Por Froilán Barrios
Para quien tenga dudas de la
crisis que estremece a Venezuela, analicemos un concepto fundamental a toda
sociedad como lo es el trabajo. Aun cuando consideramos que la lucha por la
democracia, la libertad de expresión, la alimentación y la salud son esenciales
al género humano, la actividad preponderante que determina lograr una vida
digna es el desarrollo pleno del trabajo, como acto que dignifica y permite el
crecimiento individual y fortalecimiento de la familia.
El trabajo permitió con sus
bemoles y sostenidos a lo largo del siglo XX, entre dictaduras y democracia
puntofijista, que el trabajador lograra alcanzar bienes para una vida decente,
hasta que se quebró la plácida estabilidad económica aquel viernes negro de
1983. De allá al presente más nunca pudo recuperarse el equilibrio entre
trabajo y capital, traducido ahora entre trabajo y Estado, ya que al capital
privado lo han reducido al estigma de la guerra económica y de ser cachorro del
imperio.
El proceso de demolición
institucional comenzó temprano con la eliminación del esquema tripartito, en el
que al menos podía confrontarse y acordarse políticas laborales entre gobierno,
empresarios y sindicatos, sustituido por uno en el que el caudillo de la patria
ejerce el derecho de imponer lo que le dé la gana en materia laboral, pues la
revolución y el socialismo del siglo XXI lo justifica todo, así sea la
desintegración de las conquistas de los trabajadores, concebidas en mala hora
por una ministra del trabajo que las calificaba de valores burgueses,
provenientes del egoísmo y la cultura capitalista.
Luego procedió al desmontaje
de los sindicatos libres. Para ello decretó una central sindical oficialista
bolivariana y socialista, que acató y avaló a pie juntillas todas las
mamarrachadas que se le ocurrieron al prócer de Sabaneta y ahora al presidente
obrero, para garantizarse la sumisión absoluta de la protesta proletaria, al
extremo de convertir a la directiva sindical en tenientes, sargentos de segunda
como gesto de adoctrinamiento y de entrega a la revolución, que ha rematado la
gesta creando la basura ideológica de consejos productivos de trabajadores,
reservas militares
La faena la continuó con lo
más preciado del trabajador como lo es el salario y el poder adquisitivo,
expresado hoy con angustia en el monto percibido por aguinaldos o utilidades,
cuyo monto no le alcanza para comprar un par de zapatos, como manifiestan los
trabajadores. Todo nuestro ingreso, salario y cesta ticket, va a un pote
familiar para comprar comida. De allí la desmotivación de asistir a la jornada
diaria, cuya retribución solo alcanzará para adquirir dos huevos y si acaso una
tacita de café, ya que percibiendo todo un país salario mínimo, al igual que
pensionados y jubilados, con este no logra acceder a servicios públicos, solo a
una vida trágica.
No contentos con ganar tantas
batallas electorales de manera fraudulenta, arremeten contra el otrora empleo
digno, al precarizarlo por el bajo poder adquisitivo y con la promoción
reciente del empleo basura en empresas socialistas o en la chamba juvenil,
donde se ofrece a miles de jóvenes un empleo temporal no cubierto por
contratación colectiva y supeditado al carnet de la patria como fidelidad del
régimen, agregándole al sector público la condición de permanencia si
participan en el “trabajo voluntario” de mantenimiento de obras públicas,
función correspondiente al Estado.
A este proceso de
desintegración del trabajo se añade el congelamiento de la negociación
colectiva en el sector público o la sustitución de los contratos colectivos por
contratos ideológicos, cuyas cláusulas contienen declaratorias de fidelidad a
la revolución, el otorgamiento por gracia presidencial de bolsas CLAP, bonos
navideños como limosnas de concesión del todopoderoso Estado.
20-12-17
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