JESIKA MILLANO 26 de diciembre de 2017
Durante
este 24 de diciembre, EL HERALDO visitó la Terminal de Transporte de Barranquilla
para conocer cómo afrontan la festividad decenas de familias que se vinieron
huyendo de la crisis de su país.
Acostumbrados
a que el olor de las hayacas le diera la bienvenida a sus familiares para
compartir en su humilde hogar, a Andry Pacheco y Eilyn Álvarez, les tocó este
año asimilar la idea de que por primera vez en sus 26 y 24 años de vida no
podrían darle a sus familiares, el abrazo en la Nochebuena o durante las doce
campanadas que anuncian la llegada de un año nuevo.
A
pesar de la melancolía y a sabiendas de que Navidad no sería lo mismo que
antes, esta pareja venezolana, oriunda del municipio Ciudad Ojeda en el Estado
Zulia, no se arrepiente de haber dejado su país en busca de un mejor futuro.
Ellos
son una de las aproximadamente 60 familias que viven en la Terminal de
Transporte de Barranquilla. Llegaron hace ocho meses pidiendo 'cola' desde su
ciudad. Una abrupta decisión que surgió en medio del llanto desesperado de sus
cuatro hijos de 5, 4, 2 años y 6 meses, que pedían comida luego de día y medio
sin alimentarse. ''
“En
Venezuela yo llegaba a restaurantes a pedir comida porque con lo que ganaba
trabajando no me alcanzaba. Hubo un día en que no habíamos comido nada, mis
hijos lloraban y me decían: 'papi tengo hambre'. Recuerdo que le dije a mi
esposa: ¡Vámonos! y con el único dinero que disponía en ese momento compré una
masa e hicimos 10 arepas sin relleno, y con eso nos vinimos por todo el
camino”, contó Andry Pacheco, quien en Venezuela trabajaba como ayudante de
electricidad y de albañilería.
Ese
día salieron a las 5:00 de la mañana de su casa ubicada en el sector 'El Danto'
en Ciudad Ojeda, con destino al Terminal
de Transporte Terrestre de Maracaibo. Sin embargo, un recorrido que no debía
tomar más de hora y media, demoró diez
debido a que ningún chofer accedía a llevarlos gratis.
“Gracias
a Dios y a las personas buenas en nuestro camino pudimos llegar hasta Maicao.
Ahí un chofer de bus nos ayudó para poder llegar a Barranquilla y nos regaló
comida para los niños. Inicialmente no tenía claro a donde llegar pero en
Maicao me dijeron que en Barranquilla conseguía más trabajo y por eso decidimos
venirnos para acá”, narró el joven mientras él y su familia, recibían un pan y
un jugo de un grupo de personas que llegó al terminal con alimentos, ropa y
juguetes para donarles a los venezolanos.
Aunque
reconoce que las condiciones en las que viven actualmente no son las mejores,
vendiendo agua o caramelos logra al menos rebuscarse para comprar comida. “En
un día acá puedo ganarme 15 mil pesos. En Venezuela mis hijos se acostaban sin
comer; estaban flaquitos, llegaron aquí desnutridos y mira como están ahora:
¡gracias a Dios están gorditos! A pesar de la circunstancia en la que vivimos
aquí, no nos podemos quejar de Colombia porque nos han brindado mucha ayuda y
apoyo”, dijo.
En su
refugio temporal: un andén del parqueadero de la terminal que comparten con
aproximadamente 300 personas, esta pareja de venezolanos agradeció a Dios y
deseó una próxima Nochebuena sin la crisis que atraviesa su país para así poder
regresar.
Ellos
no son los únicos que pasan Navidad por primera vez sin sus seres queridos.
Parecidos son los sentimientos de Freddy Sulbarán y Daniela Ocumare, otra
pareja que habita en el Terminal de Transporte de Barranquilla.
Tienen
dos hijos, uno de dos años y otro que está a punto de nacer. Vienen procedentes
del barrio Nuevo Circo, ubicado en el centro de Caracas.
“Yo me
vine con mi hermano hasta Maicao a traer una mercancía para venderla acá pero
en el camino la Guardia Nacional no las quitó. Mi hermano tenía un teléfono y
lo vendió y con lo poco que nos quedaba de mercancía decidimos venirnos a
Barranquilla”, contó Freddy.
Ambos
llegaron al terminal donde un amigo los iba a recibir; sin embargo, este nunca
contestó el teléfono. “Ese día dormimos en el terminal y hasta el sol de hoy,
aún estamos aquí”, dijo Sulbarán quien lleva cuatro meses allí y también
subsiste con la venta de caramelos y agua.
“La
falta de alimento y la falta de trabajo nos hicieron salir de nuestra casa. Acá
tú agarras un paquete de caramelos y los vendes y tienes la esperanza de que
puedes comer pero en Venezuela no se puede hacer eso”, manifestó el joven.
Aunque
a sus hijos no les faltó alimento y juguetes en esta Navidad gracias a la
donación de iglesias y personas particulares, admiten que la la tristeza los
embarga por estar lejos de sus familias. “Es doloroso porque además estamos en un lugar sin techo y
durmiendo en cartones pero confiamos en Dios en que las cosas mejorarán”.
Actualmente
son 300 personas las que se encuentran habitando en este lugar. Según un censo
realizado por la misma comunidad venezolana que reside en el terminal,
aproximadamente hay 75 menores de edad y cinco mujeres embarazadas.
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