Por José Toro Hardy
A lo largo del siglo XX casi
todas las fuerzas políticas tuvieron su oportunidad en Venezuela. Aunque
agazapada en el pensamiento de nuestros dirigentes, a una tendencia ideológica
se le había negado el acceso franco al poder: al marxismo.
Cuando una sociedad es tan
absolutamente dependiente de un producto, como lo somos nosotros del petróleo,
su destino se ve amarrado al de ese producto. Por problemas vinculados a los
mercados petroleros, en 1997 los precios del petróleo se desmoronaron y cayó la
cesta venezolana hasta 7 dólares el barril. El impacto en nuestra política fue
formidable. 40 años de democracia quedaron en entredicho.
En medio de aquel terremoto,
la historia optó por brindarle una oportunidad al marxismo. A finales de 1998
llega al poder, disfrazado de tercera vía, tocado con gorra militar y altamente
populista. Surfea sobre una larga ola de bonanza petrolera sin precedentes.
Aquel inesperado maná petrolero hace creer a los más ingenuos que por fin se
estaba logrando una etapa de justicia social. Pero el gobernante no se interesó
por establecer las condiciones de un desarrollo socioeconómico sustentable. Su
interés se centraba en lograr para siempre el control político. El dogmatismo
de quienes habían accedido al poder, armados con lo que creían un infalible
evangelio marxista, les hizo imaginar que podrían instaurar una revolución que
duraría indefinidamente.
Pero no, la revolución se
transformó en uno de los experimentos políticos más fallidos que conoce la
historia. Todo basaba en dádivas y en una etapa de ingresos petroleros
extraordinarios, sin entender que por definición estos son tan volátiles como
el favoritismo popular.
A pesar de que ellos creyeron
que subiría para siempre, el petróleo se desplomó. Peor aún, la producción
petrolera se vino a pique en medio de una estrepitosa destrucción de Pdvsa, una
pavorosa caída del PIB y el estallido de una hiperinflación sin precedentes
provocada por políticas públicas aberrantes. El sufrimiento de la gente es
conmovedor.
Esto marca el ocaso de la
revolución. Sin aquellos ingresos petroleros extraordinarios ni aquel líder
mesiánico, sin legitimidad, ese fenómeno político ya no tiene bases de
sustentación. La vía de la fuerza, embarrada en corrupción, no sería suficiente
para sostenerla.
Esa revolución fue la última
esperanza de quienes desde la desintegración de la URSS aguardaban la
resurrección de su credo. Las ideas del socialismo del siglo XXI ya han sido
descartadas por incompetentes. Tal como ocurre con la Teoría de la evolución de
las especies de Darwin, la historia es implacable con las especies políticas
que fracasan. El fantasma del comunismo al cual se refería Marx en su famoso
Manifiesto ha venido a naufragar en las costas venezolanas. El ansiado “hombre
nuevo” del marxismo terminó dependiendo de una bolsa CLAP.
Una forma de pensar está
siendo triturada por la historia y entre sus seguidores no encuentran más
explicación que las culpas que le achacan al imperio. Incapaces de asumir su
fracaso ven o inventan espectros en todas partes: guerras económicas,
confabulaciones internacionales, conspiraciones, etc.
La crisis económica, política
y social del país es hechura de la revolución, de nadie más. Quienes piensan
que la revolución ya se ha entronizado en el imaginario venezolano y que
logrará imponerse, a como dé lugar, recurriendo para ello a lo que sea, ignoran
quizá los vericuetos a los que la historia siempre recurre cuando llega la hora
de enmendar sus errores.
Habrá que reconstruir a
Venezuela. Tendremos que crear una nueva economía menos dependiente del
petróleo o al menos más capaz de aprovechar con racionalidad la riqueza
petrolera. Una economía más productiva, diversificada, con seguridad jurídica,
respeto a la propiedad privada, menos controles, subsidios a los más pobres,
privatizaciones, flexibilidad laboral, equilibrio de los poderes, menos
estatismo, abierta a las inversiones, justicia social, prioridad a los valores
y énfasis en la educación.
La revolución tuvo su
oportunidad. En dos décadas la destruyó. Solo falta por definir la forma que
habrá de adoptar la transición. Ese es otro tema.
28-12-17
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