamos de los profesionales, a veces se da el milagro: las
personas trabajan porque sienten que el trabajo bien hecho las valoriza y eso
los entona. Y en la familia tratan de suplir con creatividad y amor lo que
falta de elementos. Y no pocas veces se logra: los miembros de la familia se
sienten compenetrados y se ayudan mutuamente y los gestos de cariño suplen
otras carencias.
A mí
me admiran, sobre todo, mujeres populares que ven que no pueden más, y sin
embargo pueden, que no pocas veces están a punto de echarlo todo a rodar y
siguen, que se sobredimensionan y logran vivir en paz y afirmativamente y ese
modo de vida llega a convertirse en hábito y parece natural lo que es un
verdadero milagro. No pocas de ellas afirman que viven de fe y es cierto que,
si no, no se explica esa capacidad de responder adecuadamente en el trabajo, en
la familia y en el vecindario.
Tener
personas así en el grupo de referencia de uno es una gracia invalorable. Desde
el horizonte cristiano, es el caso más claro que conozco de obediencia habitual
al impulso del Espíritu. Jon Sobrino califica a este modo de vivir santidad primordial.
Y es cierto porque, si donde no hay condiciones para vivir, se vive en paz, con
solvencia e incluso dando de su pobreza, es que se vive del Espíritu, a quien
en el Credo confesamos Señor y dador de vida. El Espíritu es, digamos con la
metáfora gramatical, verbo, no sustantivo: él mueve, no dice su nombre.
Obedecer al Espíritu es obedecer a ese impulso que mueve desde más adentro que
lo íntimo nuestro a procurar la vida para nosotros y para los nuestros y para
otros que necesitan, y a llevarlo a cabo humanizadoramente. A estas cotas
altísimas se llega en esta situación, que es, ciertamente, de pecado, cuando
las personas no se dejan moldear por ella ni viven maldiciéndola, sino que
viven en ella con libertad, es decir, desde lo más genuino de ellas y así,
aunque con un esfuerzo ímprobo, logran vivir una existencia fecunda.
LOS QUE VIVEN EN LA SUBCULTURA DE LA
POBREZA
Finalmente,
un modo de vivir, desgraciadamente creciente, es la subcultura de la pobreza.
Como excepción se da en todas las culturas y situaciones. El problema es que en
nuestro país ya no es una excepción porque los mecanismos que la provocan se
expanden sin contrapeso. La subcultura de la pobreza es un paso más abajo de la
pauperización. Implica, no sólo no tener elementos mínimos para vivir, sino no
tener cómo tenerlos, tanto por no estar capacitados como por no tener
motivación para capacitarse, por encontrarse sin relaciones constituyentes, sin
ubicarse en la vida, sin entender lo que pasa y, al final, sin tener relaciones
con uno mismo, sin aspirar a ninguna coherencia interna, sin reconocer un
pasado ni tender a un futuro, estando ante un presente opaco en el que sólo se
busca sobrevivir y satisfacer, en cuanto se pueda, algunas necesidades más
elementales. Algunas veces puede darse algún encuentro o sensaciones
placenteras o un poco de paz y de ánimo o de vez en cuando se pueden remitir a
Dios como compañía verdadera y fuente de vida y humanidad. Pero ordinariamente
se vive una existencia absolutamente fragmentada e inorgánica en la que la
dignidad deja frecuentemente de ser una referencia.
Son,
ante todo, gente de la calle que viven como animalitos hostigados y hoscos o
como niños grandes perdidos en la ciudad, o como gente al borde de la vida,
mirando distraídamente hasta que el cuerpo aguante. Ordinariamente no tienen
planes ni casi costumbres, aunque algunas les quedan para conseguir comida y
lugar donde mal dormir, donde caerse rendido y donde hacer sus necesidades. A
veces encuentran algún cobijo o alguna medio compañía y hasta hablan con otros,
en vez de tener que hablar solos.
Son
también borrachitos consuetudinarios que se la pasan en la calle, a veces
tomando con otros, pero que al menos son tolerados en su casa y encuentran en
ella comida y cama.
Son
también las muchachas proletarias, en el sentido más textual de la palabra: las
que, como no entienden nada y no se ven hábiles para afrontar la complejidad de
la vida, se dedican a tener hijos, en el entendido de que alguno las pondrá a
valer o al menos velará por ellas. A veces medio atienden a sus hijos con ayuda
de la familia; otras, los dejan a cargo de la mamá o de la abuela.
A un
paso de la subcultura de la pobreza están no pocos adolescentes que viven a
costa de su familia, que a lo mejor asisten a la escuela o a lo mejor no, pero
que de todos modos no aprenden casi nada y no tienen ninguna motivación para
aprender y que tampoco están aprendiendo ningún oficio y que se la pasan en la
calle y que no tienen motivación para hacer el trabajo arduo y sistemático
sobre sus pulsiones para pasar del principio de placer al principio de realidad
y por eso dan rienda suelta a sus instintos y no tienen a ningún adulto que les
haga ver que no deben hacer todas las cosas que pueden hacer, ni sus mamás,
aunque les quieran y les den cobijo y sufran por ellos.
La
subcultura de la pobreza es el cáncer de la cultura popular, sobre todo, de la
suburbana. Tiene que ver con la falta de trabajo productivo y de cohesión
social, con la falta de expectativas, con el deterioro galopante de la
cotidianidad. Todo esto incide en la estabilidad de la familia y, sobre todo,
en su capacidad de relación y, a través de ella, de ir procesando la vida y
moldeando humanamente a las personas.
No
podemos mirar a otra parte, desconociendo ese deterioro de los ambientes
populares que genera esta descomposición humana. Es la responsabilidad de
todos.
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